Se conmemoraba el Centenario de la Guerra del Pacífico. Un grupo de allendistas sueltos, la mayoría académicos exonerados de la U de Chile, reunidos en la Tambo Libros -una librería de viejo que sostenía el colega Leonardo Jeffs, en la 2ª cuadra de Avenida España- resolvimos el montaje de la postulación al Premio Nobel de la Paz de Víctor Raúl Haya de la Torre. Aquello constituía un gesto de audacia en un Chile ocupado por sus FFAA y bajo crónico estado de queda. Nos atrevimos y con ello dábamos una bofetada al aquelarre chauvinista derivado de la conmemoración de un fratricidio que
repudiamos.
La candidatura permitía renuclear a un Chile disperso por efecto de la represalia y el terror. Aquellos no eran tiempos fáciles. Sin embargo, la iniciativa cuaja. Recuerdo que nos reuníamos en la oficina del exsenador Tomás Pablo, ubicada en Huérfanos. Obtuvimos más adhesiones que las imaginadas. Cito de memoria... Suscriben el documento enviado al Parlamento de Noruega -entre otros- exrectores de Universidades como Ignacio González Ginouves y David Stitchkin, el Premio Nacional de Educación Roberto Munizaga Aguirre, el exembajador en la RFA e historiador Enrique Zorrilla, el
periodista Wilfredo Mayorga, el sociólogo Hernán Godoy Urzúa...
Lo interesante de destacar -en esta ocasión- es nuestra visita al hogar del sindicalista... También padecía el exilio interior. No recuerdo quien me acompañó. El intermediario fue, sin duda, Oscar Ortiz. Diáfano y sintético no necesitó mayores argumentos ni energía convincente. Escucha el comienzo de la presentación y acto seguido comentó: “yo siempre he sido bolivariano y esta es oportunidad para reiterarlo”. Acto seguido estampa la rúbrica. Quedamos impactados por la decisión y por proclamar como propia una tesis que en Chile -hasta Chávez- es evaluada como anacronismo o quimera tanto
por la derecha como por la izquierda.
Quienes han estudiado la trayectoria de Clotario proporcionan datos interesantes. Demuestran que ese apoyo que nos brindara no era caprichoso ni oportunista, sino la continuidad de una idea-fuerza. En los años 30 al organizar el Partido Corporativista Popular ya se registran atisbos de latinoamericanismo. Aun más, apoya siendo muy joven la epopeya del caudillo César A. Sandino contra la invasión de marines a Nicaragua. Así también está con el FSLN en las jornadas de combate guerrillero contra Somoza. En 1952 -cosa extraña en el país y otro signo de su clarividencia- solidariza
con la Revolución Boliviana que encabezan Víctor Paz Estensoro y Juan Lechín. Eso en momentos que los triunfantes MNR y la COB son tachados de “fascistas” por nuestra izquierda europeizante y de “comunistas” por El Mercurio.
En los 40 Clotario cultiva nexos estrechos con Luis Alberto Sánchez y, sobre todo, con Manuel Seoane. Ambos son los más representativos cabecillas apristas desterrados en Santiago. El antimperialismo del APRA de entonces nutre a quien fuese, como se sabe, fundador de la CUTCH. Admira -por otro lado- el proceso mexicano cuyo mayor esplendor se vive con el general Lázaro Cárdenas, pero es adversario de Vicente Lombardo Toledano, marioneta de Moscú en suelo azteca. Observa con simpatía el proceso argentino y saluda 1945 como una aurora cívica en el país de Martín Fierro. Sin embargo, pese a solidarizar con Juan D. Perón no lo acompaña en la empresa de fundar la Alianza de Trabajadores de Latinoamérica ATLAS. Ello porque don Clota -contra viento y marea- privilegia el sindicalismo sin tutela de Estado y sin control de Partido.
Esto último explica su ruptura en los 60 con el PC por el afán de esa tienda de copar la CUTCH. Antes, en la fase fidelista, durante 1959 abraza la Revolución Cubana. El giro posterior de La Habana a un sistema de Partido Unico bajo tutela de la URSS lo empujan a distanciarse, pese a su inalterable amistad con el Dr. Ernesto Guevara. Hay testimonios de esto en “Adiós al cañaveral” de Matilde Ladrón de Guevara. El antimperialismo y su convicción que nuestra América no es un racimo de naciones, sino una sola nación desmembrada por las clases dominantes y las maniobras de los
imperialismos es lo que estimula, en aquel ya distante 1979, a suscribir el Acta Postulatoria de Haya de la Torre no sin antes comentar que el cardenal Samoré -arquitecto de la paz chilenoargentina- le parecía también un excelente candidato.
Hoy en el 105º aniversario de su natalicio el Centro de Estudios Chilenos CEDECH -por mi intermedio- se asocia al homenaje y depositando, de modo simbólico un copihue sobre su tumba, expresa:
¡COMPAÑERO CLOTARIO BLEST, PRESENTE! ¡HONOR A TU MEMORIA!
San Ramón, 17.11.2004.
* Documento difundido en simposio de homenaje patrocinado por la I.
Municipalidad de San Ramón (Región Metropolitana), Santiago-Chile.
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