Con independencia del desenlace que tenga la presencia del connotado terrorista Luis Posada Carriles en territorio norteamericano, el silencio del presidente George W. Bush dos semanas después de la denuncia formulada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, compromete seriamente la ya dudosa credibilidad de su cruzada antiterrorista.
Tres sencillas preguntas bastarán para demostrar la afirmación anterior. ¿Qué haría la actual administración estadounidense si un jefe de Estado le ofreciera, con lujo de detalles, todos los elementos sobre el ingreso clandestino de Osama bin Laden en Estados Unidos?. Sin duda alguna la reacción sería inmediata y violenta, y la CIA, el FBI y el gigantesco aparato de seguridad interna creado, con su megamillonario presupuesto, se pondrían en función de la búsqueda y captura del saudita.
Entonces, ¿por qué en el caso de Posada Carriles y los confesos cómplices de su traslado y escondite, presumiblemente en Miami, no ocurre lo mismo?
¿Qué diferencias hay entre ambos, cuando es sobradamente conocido que los dos tienen cuentas pendientes con la justicia por acciones de terror y son idénticos también sus sangrientos orígenes, preparados y empleados por los servicios especiales imperiales?
Las tres preguntas pueden tener múltiples y variadas respuestas, pero todas coincidentes: para Bush y su equipo los terroristas se clasifican en buenos y malos.
Osama, organizador de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, es un terrorista malo, tan malo, que su búsqueda justificó la invasión y ocupación de Afganistán, con miles de víctimas y conformó su política exterior.
Luis Posada Carriles, organizador del derribo de un avión cubano con 73 personas a bordo, de los atentados con explosivos en instalaciones turísticas en la Isla, donde perdió la vida un joven italiano, el promotor de varios atentados contra Fidel Castro y el coordinador de la ilegal operación de suministro de armas a la contra nicaragüense para su guerra sucia contra el gobierno sandinista, es un terrorista bueno.
Todo tiene una explicación: bin Laden no tiene, al menos que se sepa, vínculos con quienes realizaron el fraude electoral en noviembre del 2000, que convirtió a Bush en primer mandatario de la Unión.
Por el contrario, actúa bien distante de Cuba y no ha dado fe de militancia anticastrista, bien lucrativa y no menos reputada como heroica en el Sur de la Florida. Este no es su problema.
Los millones del peligroso saudita, una parte de ellos ganados en sociedad con la familia Bush, se apartaron de la causa de la “democracia”, mientras Posada se ha mantenido fiel a esos principios.
Osama, tan lejos y por tanto tiempo, parece no conocer muchos secretos comprometedores para el equipo de la Casa Blanca, mientras su homólogo caribeño es evidente portador de un inventario de “chismes” demasiado pesados para la imagen de los ocupantes de la Oficina Oval.
Mientras el calificado como enemigo número uno de Estados Unidos no tiene iguales, Posada sí, y no debe recibir un tratamiento diferente al ofrecido a otros socios con parecido historial, como Orlando Boch.
La síntesis obliga a omitir otras muchas “diferencias” que los hacen buenos y malos, pero las señaladas son suficientes para comprender el tratamiento diferenciado.
Es comprensible. A Osama hay que buscarlo a cualquier precio, aunque su ocultamiento sirva para sospechosas y siempre oportunas apariciones televisivas, coincidentes con escabrosos escándalos para el gobierno norteamericano.
Por el contrario, a Posada hay que esconderlo a cualquier precio, aunque su ocultamiento provoque molestos embarazos para las bases de la política exterior estadounidense.
Como se aprecia, no es un asunto sencillo para los regentes de la Casa Blanca, quienes desconcertados por los irrefutables elementos aportados por el Presidente cubano, conocen el diagnóstico, pero no se han puesto de acuerdo en el tratamiento.
Cogidos en falta ante la evidente “chapucería”, acuden al silencio, pero lejos de ganar tiempo de ese modo, lo comprometen, tal como ocurre con los embarazos pasados de término.
Ahora no tendrán otra alternativa que aplicar los siempre riesgosos forcerps.
AIN
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