La Historia Patria, frecuentemente, se explica en aula sobre la base de confrontaciones bélicas. No obstante, sabemos que un país se construye en la paz, día a día, a través de un proceso. Entonces resulta una distorsión que su trayectoria se enseñe señalando sólo sucesos que son “hechos de armas”. Tal rutina se refuerza con el programa de efemérides escolares destinado -de modo habitual- a resaltar episodios de conflicto. La docencia gira en torno a tres “centros de interés”. Uno, la guerra de Arauco. El otro, la guerra de la Independencia. El tercero, la guerra del Pacífico. En cada uno la objetividad está ausente. El maniqueísmo se impone de “pe a pa”. En el primer escenario el “bien” lo representan los mapuches (valor “coraje”). El “mal” los conquistadores (disvalor “codicia”). En el segundo, los patriotas son quienes lideran el progresismo liberal y los realistas, el fanatismo obscurantista. Algo así como el choque entre el luminoso Renacimiento y la tenebrosa Edad Media. En el último, los chilenos son héroes invictos. Villanos y cobardes los peruanos y bolivianos.
Existen otros dos “centros de interés” de naturaleza secundaria, pero igualmente perniciosos. Uno, al finalizar el siglo XIX el denominado “Pacificación de la Araucanía”. Allí se produce un viraje. Ahora los mapuches representan la barbarie y constituyen una rémora. Los “buenos”, en cambio, son los chilenos que, como filántropos, imponen la civilización a la patria araucana. Así se legitima un brutal etnocidio que, en la imaginería popular, se atribuye a España. El otro es denunciar a Argentina como usurpadora de la Patagonia. Se internaliza -a horcajadas de tal tema- la odiosidad a la patria de José de San Martín y Domingo F. Sarmiento. Sus habitantes serían fanfarrones y expansionistas y nuestra diplomacia blanda y torpe por aceptar siempre el arbitraje y la mediación en pleitos limítrofes. Resulta curioso que -al otro lado de la cordillera- son idénticas las imputaciones, los recelos y las contraimágenes empleadas para enseñar, en aula, la misma supuesta mutilación. Ello exige el montaje -aprovechando el MERCOSUR- de una especie de mini UNESCO conosureña que proponga un nuevo texto escolar de Historia de Iberoamérica.
Al finalizar el siglo XX y al borde de III milenio es un anacronismo una docencia “en blanco y negro” de nuestra Historia. El aula no debe continuar promoviendo altanerías y rencores. Es inaceptable que cada alumno, por la lección del educador o lo anotado en vetusto texto, comulgue con cinco fobias. Póngase punto final a tal circuito de supercherías insistiendo en lo siguiente: los conquistadores constituyen el patriciado del país. Merecen homenaje equivalente al que enaltece a los mapuches. Separatistas y monárquicos protagonizan la guerra civil entre liberalismo y absolutismo que desgarra al Imperio, aquel sobre el cual “no se ponía el sol”. Chilenos, peruanos, bolivianos y argentinos integran una nación que comparte el mismo horizonte y tendrá -para sacudirse del atraso y la dependencia- que afrontar el desafío de mancomunarse. Lo amerindio constituye uno de los dos componentes fundacionales. Negarlo es ignorancia. Juzgarlo un lastre, usando la expresión “indio” como estigma encubre racismo... Una genuina reforma educativa debe empujar el enjuiciamiento de este circuito de estereotipos. Así podrá superarse nuestra crisis de identidad. Esa anomalía abre las puertas a devastadora globalización que beneficia a los imperialismos.
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