La tranquilidad política que ha caracterizado las relaciones transatlánticas este año podría verse afectada por el proyecto estadounidense de transformar a la OTAN en una organización de seguridad global. No obstante, si se lleva a cabo correctamente, este debate podría fortalecer la unidad transatlántica y hacer de la reforma de la OTAN uno de los grandes legados del gobierno de Bush. El momento es, además, favorable. Alemania no tiene ya un gobierno hostil y el designio francés de afectar la hegemonía estadounidense se ve limitado por sus problemas internos. Por otra parte, Condoleezza Rice ha logrado la unidad de Europa junto a Estados Unidos en la crisis iraní.
El problema que persiste se debe a la diferencia de percepción del mundo entre los Estados Unidos y los europeos. Los Estados Unidos ven un mundo radicalmente desequilibrado, mientras que los europeos ven un mundo globalmente estable cuyo equilibrio estratégico evoluciona de manera gradual. Eso ha llevado a la creación implícita de una alianza en la alianza que une a la Norteamérica de George W. Bush, a la Gran Bretaña de Tony Blair, a la Italia de Silvio Berlusconi y a los países antiguamente ocupados por los soviéticos y que Donald Rumsfeld ha calificado de «Nueva Europa».
Es preciso modificar la capacidad de acción de la OTAN, pero algunos países de la vieja Europa temen las turbulencias políticas que acompañan a las transformaciones de las fuerzas militares de la Alianza. El gobierno de Bush debe transformar las discusiones sobre la reforma en un programa de renovación que será del agrado de los 26 miembros.
«A Transformative NATO», por Jim Hoagland, Washington Post, 4 de diciembre de 2005.
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