El conflicto que enfrenta a la empresa estatal rusa de gas Gazprom y al Estado ucraniano ha dado lugar, como de costumbre, a una serie de denuncias sobre el «imperialismo» ruso y el autoritarismo putiniano en la prensa occidental. Es exacto afirmar que si Rusia corrige las tarifas aplicadas a Ucrania según los precios del mercado mundial, ello obedece a que no está interesada en venderle energía más barata luego del acercamiento de Kiev a la OTAN. Sin embargo, el hecho va acompañado de comentarios engañosos y maniqueos, como siempre, por parte de los representantes de la Guerra Fría.
El conflicto que enfrenta a la empresa estatal rusa de gas Gazprom y al Estado ucraniano ha dado lugar, como de costumbre, a una serie de denuncias sobre el «imperialismo» ruso y el autoritarismo putiniano en la prensa occidental. Es exacto afirmar que si Rusia corrige las tarifas aplicadas a Ucrania según los precios del mercado mundial, ello obedece a que no está interesada en venderle energía más barata luego del acercamiento de Kiev a la OTAN. Sin embargo, presentar el diferendo como la voluntad ilegítima rusa de cuadruplicar sus ganancias sin hablar del precio preferencial con que se beneficiaba Ucrania hasta ahora u ocultar la obligación impuesta a Rusia de liberalizar su mercado energético para entrar a la Organización Mundial del Comercio denota una visión de los hechos al menos engañosa. Los analistas se vuelcan sobre el asunto en los medios de comunicación occidentales dramatizando los hechos y entregando una imagen maniquea de la oposición ruso-ucraniana impregnada de las representaciones de la Guerra Fría. Por un lado nos presentan una virtuosa, pero pobre, democracia ucraniana deseosa de aproximarse a Occidente (y por lo tanto a «la libertad») y por otra a una Rusia rica, agresiva, autocrática, imperialista y maquiavélica que trata de hacerla caer nuevamente en sus redes.
La crónica entregada a sus oyentes por el editorialista de la radio pública francesa France Inter y del semanario privado L’Express, Bernard Guetta, sobre el tema, ilustra perfectamente esta visión de las cosas. El analista condena lo que califica de «chantaje» de Rusia a Ucrania. Lamenta que Moscú pueda volver a tener un peso en la arena internacional gracias a los ingresos del gas y el petróleo, y llama a Estados Unidos y a la Unión Europea a venir en ayuda de Kiev so pena de que Rusia recupere su influencia en el país. El autor se mantiene coherente consigo mismo. En un editorial de L’Express fechado el 13 de octubre de 2005 había escrito que el desarrollo de la influencia rusa entre sus vecinos «no es una buena noticia para la libertad». Esta oposición entre Rusia y «la libertad» recuerda que la prensa occidental está aún fuertemente atada a los slogans propagandísticos de la Guerra Fría.
En el imaginario mediático de estos países, la Guerra Fría fue una lucha a muerte entre dos sistemas de valores contradictorios y no una guerra latente entre dos superpotencias imperialistas que legitimaban sus acciones mediante un discurso normativo que proclamaba valores raramente apoyados en los hechos. Rusia aparece así como la heredera actual de la URSS de antaño, de ahí que todo encuentro entre un dirigente occidental y un dirigente ruso suscite en las redacciones occidentales una interrogante sobre los Derechos Humanos en Rusia, mientras que los encuentros entre los dirigentes europeos y estadounidenses sean ilustrados con comentarios sobre la unidad de «Occidente». Al mismo tiempo, los crímenes o el belicismo norteamericanos son siempre minimizados en comparación con los de Rusia. De este modo, el diario de referencia de las élites francesas, Le Monde, en un editorial no firmado que compromete a toda la redacción, no vaciló en afirmar desde su primera frase: «Ha sido declarada la primera guerra del siglo XXI ». Las guerras en Afganistán y en Irak parecen así ya olvidadas. El tratamiento del problema ruso-ucraniano por parte del diario La Croix, tratado hoy en nuestra sección Titulares que engañan, muestra que el caso de Le Monde no es aislado.
Estos análisis ocultan el hecho de que Rusia ya no constituye una amenaza para Europa y que esta última, en el futuro, es muy probable que tenga que revisar sus alianzas con Moscú, en detrimento de Estados Unidos, debido a una dependencia energética con respecto al gas ruso.
Esta reorientación estratégica anunciada es temida por los analistas atlantistas, sobre todo en los países del ex Pacto de Varsovia. El politólogo polaco, Mariusz Przybylski, se alarma en Rzezpospolita por la creciente dependencia económica europea de Rusia, ilustrada por el conflicto entre Kiev y Moscú. Recomienda por lo tanto a los dirigentes europeos que lleven a Rusia y Ucrania a la mesa de negociaciones para no perjudicar el suministro de toda Europa Oriental y luego, en una segunda etapa, tratar de diversificar sus recursos energéticos. El autor se esfuerza por brindar una alternativa.
El ex presidente de Lituania, Vytautas Landsbergis, se lanza a una crítica encarnizada sobre la influencia energética rusa, mezclando al mismo tiempo la tradicional denuncia atlantista de la política de Vladimir Putin con frases violentamente rusófobas (Rusia es «la patria del terror rojo» o bien es presentada como «el Mal»). Con toda razón condena un conflicto de intereses en la nueva posición de Gerhard Schröder, el ex canciller alemán, quien actualmente preside la empresa encargada de construir el gasoducto que hará llegar el gas ruso a Europa Occidental, pero el autor no se detiene ahí. Considera que este gasoducto no es un medio para desarrollar el suministro de gas de Europa Occidental con vistas a una sustitución parcial del petróleo que escasea, sino un medio para evitar a Europa Oriental y dejarla en manos de Rusia. Llama así a los Estados occidentales a oponerse a la política de Vladimir Putin, presentada como imperialista.
Esta tribuna fue publicada en Free Republic (Estados Unidos), en el Daily Times (Pakistán), en El Tiempo (Colombia) y sin lugar a dudas en otras publicaciones que se nos escapan gracias a la difusión, siempre eficaz, de este texto por Project Syndicate, el gabinete de difusión de tribunas financiado por George Soros, millonario muy activo en el apoyo a las «revoluciones de colores» que se produjeron en las ex repúblicas soviéticas. No es por casualidad que Project Syndicate difunde en este momento otra tribuna contra Putin redactada por el oligarca en el exilio Boris Berezovski. Según conocemos, esta sólo ha sido difundida hasta ahora por el Korea Herald (Corea del Sur), pero debería tener un mayor eco en los días o semanas venideros.
Nuevamente el autor ataca a Vladimir Putin, permaneciendo en la posición de víctima de un complot de un régimen autoritario de la que gustan los medios de comunicación occidentales aunque sus vínculos con diversas organizaciones mafiosas hayan sido demostrados desde hace tiempo. Boris Berezovski afirma que el combate del Krenlim contra los oligarcas no es una reapropiación por parte del Estado ruso de lo que era motivo de saqueo generalizado durante la era Yeltsin, sino una agresión estatal contra adversarios políticos imbuidos de sentimientos democráticos. Aunque no formule explícitamente esta conclusión, esta se desprende por sí sola: los demócratas de todo el mundo deben apoyar a los oligarcas y por ende a Berezovski y sus negocios contra Vladimir Putin.
En los Estados Unidos, en medio de los ataques en su contra, Rusia encuentra apoyo (o al menos personas que matizan los ataques que se le hacen) entre los republicanos opuestos a los neoconservadores.
Así, en el sitio web AntiWar.com, el candidato a la investidura republicana a la presidencia de 1996 y más tarde candidato independiente en 2000, el muy derechista Patrick J. Buchanan, vuelve contra el emisor la acusación de neosovietización frecuentemente lanzada contra Vladimir Putin. Afirma que es la actual administración norteamericana la que actúa según la lógica soviética (insulto supremo para este ex consejero de Ronald Reagan). Así, compara la National Endowment for Democracy con el Komintern. Es de la opinión de que ambas organizaciones tienden a imponer cambios de regímenes en países extranjeros, la primera en nombre del comunismo para ampliar la URSS y la segunda para extender la dominación estadounidense. Cuando Vladimir Putin expulsa a los agentes de los neoconservadores de Rusia, lo que hace es luchar contra un «neo Komintern»; no se trata de una resovietización de su país.
De forma extraña, el ex subsecretario de Estado de Bill Clinton, el demócrata Graham Allison, también relativiza en el Boston Globe, los ataques contra Rusia. Sin cuestionar frontalmente la representación de la política de Vladimir Putin en los medios de comunicación occidentales, señala que su acción ha estabilizado a Rusia y que contrariamente a lo que predecía Dick Cheney en 1991 cuando era secretario de Defensa de Estados Unidos, no ha habido pérdida de armas nucleares rusas en 14 años. Mediante esta tribuna, Graham Allison, ex asesor de John Kerry durante la campaña presidencial estadounidense de 2004, se pronuncia contra el ex senador demócrata Sam Nunn que estigmatizó la amenaza nuclear rusa.
Raros son los partidarios de Vladimir Putin que pueden expresarse en los medios occidentales, de modo que el politólogo ruso, Viatcheslav Nikonow, constituye un caso excepcional en el paisaje mediático europeo. En el diario austriaco Der Standard, refuta cierto número de concepciones occidentales. En su opinión no hay oposición entre una democracia rusa bajo el mandato de Yeltsin y una autocracia putiniana, y recuerda que Vladimir Putin no ordenó disparar contra la Duma como su predecesor, ni entregó las riquezas nacionales a sus amigos, de ahí que tenga el apoyo de la población rusa. Esta popularidad debería impedir, según el analista, cualquier oportunidad de éxito de una «revolución de colores» en Moscú, pero no excluye un intento.
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