Un impulso de dolor las condujo por primera vez a la Plaza de Mayo. Algo sucedió allí, algo del orden de la reconstitución de la vida, que ya no pudieron dejarla y las llama cada jueves.
La permanencia, como valor clave de la praxis de las Madres, es un hallazgo logrado por ellas en su lucha, y como tal, entregado al movimiento popular como llave para abrirse paso hacia el futuro. Con ella, a través de ella, las exangües fuerzas populares, apenas vivas tras el genocidio, ganaron en estructura y lograron no caer por debajo del nivel que marca el comienzo del desarme ético. La permanencia resulta, pues, uno de los elementos constitutivos de la resistencia. Las Madres lo vieron así desde el mismo instante en que se plantearon generar una acción diferente frente a los dictadores, que demostrara hasta dónde eran capaces de llegar como madres motorizadas por el amor a sus hijos.
“Convocamos al pueblo, a las Organizaciones Obreras, Estudiantiles, Profesionales, Religiosas y Políticas a concurrir a la Plaza de Mayo el jueves 10 de diciembre, a las 15.30 horas, donde sostendremos una marcha ‘símbolo de resistencia de las Madres’, prolongando nuestra permanencia en el lugar, como expresión del reiterado reclamo de verdad y justicia y contra el obstinado silencio que pretende tender un manto de olvido acerca de nuestro drama”. [1] Así convocaban las Madres a la "Primer Marcha de la Resistencia”, en diciembre de 1981. Llama la atención el uso del verbo “sostener” para referirse a la realización de la marcha. La resistencia de las Madres supone sostener con el propio cuerpo la prolongación de su forma de lucha original -la marcha circular en Plaza de Mayo- fundando un nuevo sentido para la permanencia: no se trata sólo de estar donde y como el estado de sitio lo prohíbe, sino de doblar o cuadriplicar la apuesta, ganando para las luchas libertarias contra la dictadura no únicamente el espacio y la acción, sino también, el tiempo. Veinticuatro horas para confrontar, minuto a minuto, con los genocidas.
Ciento cincuenta Madres harán la proeza inventando la nueva modalidad de lucha al tiempo que marchan. Las piernas se hinchan, las plantas se ampollan, oscurece frente a la archivigilada Casa de Gobierno, donde los militares trenzan la sucesión de Viola por Galtieri. La marcha es silenciosa, quedan ochenta, setenta Madres tomadas de los brazos, las fuerzas policiales sobrepasan en mucho al grupo de mujeres que va dejando su huella de coraje mientras una ciudad entera duerme y no sueña con la Plaza de Mayo y sus misterios.
En esta primera marcha no habrá discurso de cierre, pero sí la continuidad de la manifestación por Avenida de Mayo hasta la calle Lima, al grito de “Los desaparecidos, que digan dónde están”, acompañadas de unas dos mil quinientas personas que, por entonces, salvan la vergüenza de una sociedad que dejó solas a las Madres.
A partir de diciembre de 1981, las Marchas se sucederán año a año, como una síntesis combativa de las diferentes luchas asumidas por nuestro pueblo durante los últimos veinticinco años de historia argentina, pero siempre con el cuerpo indócil de las Madres como materia política básica desde donde amalgamar las fuerzas resistentes en los distintos contextos.
Así es como la “Marcha de la Resistencia”, criticada, incomprendida, subestimada al comienzo por pares y dispares, va cumpliendo ciclos escalonados en la dura resistencia de nuestro pueblo a los planes dictatoriales de continuidad (Viola pensaba “gobernar” hasta 1989), luego, a la meticulosa impunidad tejida por la UCR y Alfonsín tanto como al remate del país concretado por la década de Menem y a la pantomima sangrienta de la Alianza. La “Marcha de la Resistencia” siempre estuvo allí, impulsando a la lucha cuando el hielo del terror todavía determinaba la cotidianidad de nuestro pueblo, guardando el rescoldo de la lucidez, el coraje y la constancia en tiempos en que campeaba el fin de las ideologías, el fin de la historia, el fin de todo lo que supusiera un mejoramiento para las mayorías; permanencia en la lucha, insistimos, que a su tiempo, logra relanzar a las fuerzas populares en nuevos ciclos de combate.
“Aparición con vida”, consigna de la primera Marcha, patrimonio de la resistencia, síntesis única de la cultura vital de las Madres que logró echar por tierra la “presunción de fallecimiento”, el show del horror, la intentona burguesa de reducir el avance político representado por la generación de las y los desaparecidos en un tétrico cúmulo de huesos.
“Basta de milicos”, un grito de hartazgo allá por 1986, la 6ª Marcha, cuando Alfonsín cada vez más dejaba ver el uniforme de sus tiempos de Colegio Militar, disimulado debajo del trajecito de abogado proclamador del Preámbulo constitucional. Las Madres eran nuevamente fustigadas por la prensa bienpensante y los intelectuales módicos: agresivas, ultras, violentas… Y a los cuatro meses, era el pueblo en las calles quien exigía armas para defender la democracia del avance carapintada y amenazaba: “no se atrevan, si se atreven, les quemamos los cuarteles”.
“Rebeldía para luchar, coraje para seguir”, lo dijeron las Madres en 1990, cuando un mar de frivolidad parecía tragarse las mayores conquistas obreras: las ocho horas de trabajo, el descanso pago, el derecho a huelga, la jubilación digna, la educación del pueblo como una apuesta al futuro. Menem y su cohorte completaba el aniquilamiento iniciado por la dictadura: indultaba asesinos, privatizaba el tren, el gas, la energía, el petróleo, el agua… la vida misma con el recurrente gesto degradado de los serviles y un gran colchón de cómplices bien pagos.
Pero las Madres aprendieron primero que nadie su propia lección e hicieron del coraje para seguir el brazo que rescató a miles de luchadores de la tristeza y el aislamiento: “La única lucha que se pierde es la que se abandona” clamaron, entonces, en plena Plaza, en pleno páramo, con el sol de sus hijos como toda llama, pero qué llama. Corría el año 1995, la Plaza amaneció cubierta por las fotos de los 30.000 y al pie de sus caras agitadas por el viento, el sentir de un pueblo que encuentra cobijo en los brazos tenaces de estas Madres incansables: “Siempre, siempre, siempre, seguimos soñando con la liberación”, “No son sólo memoria, son vida abierta”, “Cárcel a los genocidas”, “Vivirás por y para siempre”.
Las Madres dan sostén a la lucha que se viene, preceden la tempestad y se agitan en medio de ella: en los años siguientes dirán “¡Ya basta!” a la desocupación, a la miseria, al hambre; pedirán la libertad de los presos políticos, denunciarán que la falta de trabajo es un crimen y en el cambio de siglo, recibirán el nuevo año en la Plaza, asidas a un cartel que es como un trazo que subraya su experiencia colectiva: “Vivir combatiendo la injusticia”.
“Combate y Resistencia contra el terrorismo del estado” pronunciaron con la firmeza de siempre en diciembre de 2001, pocas semanas antes del levantamiento popular que hizo huir a De la Rua, a Storani, a Cavallo, entre tantos, del panteón de políticos filtrables para todo uso antipopular.
En el poslevantamiento, las “Marchas de la Resistencia” han regresado, obsesivamente, sobre el aspecto económico del plan de exterminio sufrido por nuestro pueblo, y su desvelo ha sido el no pago de la deuda externa, llave para readueñarse de los recursos nacionales, desde donde plantear otra realidad para los miles de desocupados y hambrientos que se acrecientan con cada peso que se distrae en el pago de una deuda nunca contraída y siempre padecida por nuestro pueblo.
Con sus pies cansados y su pensamiento ágil, las Madres han llegado a su vigésimo quinta “Marcha de la Resistencia” simultáneamente con los “Mil quinientos jueves de lucha en la Plaza” y afirman que esta Marcha es reclamo duro, que es festejo de la vida y que es la última: “Siempre hemos hecho las cosas nosotras mismas, resistir es resistir, resistir es caminar. (…) Y hoy las Madres estamos muy viejas, ya no podemos caminar las veinticuatro horas ni veinte; a veces, ni cinco horas. Nos cuesta muchísimo y entonces creemos que el ciclo se cierra de esta manera fantástica: la Marcha número veinticinco, los Mil quinientos jueves…” (Ver recuadro).
Cada Marcha es diferente y ésta conlleva un sobrefestejo, una vuelta de tuerca, una reafirmación de que, en el imaginario de las Madres, se da lo que se es capaz de sostener con el propio cuerpo: un valor político nutrido en la sensatez, la honestidad militante y el empeño por superarse que las Madres nos dejan como lección de vida. Los hijos e hijas llegaron hasta donde dijeron que irían, ellas no anotan su nombre en el cartel para después ver pasar la marcha desde la ventana del televisor, prefieren crear lo nuevo cuando nadie, todavía, lo inventó: la “Marcha de la Resistencia” en 1981 y antes, en 1977, la marcha de los jueves, y luego, el Periódico, la Librería, la Universidad Popular, y siguiendo, la radio, el canal de televisión. Como en el ‘81, sin dar un paso atrás, transitan el futuro mientras otros duermen.
La resistencia de las Madres: entrevista a Hebe de Bonafini
¿Cómo va a ser la 25º Marcha de la Resistencia y los Mil quinientos jueves en la Plaza?
Lo que tenemos preparado las Madres es todo el tiempo conciertos, música, poesía, murga, las veinticuatro horas. Dedicado a nuestros hijos y a todos los compañeros de las fábricas ocupadas en producción, porque creemos que es lo más parecido a nuestros hijos, es donde nos sentimos más representadas. Y van a hablar en la Plaza los compañeros de las fábricas. Y después, el discurso de las Madres. Lo tomamos como un festejo. Y va a ser la última “Marcha de la Resistencia”.
¿Qué cierra y qué abre para ustedes este momento, esta decisión?
Nosotras sentimos que convocar a una “Marcha de la Resistencia” donde las Madres no podemos resistir las veinticuatro horas es ridículo, porque es mandar a otros a que resistan por uno. Siempre hemos hecho las cosas nosotras mismas, resistir es resistir, resistir es caminar. Me peleé, al principio, con la “Primer Marcha de la Resistencia”, cuando me decían que yo no entendía qué era resistir. Para mí, resistir es resistir, es caminar. Y hoy las Madres estamos muy viejas, ya no podemos caminar las veinticuatro horas ni veinte; a veces, ni cinco horas. Nos cuesta muchísimo y entonces creemos que el ciclo se cierra de esta manera fantástica: la Marcha número veinticinco, los mil quinientos jueves y se abren otras instancias, maravillosas: la Universidad, la escuela, la radio, tal vez un canal de televisión; entonces, tenemos otras instancias donde vamos a pelear, donde vamos a hablar. Seguiremos, por supuesto, con la marcha de todos los jueves. Esa es para siempre, para toda la vida, hasta que quede una sola Madre, marchará. Pero la “Marcha de la Resistencia”, ésta es la última.
¿Qué nos podés decir sobre la consigna convocante: “Contra el hambre que es un crimen”?
Siempre hemos marchado por nuestros hijos que reclamaban eso, después pedimos “Juicio y castigo”, todas esas otras cosas, pero siempre la resistencia se hizo de una manera muy dura, entonces, nosotras no queremos dejar eso. “Mil quinientos jueves de lucha y resistencia contra el hambre que es un crimen”, me parece que es muy redonda la consigna, y que sigue expresando que las Madres seguimos diciendo que el hambre es un crimen y que hay que solucionarlo.
¿Querés agregar algo más?
Me parece a mí que las Madres siempre hemos sido muy creativas en lo que hemos hecho y esta creación de la “Marcha de la Resistencia” sólo es posible si las Madres resistimos. Si no resistimos las Madres, se puede llamar de otro modo, marcha piquetera…, no sé, se llamará de otra manera, pero la “Marcha de la Resistencia” es la creación de las Madres, es la marca de las Madres y la resistencia de las Madres, que no claudicamos, que no vendimos la sangre de los hijos, que no negociamos nada, que no aceptamos nada que tenga que ver con la muerte; la Marcha tiene que seguir teniendo que ver con la vida, por eso, será como un festejo.
[1] Archivo Asociación Madres de Plaza de Mayo
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