Asistimos a una campaña de propaganda contra Irán en la prensa mainstream semejante a la que precedió a la guerra contra Irak. También encontramos los argumentos empleados en la preparación de la opinión occidental para la guerra contra Bagdad. No obstante, existe una diferencia capital entre los textos que condenan a Irán en estos momentos y aquellos que estigmatizaban el Irak de Sadam Husein antes de la invasión: prácticamente no se habla de la posibilidad de una guerra. El proceso de satanización de Irán marcha a buen ritmo pero hasta los neoconservadores más belicistas fruncen el ceño por el momento antes de hablar de manera explícita de conflicto armado.
Las negociaciones entre la troika europea (Reino Unido, Francia y Alemania) y la República Islámica de Irán con relación al tema nuclear iraní parecen haberse roto de forma definitiva. Las exigencias europeas, denunciadas por Mohammed El Baradei, presidente del Organismo Internacional de Energía Atómica y Premio Nobel de la Paz, sobrepasan el marco del Tratado de No Proliferación. Antes de reabrir el centro de enriquecimiento de uranio de Natanz el 11 de enero, Irán acusó a los negociadores europeos de haber adoptado el punto de vista de Washington y Tel Aviv.
Esta decisión iraní contribuyó a que se redoblaran los ataques mediáticos contra Teherán.
Somos testigos de una campaña de propaganda contra Irán en la prensa mainstream semejante a la que precedió a la guerra contra Irak. También encontramos los argumentos empleados para preparar a la opinión occidental para la guerra contra Bagdad. De esta forma, se utiliza como evidencia el hecho de que la República Islámica trate de adquirir armas nucleares a pesar de que el Guía Supremo de la Revolución, Ali Jameini, prohibiera equiparse con ellas. Irán es acusado de apoyar el terrorismo y de tratar de adquirir armas de destrucción masiva. Con regularidad se menciona, o queda sobrentendida, la amenaza de un terrorismo nuclear contra «Occidente». Como al parecer es evidente que incluso en el caso de que Irán contara con armas nucleares no podría utilizarlas sin correr el riesgo de exterminio se hace asimismo esencial insistir en el carácter irracional y fanático, por lo tanto suicida, de los dirigentes iraníes. Además, aunque desde el punto de vista técnico es imposible que Irán cuente con armas atómicas antes de diez años, en caso de que esa fuera sin embargo su intención, se insiste en la inminencia del peligro y en la urgencia de la reacción. Finalmente, al igual que en el caso de Irak, aquellos organismos internacionales cuyo discurso es diferente al de las potencias occidentales son desacreditados o sus declaraciones tergiversadas. Los partidarios de la negociación son acusados de mercantilismo o de pusilanimidad «a lo Munich».
Nada nuevo aportan estos argumentos que los lectores de Tribunas y Análisis conocen muy bien.
No obstante, existe una diferencia capital entre los textos que condenan a Irán en estos momentos y aquellos que estigmatizaban el Irak de Sadam Husein antes de la invasión: prácticamente no se habla de la posibilidad de una guerra. El proceso de satanización de Irán marcha a buen ritmo pero hasta los neoconservadores más belicistas fruncen el ceño por el momento antes de hablar de manera explícita de conflicto armado. El consenso sobre la satanización de Irán es amplio, por no decir unánime, pero no existe unidad en cuanto a la solución que debe darse al «problema» iraní.
En Francia, el diario conservador Le Figaro, propiedad del constructor de aviones Dassault, lleva a cabo desde algunas semanas un intenso trabajo de preparación psicológica de sus lectores contra la República Islámica. Primero presentó el reinicio del programa iraní de enriquecimiento de uranio como un «punto de no retorno», para luego pretender que hasta Rusia, vinculada al programa nuclear iraní, condenaba la política de la República Islámica. Esta línea editorial siguió adelante con la publicación de dos tribunas firmadas por diputados atlantistas de la UMP, el partido en el poder en Francia, que comparan a Mahmud Ahmadineyad con Adolfo Hitler.
El diputado parisino y presidente de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN, Pierre Lellouche, redactó con este fin un texto firmado por 13 diputados de la mayoría presidencial (Alfred Almont, Richard Dell’Agnola, Bernard Depierre, Claude Goasguen, Arlette Grosskost, Jean-Yves Hugon, Jean-Marc Lefranc, Lionnel Luca, Richard Mallié, Pierre Micaux, Marc Reymann, Jean-Marc Roubaud y Philippe Vitel). En opinión del autor y de los otros firmantes existe una filiación ideológica y táctica entre el Führer y el presidente iraní. Este es un argumento tradicional cuando se trata de satanizar al adversario. La comparación con Adolfo Hitler fue utilizada contra Sadam Husein durante la primera guerra del Golfo y en la guerra contra Irak así como contra Milosevic durante la guerra de Kosovo… y sólo hablamos de los casos más célebres de los últimos 15 años. Pero Mahmud Ahmadineyad favoreció el empleo de este eje de propaganda tan burdo y ya gastado, y abrió la vía a sus adversarios con sus declaraciones negacionistas y al colocar el Holocausto en el centro de un tema donde no cabía. Al repetir los argumentos clásicos de la amenaza que representa la adquisición de armas de destrucción masiva por parte de terroristas, los signatarios del texto afirman que Irán podría entregarle una a Hezbollah (que según la Unión Europea no es una organización terrorista) para atacar las ciudades occidentales (cuando en realidad Hezbollah no realiza acciones fuera del Líbano). Los diputados piden que el tema sea llevado al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (sin pedir precisamente una medida en particular). Pero ya han comenzado a preparar a la opinión pública para una falta de consenso y para una acción fuera del marco de las Naciones Unidas. Como podemos ver, esta tribuna se propone ante todo suscitar el temor en el lector sin preocuparse en lo más mínimo por la verosimilitud o la exactitud.
Otro diputado UMP de París, en este caso Bernard Debré, es autor de un texto muy similar al anterior. El hermano del presidente de la Asamblea Nacional usa y abusa de los calificativos extremos para nombrar al régimen iraní: «sanguinario», «odioso», «peligroso» y también lo compara con el régimen hitleriano. No obstante, contrariamente a sus colegas diputados, Debré sí propone una medida contra Irán: el embargo económico internacional. Esta propuesta ya había sido formulada por el senador republicano Bill Frist y ya nos preguntamos en aquel momento cuál era la lógica que yacía bajo la propuesta. Al igual que el jefe de la mayoría republicana en el Senado, el señor Debré no puede ignorar que es imposible lograr un consenso internacional a favor del embargo contra Irán. Rusia, China y la India reconocen la legalidad del programa nuclear iraní y un embargo económico sin la participación de estos países sólo tendría un impacto limitado. Además, si tenemos en cuenta el alza de los niveles de los precios del barril de petróleo nos damos cuenta de que un conflicto económico con Irán sería tal vez más perjudicial para las economías occidentales que para la propia la República Islámica. En estas condiciones, ¿qué interés tiene esta propuesta?
La satanización del régimen iraní incluye asimismo la denuncia de su fanatismo religioso. Los autores que se apoyan en este argumento recurren a la retórica de la teocracia iraní para presentar no a un régimen basado en preceptos religiosos, conservador en materia de costumbres y progresista en la esfera social, sino a una dictadura milenarista en manos de locos.
Esta opinión ha sido ampliamente difundida por el propagandista neoconservador Kenneth Timmermans en una tribuna apoyada por Project Syndicate. El análisis tenía como punto de partida, sin citarlo, un artículo de Scott Peterson publicado por el Christian Science Monitor en el que se describía el fervor religioso del presidente Mahmud Ahmadineyad y su apego a la figura del Mahdi, imán mítico del Islam chiíta.
En el New York Sun y el Jerusalem Post, Daniel Pipes, teórico islamófobo y administrador del U.S. Institute of Peace, repite, punto por punto, los argumentos ya desarrollados por Kenneth Timmermans. Pipes también da por sentado el hecho de que el presidente iraní y toda la clase dirigente de ese país piensan que se acerca el fin de los tiempos. ¿Cómo negociar entonces con un individuo que piensa que está del lado de Dios mientras se acerca el juicio final? Sin prestar atención a la coherencia, Pipes se apoya en esta imagen para comparar también a Mahmud Ahmadineyad con Hitler.
La asociación entre islamismo y nazismo no tiene como base ningún elemento ideológico concreto, pero es algo frecuente en la prensa occidental mainstream. Esta asimilación permite presentar al islamismo como el «tercer totalitarismo» (después del nazismo y del estalinismo) y, por oposición, loar los méritos y justificar las acciones del «campo de la libertad» dirigido por Estados Unidos.
La asociación entre islamismo y nazismo se ve fortalecida por el empleo recurrente de neologismos como «islamofacismo» (término común en los textos del coordinador de los halcones estadounidenses Franck Gaffney) o «fascislamismo» (neologismo más reciente observado en repetidas ocasiones en las crónicas del mediático «filósofo» francés Henri Lévy).
Por supuesto, para aquellos que divulgan estas fórmulas, la base de la unión entre fascismo e islamismo es el antisemitismo.
Esta opinión no sólo es difundida en Europa y Estados Unidos. En el diario colombiano El Tiempo, el editorialista y ex viceministro de justicia colombiano Rafael Nieto Loaiza ataca a Irán al multiplicar los lugares comunes. En opinión del autor, Irán quiere adquirir el arma atómica y constituye, a causa de su antisemitismo, una amenaza para Israel. Lamentablemente, no es posible llevar el caso al Consejo de Seguridad de la ONU pues Irán mantiene excelentes relaciones con China y Rusia (no se menciona el hecho de que Irán no ha infringido el derecho internacional). El autor multiplica las asociaciones en este editorial. De esta forma, el hecho de que Irán pueda amenazar a Israel constituye una amenaza para «los judíos» en su conjunto. Irán es asimismo un país antisemita «aunque no sea árabe», lo que sugeriría que el antisemitismo es ante todo una característica del mundo árabe. En una palabra, el autor inscribe sus ataques contra Irán en la lógica del choque de civilizaciones, teoría que no necesitaba del tema nuclear para pedir el derrocamiento del régimen iraní. El autor, partidario de un gobierno colombiano que mantiene pésimas relaciones con su vecino venezolano, aprovecha esta oportunidad para repetir las acusaciones de antisemitismo contra Hugo Chávez y recordar los supuestos vínculos amistosos que unen a Mahmud Ahmadineyad con el presidente de la República Bolivariana.
El consenso de los expertos mediáticos en sus denuncias del régimen iraní no permite sin embargo lograr la unidad en cuanto a las medidas que deben adoptarse. La mayoría de los analistas se niega además a pronunciarse sobre la solución.
Timothy Garton Ash, editorialista conservador del diario británico de izquierda The Guardian, se limita también a enumerar toda una serie de soluciones contra Irán que no funcionarán: imposible movilizar a China y a Rusia; será difícil atacar a Irán debido a los medios de que dispone gracias al aumento de las ganancias petroleras y a su peso en Irak; un ataque contra Irán eliminará el sentimiento pro occidental en el país y el apoyo a una revolución corre el riesgo de provocar un baño de sangre. En resumen, ninguna solución es deseable. El autor se limita a lanzar un llamamiento a favor de la unidad de Occidente con respecto al tema y a que cada medida sea bien pensada antes de ser adoptada. Es decir, no propone nada pero en cambio repite las acusaciones tradicionales contra Irán y sobre la locura de su presidente.
En su editorial en el Weekly Standard, semanario de referencia de los neoconservadores, y que es a su vez publicado por el cotidiano australiano The Australian, el jefe de redacción William Kristol demuestra, muy a su pesar, las ambigüedades y vacilaciones de las élites washingtonianas. De este modo rechaza las opciones que consistirían en negociar sin amenaza militar o dejarle a Israel la tarea de atacar, pero afirma que apoya las otras soluciones. Reafirma su apoyo a la diplomacia firme, a las actividades del OIEA, a la constitución de coaliciones para adoptar sanciones, a los «demócratas iraníes» con vista a un cambio de régimen, al desarrollo de las capacidades de inteligencia contra Irán y a la posibilidad de una acción militar. El hecho de que la mayoría de las opciones defendidas se excluyan unas a otras no parece contrariarle. En una palabra, Kristol también golpea el balón y se limita a recapitular todas las posibilidades sin atreverse a favorecer una de ellas.
Más resuelto, el experto en temas de seguridad del Daily Telegraph, John Keegan, opta por su parte por el bloqueo económico. En el Daily Telegraph, el Gulf News y The Age, el analista se une al coro de las críticas contra Irán. Al igual que los restantes expertos convocados por los medios de comunicación, Keegan afirma que Teherán trata de adquirir el arma atómica, amenaza a Israel y a la región, y apoya al terrorismo. Y llega mucho más lejos al asegurar que Irán está vinculado a Al Qaeda y podría haber tenido algo que ver con los atentados de Londres. No pasen por alto lo absurda que resulta esta última afirmación. ¿Cuál habría sido el interés de Irán en cometer un atentado en Londres cuando el país ya estaba amenazado por Estados Unidos pero mantenía negociaciones con el Reino Unido? Además, si Teherán utilizaba las negociaciones para ganar tiempo y desarrollar su arsenal nuclear, como afirman con frecuencia los analistas cercanos al señor Keegan, ¿qué interés tendría en provocar atentados en Londres que habrían amenazado con acortar las negociaciones? Pero nada les parece suficiente para empañar la imagen del enemigo.
Al igual que Bill Frist y Bernard Debré, el señor Keegan también recomienda el bloqueo económico. Considera que Estados Unidos no está en condiciones de librar una guerra y que se podría pensar en ataques israelíes pero que el aislamiento económico de Irán es preferible, al menos en una primera etapa. El autor no oculta que será necesario pensar en otra cosa, sin precisar cuál, en caso de que esta estrategia fracase.
El portavoz de los Muyaidines del Pueblo, Ali M. Safavi, pide también el bloqueo total de la economía iraní en el Washington Times. Sin embargo, considera que se trata de una medida necesaria pero no suficiente. Se pronuncia por consiguiente a favor del apoyo de Estados Unidos a su organización con vistas a derrocar al régimen iraní. Con ello, el señor Safavi asocia, al igual que los neoconservadores, el tema nuclear iraní al del régimen instaurado en Teherán y olvida que la voluntad iraní de lograr dominar la energía nuclear no es algo que date de la revolución de 1979, sino del régimen del shah, y se basa en las necesidades de la economía iraní. Un nuevo régimen necesitaría centrales nucleares tanto como el actual para asegurar el desarrollo económico iraní.
En Gulf News, el analista británico partidario del panarabismo, Patrick Seale, manifiesta su incredulidad ante esta campaña mediática. Recuerda que hasta que se demuestre lo contrario el programa nuclear iraní es legal y está controlado por el momento por los inspectores del OIEA. Seale muestra su preocupación ante el carácter cada vez más amenazador de las declaraciones occidentales e iraníes. El analista pide a Estados Unidos y a Irán, es probable que sin creer él mismo en ello, que solucionen la controversia que los enfrenta desde 1979 y emprendan negociaciones a favor de la desnuclearización total del Medio Oriente, única forma probable de evitar una confrontación.
Las declaraciones del señor Seale son unas de las pocas divergentes en la prensa mainstream. Como ya precisamos, no ha llegado aún la hora de pedir una operación militar contra Irán y por ello no se ha producido prácticamente una movilización en los países occidentales para denunciar el avance agazapado hacia la guerra. Durante los preparativos de la invasión a Irak, los neoconservadores manifestaron abiertamente sus intenciones lo que provocó reacciones y un gran movimiento popular de oposición. La situación actual es completamente diferente. La satanización de Irán y la deshumanización del adversario siguen su curso sin que los pacifistas reaccionen.
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