Después de eso mi cabo Lora se acercó y me chuzaba con un palo el ano y me gritaba que me iba a violar. Mi cabo Lora después de haberme restregado el pene de Sánchez, se arrodilló frente a mi cara, me cogió las orejas y me empujaba la cabeza hacia sus genitales gritando: ¡Chupe!, ¡Chupe!.
Testimonio del soldado Andrés Mejía, tomado del artículo “Torturas en el ejército” Revista Semana, No 1242, Febrero 20 a 27 de 2006.
El testimonio de Andrés Mejía, joven soldado obligado a prestar el servicio militar, lo dice todo. Es bejado, humillado, torturado, al igual que otros 20 de sus compañeros para «formar su carácter». El soldado, obligado por la necesidad, tiene que aguantar si quiere que se le entregue la tarjeta
ese raro documento que le permitiría que lo contraten en algún empresa legalizada, o inscribirse en la educación superior si tiene el dinero con que pagar la matrícula.
La denuncia desprendida de las torturas en el Batallón Patriotas, se une a los más de 500 expedientes de maltrato de superiores que se tramitan actualmente ante la justicia penal militar [1].
El testimonio de este joven soldado, no deja dudas: el ejército colombiano combina prácticas y estimula comportamientos que no se alejan de aquellos que comportan la mayoría de los ejércitos en el mundo: el valor, la fuerza, la obediencia, la disciplina y por sobre todas las cosas, la ausencia de escrúpulos, es decir, de esos impedimentos que genera la conciencia al verse sometida a una contradicción de carácter fundamental. Como se sabe, todo ejército necesita de un entrena miento para escindir del joven la capacidad para analizar o entender concientemente las implicaciones de sus actos: el asesinato, la humillación, el autoritarismo, la ofensa, todos ellos en contradicción con las enseñanzas del hogar y en general del conjunto social.
Pero esto sucede en toda estructura de poder como el ejército: “Yo era la más asustada de todos, porque era la más nueva y la más joven. Los cuerpos estaban en el piso y ellos los cortaban en pedazos. El comandante me dio la sangre para que me la tomara” [2].
“La organización tiene una disciplina muy bárbara. Hay comandantes madres, chéveres, pero hay otros que les gusta matar, que son unos asesinos. Si ese man le pasa centinela a uno y le encuentra dormido, coge unos cuchillos y le mocha, le deja en el sueño” [3].
Se rompe el silencio
Lo único sorprendente de lo sucedido en el Batallón Patriotas, es que los 21 soldados, sometidos a las torturas, hayan decidido romper el tradicional silencio construido a partir de la lógica militar de no cuestionar las acciones del superior [4].
La controversia generada por las denuncias de los soldados deja en el aire una profunda preocupación: ¿Quién de los que hemos prestado servicio militar obligatorio no tiene en sus recuerdos un abuso de autoridad, un golpe, una humillación? ¿Quién no recuerda con rabia el abuso de autoridad del superior
, o el trato desigual que reciben las personas de escasos recursos por parte de la institución?
De ahí que uno de los primeros principios que le eliminan a un soldado o militante dentro de las filas, es aquél que le permite hacer uso de su ya recortada autonomía. Friedrich Hayek hacia la pertinente pregunta, ¿qué sería de un ejército en donde cada uno de sus integrantes se cuestionara el porqué de su participación en el mismo? [5].
Vigencia de la objeción
Las prácticas dentro de los ejércitos evidencian que la participación en ellos debe quedar al libre arbitrio de los jóvenes. La objeción de conciencia debe ser un derecho. No puede ser de otra manera, de lo contrario se continuará violentando a quienes no deseen hacer parte de esa institución, violentando desde el mismo Estado la libertad de conciencia (Art.18 ) que instituye y legaliza la Constitución Nacional.
Debemos reforzar esta opción entre toda la juventud. Pero también implementar acciones que nos permitan resistir y denunciar la institución militar, levantando alternativas de vida entre quienes tienen que padecerla. Llegó la hora, en tanto el servicio militar nunca ha sido para los ricos, de impedir que lo continúen sufriendo los hijos de los pobres.
[1] El drama del servicio militar, MIRA, publicación 50, año 005, Btá Colombia, Marzo 1 al 31 del 2006
[2] Testimonio de “Xaviera” niña de 16 años que formaba parte de las Farc, tomado del libro: “Aprenderás a no llorar” Niños combatientes en Colombia, Human Rights Watch, Btá, Abril del 2004.
[3] Testimonio de “Adolfo” niño de 17 años integrante de las Auc, Ibid, página 116.
[4] Es importante aclarar que superior no es sólo el que por rango o jerarquía se reconoce como tal, sino también aquél que estando en el mismo rango, pero con un poco más de tiempo, se considera superior, imponiendo en últimas la permanente lucha por la subordinación dentro de las filas.
[5] Hayek Friedridch A, Caminos de servidumbre, Los fundamentos de la libertad, 1975.
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