En contra de las apariencias, la verdad es que la negociación del Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos se encuentra empantanada. Una oportunidad más para arreciar las movilizaciones populares de protesta y lograr que este entuerto no se firme de manera definitiva.
La idea de que este TLC está listo y ya no hay nada qué hacer, se ha extendido perniciosamente. Es explicable. Catorce rondas de negociación en más de dos años parecen suficientes. Y, efectivamente, el gobierno anunció, con bombos y platillos, el cierre de las negociaciones, el pasado 27 de febrero. Al parecer, todo estaba consumado. Además, hubo una cierta campaña en los últimos meses para dar esta impresión (lo que el Gobierno buscaba era sustraer el tema del debate electoral, lo cual logró en alguna medida) Pero no es verdad. Uribe, que ha tenido por cierto la mayor y más vergonzosa disposición a entregarse, no ha encontrado fácil la cosa.
El proceso en realidad no ha terminado. Por el momento, continúa la negociación (o las rogativas), ya sin formalidades de nombre y número, aunque se ha dicho que, en realidad, para Washington sólo comenzaría en agosto. Seguramente ese fue el mensaje inicial tan pronto el gobierno colombiano dio a entender un “descontento” con las traducciones, ya que, a pesar de las encuestas, para Bush era indispensable asegurarse de que su fiel servidor iba a continuar en su cargo. Posiblemente, con la victoria uribista, ya no sea necesario. Sin embargo, aunque logren terminar antes de agosto, deben esperar todavía 90 días más (previstos en la legislación norteamericana para un debate público) antes de que el Tratado pueda ser presentado al Congreso de los Estados Unidos. Se llegaría a noviembre, fecha de elecciones en Estados Unidos. Como quien dice que se prolongará la angustia de Uribe hasta el próximo año, así se anticipe a entregárselo al Congreso colombiano. Todo este tiempo, desde luego, puede ser aprovechado por quienes estamos en contra para profundizar el debate y enterrar el proyecto.
Las razones del “empantanamiento”
El último acto del sainete de las rondas, como se ha explicado, fue presentado por el Gobierno como una victoria y se dispuso por fin a dar a conocer los textos. Como tratando de minimizar lo acontecido y lo por acontecer, explicó que sólo faltaba pulir la redacción y cotejar las dos versiones, en inglés y en español, asuntos aparentemente formales, para dar por finiquitado el acuerdo. Comenzaron entonces los rumores. A los textos colocados en la página web del Ministerio de Comercio les faltaba el capítulo de agricultura con sus respectivos anexos. Reconocieron entonces, al principio de manera tímida, que la versión en inglés contemplaba algunos aspectos que no habían sido acordados o que el gobierno colombiano interpretaba de otra forma. Eso ya se había visto en el caso de Perú, y en otros tratados. Los Estados Unidos acostumbran asegurarse nuevas concesiones en la redacción final, aprovechando que, una vez en vigencia, cualquier discrepancia sobre los términos, se resolverá para ellos según su texto en inglés.
Al principio, el gobierno explicó que se trataba simplemente de acordar la descripción precisa de las “partidas arancelarias”, es decir qué tanto abarca la denominación de un producto. Pero no era tan simple. Hoy ya reconoce que están comprometidas las “líneas rojas” o sea asuntos cruciales. Recuérdese que las líneas rojas eran los mínimos que no se podían entregar, mínimos que en estos dos años se han ido rebajando descaradamente. El problema para los negociadores al servicio de Uribe consiste en que los aspectos en controversia son precisamente los que el Gobierno tuvo que transar con algunos gremios descontentos del sector agropecuario, incluso ofreciéndoles compensaciones (Agro Ingreso Seguro), como los arroceros, los azucareros, los avicultores, etcétera. Y otros que hasta ahora parecían conformes, como los papicultores. Lo grave del asunto está en que el gobierno se había comprometido con ciertos términos del acuerdo en cada caso (plazo de desgravación, nivel del arancel, salvaguardia, etcétera) y ahora resulta que los términos son otros.
Son muchos y de minucioso detalle los aspectos en controversia. Parecen insignificantes pero ya se sabe que en los contratos el veneno está en la letra menuda. Por ejemplo, salieron a relucir nuevamente los cuartos traseros de pollo, porque los gringos argumentan que lo que nos van a exportar son cuartos sin hueso y gallinas viejas y esos no estaban comprendidos en el acuerdo respectivo. Otro asunto que ha producido la rabia de ciertos empresarios consiste en que el soborno para que aceptaran el tratado consistía en que se les garantizaba la comercialización en Colombia de las importaciones del producto y ahora resulta que los gringos no admiten haber aceptado eso. Y otra perla más: En casos como los de la carne, las papas y otros, los gringos no reconocen el control sanitario del ICA, con el riesgo que eso va a significar para la salud de los colombianos. Y no se ve cómo se van a defender los negociadores pues el gobierno dice desde hace rato que el ICA es una entidad burocrática e ineficiente.
La transacción interna para facilitar la entrega
Está en problemas el señor Uribe, con todo y sus siete millones. Tiene que volver a convencer a sus amigos descontentos y hasta furiosos. Lo peor es que ha perdido credibilidad. Parece que por fin se dan cuenta, y ojalá lo entienda todo el país, que ese es su estilo de vendedor de específicos. “Faltonear” se dice en la jerga popular. Porque, por su parte, los Estados Unidos no le van a hacer concesiones, así sea su “mejor aliado; por el contrario, en esta última fase, le van a sacar todavía más. Y ya los flamantes negociadores colombianos deben haber comprendido que a los gringos no se les puede “poner conejo” en la redacción, como se acostumbra aquí. En realidad es más lo que Uribe le debe a Bush que a la inversa. Sobre todo ahora que la “ayuda” militar, en nombre de la supuesta guerra contra el narcotráfico, está en la mira de todas las fuerzas políticas en Estados Unidos. Lo único que le queda a Uribe es entregar hasta lo último.
No se sabe todavía cuál será el desenlace aunque podemos preverlo. Pero, de todas maneras, el debate nos favorece. Es cierto que con el juego de las “líneas rojas” han logrado reducir los aspectos problemáticos del tratado a sólo ciertos asuntos que son los que interesan a algunos gremios económicos y amigos de Uribe. Y nosotros sabemos que la sustancia del Tratado, en lo fundamental, que tiene que ver además con las garantías a las multinacionales, los servicios, la propiedad intelectual, etcétera, ya está entregado y ni siquiera se discute. Pero podemos aprovechar la coyuntura para profundizar el debate. Y sobre todo, para movilizar el conjunto de las fuerzas populares que en definitiva son las que pueden enterrar el Tratado. La oportunidad es única, no la desaprovechemos.
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