El proyecto de reforma tributaria fue dado a conocer el pasado 5 de julio. Entre algunos congresistas, empresarios y “expertos”. A la opinión pública llegó solamente algo de lo que recogieron los grandes medios. Sin embargo, es fácil darse cuenta que se trata de la reforma más regresiva de cuantas se han hecho en los últimos años.
Alguien dijo, una vez, que solamente en Colombia a un pueblo se le ocurría votar masivamente por quien le prometía aumentar impuestos. Eso, que no ocurre en otras latitudes, sucedió aquí con Uribe, y antes, en Bogotá, con Antanas. Porque, contrariamente a lo que piensa Julio Roberto Gómez, presidente de la CGT, aquí no hay “deslealtad”; desde el año pasado y tal vez desde antes, se sabía que en el segundo cuatrenio vendría otra reforma tributaria. Es más, sus contenidos habían sido indicados, o mejor, ordenados, por el FMI. Y formaba parte de uno de los acondicionamientos necesarios al TLC. Al parecer el candidato Carlos Gaviria no tenía razón: este pueblo sí es masoquista.
La pieza maestra
Quienes sí tenían razones para votar por el Mesías eran los empresarios. Junto a los más connotados tecnócratas neoliberales ya se apresuraron a celebrar ésta como un prodigio de reforma “integral y estructural”. Es claro, su objetivo principal es la reducción del impuesto de renta de las empresas, acompañado de otros beneficios. Si acaso, algunos, como los banqueros, se atreven a quejarse de insuficiencias, y otros, como los del sector agropecuario, quisieran obtener más exenciones y privilegios. Algunas de sus piezas maestras son las siguientes: Reducción de la tasa del impuesto de renta de 38.5% (que incluía sobretasa) a 33% el primer año y a 32% en el segundo. Aquella tasa, que los neoliberales consideran “la más alta del mundo”, en la práctica ha sido de 13% gracias a la gabela de que han gozado las empresas por “reinversión de utilidades”. Y esta gabela no desaparece del todo en el proyecto, simplemente se reemplaza por otra similar, y hasta mejor, que les permite deducir como costo la totalidad de la inversión realizada en el año, disminuyendo el monto gravable de las utilidades. En ese sentido, todo el escándalo que habitualmente arman los “expertos” en relación con las indeseables exenciones queda en lo que siempre ha sido: pura hipocresía. Como si fuera poco, se mantienen las exenciones llamadas “diferimentos de impuestos” que benefician a algunos de los amigos de Uribe, los palmeros y los hoteleros. Y no paran ahí los beneficios: Se eliminan la renta presuntiva y los ajustes por inflación. Por último, se va a eliminar progresivamente el 4 por mil, desde luego, no pensando en los ciudadanos sino en un estímulo a la “bancarización”, es decir, a favor de los grandes grupos financieros.
La justificación teórica de estas descaradas rebajas es ya un lugar común. Se trata de hacer “más competitivo” el país, exclaman todos en coro. Para atraer la inversión extranjera y para aprovechar el TLC, agregan. Aunque, en realidad, esas rebajas, acompañadas de innumerables garantías para las multinacionales, son concesiones que se otorgan en el mismo tratado. Paradójicamente, las principales virtudes que los mismos neoliberales le encuentran. Desafortunadamente, otros países subdesarrollados (sobre todo en materia de dignidad), están haciendo lo mismo. Al final, todos seremos “paraísos fiscales” como Bahamas.
Como siempre, hay un Paganini
Desde luego, tantas rebajas no podían menos que implicar una reducción de los ingresos del Estado. El gobierno ha dicho, sin embargo, que, precisamente, una de las virtudes excepcionales de esta reforma consiste en que no busca, como otras, un aumento de los recaudos. Salvo el que se prevé por el crecimiento de la economía. Por ejemplo, para este año de 2006 se ha estimado un ingreso tributario total de 48.7 billones de pesos, superior a los 42.2 billones de 2005. Y, para el 2007, se dice que la economía crecería otra vez más de 5%. Pero los gastos, como todos sabemos, continuarán creciendo y no en virtud de objetivos sociales sino por el servicio de la deuda, gasto militar (parte del cual este gobierno considera “social”), gastos en infraestructura y corrupción.
Como siempre, la solución será nuevo endeudamiento, pero aún así los ingresos tributarios son insuficientes. Ese es por cierto uno de los principales problemas de nuestro régimen tributario: Independientemente de las tasas, la verdad es que la proporción de recaudos con relación al PIB es en Colombia muy baja. Un poco más de 15%. Los ricos, en la práctica, gozan de exenciones; además, es enorme la evasión y la elusión. Téngase en cuenta además que, como resultado del TLC, el recaudo por aranceles caería abruptamente, por lo menos a partir del 2008. Habría que compensar, entonces, la disminución más que probable de los recaudos. Y si se disminuye, incluso formalmente, lo correspondiente al impuesto de renta de las empresas, no queda más que aumentar el que recae sobre los ingresos personales y el favorito de estos gobiernos neoliberales: el impuesto indirecto que cae sobre los consumidores. Principalmente el famoso IVA.
Las afugias de la clase media
Ya en anteriores reformas tributarias habían logrado ampliar la masa de contribuyentes (se calcula que de 350.000 pasaron a 1.200.000) y supuestamente disminuir la evasión de pequeños comerciantes y profesionales independientes. Con espíritu policivo se generalizó el sistema de retenciones en la fuente. En esta oportunidad se busca que un mayor número de “negocios” pasen del régimen simplificado al común y queden obligados a cobrar y pagar impuestos y a facturar y declarar bimestralmente el IVA. Pero el mayor golpe lo reciben los asalariados de “clase media” con una justificación que no deja de exhalar un cierto tufillo demagógico. Para aquellos que pasen de siete salarios mínimos (dos millones ochocientos) se elimina la renta exenta, y los beneficios o deducciones por aportes voluntarios de pensiones, intereses de vivienda, salud y educación y las cuentas de ahorro para fomento de la construcción. ¡Ahí si hablan de eliminación de exenciones! La parte demagógica consiste en que el mínimo de hoy no es de siete salarios sino de cinco, con lo cual la reforma “salvaría” esta franja de asalariados. Entre siete y veinte salarios mínimos quedarían gravados con 15% y después de ese límite con 33%.
Esta es una de las principales preocupaciones de los Congresistas que van a aprobar la reforma y es fácil pronosticar que ese es uno de los pocos puntos en que se volverán oposicionistas.
Pero, sobre todo, el pueblo
Sin embargo, la mayor compensación de la disminución del recaudo provendrá de la nueva reforma del IVA. A nombre de la simplificación, quedan solamente tres tasas. El secreto consiste, en primer lugar, en que significa un aumento pues la más generalizada que era de 16% pasa a 17%. Cubre vestuario, calzado, muebles, electrodomésticos, productos procesados y artículos de aseo entre otros, además de servicios como el de restaurantes. Y en segundo lugar en que se amplía la base a prácticamente todos los productos de la canasta familiar. Cubre todos los tubérculos, legumbres, hortalizas, el arroz, el maíz y el pan, las frutas, las carnes, y las herramientas, entre otros. Inicialmente incluía los servicios públicos domiciliarios, pero recientemente el ministro de hacienda aceptó excluirlos. Curiosamente, los llamados bienes de lujo que tenían diversas tasas por encima de 16% quedan, otra vez en nombre de la simplificación, bajo una tasa única de 25% lo cual significa, para algunos, especialmente los importados, una rebaja apreciable. Nótese que ésta era una de las exigencias de los Estados Unidos en el Tratado de Libre Comercio.
Aspiran, con esta reforma del IVA, a recaudar más de 4 billones de pesos adicionales. La vía fácil de los neoliberales. Ahora se nos presenta dicha ampliación de la base como otra eliminación de exenciones; no las que disfrutan los ricos sino las pocas que alivian a los pobres. En contra de la acusación de regresividad del impuesto indirecto, que reconocen todos los tributaristas, dicen que los ricos también comen papas y es injusto beneficiarlos. Y como ya la corte Constitucional había hundido en el pasado esta ampliación por atentar contra la equidad, ofrecen devolverle a los más pobres lo pagado por el nuevo IVA. Los más pobres serían los clasificados en el Sisben 1 y 2. Sistema “novedoso” y otra vez de focalización, que huele a clientelismo o por lo menos a populismo, de evidentes dificultades operativas: Tendrían que devolver por anticipado a principios de cada año una suma fija, sin importar lo gastado, que ya calcularon “a la brava” en 294.000 pesos. Se les reduciría la aspiración de la reforma del IVA en un poco más de 1 billón de pesos, por lo cual nos conminan a quedar profundamente agradecidos.
Lo más grave del caso es que, en estos neoliberales, ni siquiera el populismo es sincero. En el fondo lo que buscan es apalancar una medida que ya tomaron y forma parte de su próxima reforma financiera: la conversión de establecimientos comerciales o de servicios en “corresponsales bancarios” con funciones de captar depósitos e incluso otorgar créditos en pueblos, veredas y hasta barrios urbanos, por cuenta de las grandes entidades bancarias. Profundizar la bancarización, la llaman. En esta ambición sin límites, los grupos financieros han descubierto que los pobres pueden ser buenos y jugosos clientes, bajo el viejo principio de que de grano en grano...
Contra el reformismo autoritario
Como ya se dijo, la celebración que está haciendo la oligarquía de esta nueva y prodigiosa iniciativa del Mesías, se basa en que, por primera vez en la historia, se trata de una reforma tributaria integral y estructural. Es tan generosa que no busca incrementar coyunturalmente los recaudos sino un nuevo régimen tributario. Y, en efecto, lo que hace es cambiar la estructura de las fuentes de los recursos. Del impuesto a las utilidades hacia el impuesto indirecto que recae sobre los consumidores y hacia las rentas personales. De los ricos hacia los pobres. Pero no es tan novedosa. Forma parte del recetario neoliberal que ya se había iniciado en el Gobierno de Barco y profundizado con las reformas de Gaviria, cuando, después de la primera apertura, y en el curso de los años noventa, se vio cómo la proporción de los recaudos por tributación indirecta progresivamente se acercaba al representado por la directa. Por eso, nuestro flamante Ministro de Hacienda habla de “Modernización”; lo que no sabe es que en otros países ya vienen de regreso.
Lo que sí es cierto es que es esta integralidad lo que debe discutirse, independientemente de los detalles de la reforma. Un tema para que, por ejemplo, el Polo honre el compromiso de ser oposición (es decir, gobierno alternativo) que, en buena hora, expresó su candidato presidencial.
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