Gabriela Mistral aborreció muchas cosas de los chilenos. La hacían padecer la belicosidad, la envidia, las borracheras colectivas, la arrogancia, los espejismo de la fortuna y la credulidad en las promesas de los políticos. En Chile no me quieren, decía. "La cursilería del chileno me empalaga, los orgullitos, la soberbia y la maledicencia ociosa y temeraria. Más limpia y agradada me deja hablar con un indio", apuntaba en un cuaderno de memorias cuando estaba en California.
Sufrió en carne propia la mordedura ponzoñosa del pelambre y tuvo, casi siempre, relaciones difíciles con el Chile oficial; salvo con el presidente Pedro Aguirre Cerda de quien se sintió cercana. Abominaba de los "espadones" y los "hombres de botas", porque amaba la paz y el entendimiento fraternal. No soportaba la mitología patriotera y prefería la mansedumbre del huemul a la vocación carnicera del ave nacional sustentada en la carroña. Menos cóndor y más huemul, pedía.
Gabriela amaba a los hombres sencillos de su patria y a otro Chile, embellecido por el recuerdo de la niñez. Sentía que el Valle del Elqui era su tierra matriz, con durazneros, damascos, parras e higueras, con pequeños huertos fragantes a romero, menta y cedrón junto al río que baja entre cerros áridos. Quería a los mapuche, a los campesinos y los niños eran su fantasía. En uno de los últimos cuadernos de memorias escribió pesarosa: "Con los años nos vamos reduciendo a escombros. ¡Cuánto temía esto yo cuando era una muchachita elquina que no se cansaba de trepar los peladeros buscando flores y piedras y cómo echo de menos los ojos de gavilán con que deletreaba las brumas más lejanas y hasta el temblor del pelaje de un conejo al otro lado del Valle! Tuve ese surco de surcos, mi Elqui patrio, más conocido para mí que mis versos o el mapa de mis manos y lo tuve por rebose de unos sentidos certeros y alertísimos. Nada de eso vuelve".
El mundo añorado emerge con rasgos arcádicos en el Poema de Chile, que apareció diez años después de su muerte en una edición que ha sido criticada por especialistas. La historia es curiosa. Algunos la remontan a los años 30, cuando habría comenzado a escribirlo, pero es más probable que haya empezado en la década siguiente. Fue un proyecto interminable que cambió en el camino. Palma Guillén, secretaria suya, habla de un "Recado de Chile", un inmenso poema de cien mil versos. Matilde Ladrón de Guevara la recuerda en su casa italiana de Rapallo escribiendo en un cuaderno de gran tamaño dividido minuciosamente por temas.
Fernando Alegría cuenta que alrededor de 1946, Gabriela le dijo que trabajaba en un largo poema que él entendió era un canto a Chile. En algún momento, tal vez cuando presentía los pasos de la muerte, los planes cambiaron. El Poema de Chile no alcanza los cuatro mil versos.
Cuando preparaba su último viaje a la tierra natal, en 1955, dijo misteriosa: "Iré a recorrer el país, de la mano de un niño", como sintiendo que el viaje lo haría espiritualmente, en compañía de su adorado Yin Yin -Juan Miguel Godoy- que se suicidó en 1943, a los 17 años, y que nunca conoció los cerros, los valles y los mares agitados del país de Gabriela.
El poema
Escrito en octosílabos -como los versos del romancero- tiene un argumento muy sencillo. Gabriela, muerta, baja a la tierra chilena en condición de fantasma. Encuentra a un niño indígena, un pequeño diaguita, con el que parte de viaje. Los acompaña un huemul que para Gabriela es también ciervo. Es un recorrido imaginario de Gabriela con un niño -que le dice "mama"- y que es, sin duda, representación de Yin Yin.
Gabriela viva se asume muerta y hace que el joven muerto reviva en el niño indio. Viene a recorrer la tierra a la que no puede acceder físicamente, prisionera de una zozobra que no puede afrontar. Camina por los paisajes chilenos con el niño al que va contando cosas que atesora en el recuerdo. A Gabriela le gustaba narrar cuentos populares, uno de ellos era "el cuerpo repartido", en que los miembros del cuerpo humano vuelan en la noche para instalarse en distintos lugares. En el Poema eso no ocurre. Viene única, no dividida. Desciende bellamente en la primera estrofa de "Hallazgo": "Bajé por espacio y aires / y más aires descendiendo, / sin llamado y con llamada / por la fuerza del deseo / … / y arribo como la flecha / éste mi segundo cuerpo / en el punto en que comienzan / Patria y Madre que me dieron". El tono clásico pronto es alterado por giros y términos vernaculares que hacen al poema inconfundiblemente chileno.
Comienza el viaje desde el norte: desiertos, tierras blancas de sed, pájaros, plantas, el Valle Central, mares y nieves, ríos, las islas australes, la Patagonia. No hay personas identificables, sino seres colectivos, campesinos, artesanos, pescadores, mapuche, mujeres. Casi no aparecen ciudades y las pocas que acepta, merecen pocos versos. No olvida los escenarios que la hicieron sufrir y borra a Vicuña y Temuco. Santiago tampoco se salva. En otro cuaderno de memorias escribió: "Santiago para mí es intocable. Se ha vuelto una superciudad, caliente y bochinchera, presumida y peligrosa para cualquier ser que diga lo que piense y piense en contra de ese conglomerado loco y vanidoso". Y en otro apunte: "En mí no existen las ciudades de Chile; existen las aldeas míseras del Valle de Elqui, en las cuales me crié, sobre todo Montegrande".
Las montañas están siempre presentes: "En montañas me crié / con tres docenas alzadas / Parece que nunca, nunca / aunque me escuche la marcha / las perdí, ni cuando es día / ni cuando es noche estrellada / y aunque me vea en las fuentes / la cabellera nevada / las dejé ni me dejaron / como a hija trascordada".
En el Poema, Gabriela opta por el camino recatado de la invención personal e íntima del país y descarta internarse en la historia para emprender su reconstrucción y soslaya la épica del pueblo. Con todo, no faltan los atisbos sociales. Fiel a su conocida definición de "vieja agrarista" partidaria de la reforma agraria, en "Campesinos" lamenta que no tengan "un canto de suelo" mientras sueñan con la tierra propia, después imagina que la tierra se entrega "a los Juanes y a los Pedros".
No les falla Gabriela a los mapuche cuando le cuenta a su pequeño compañero de viaje que "ellos eran dueños de bosques y montañas / hasta el llegar de unos dueños / de rifles y caballadas. / Ellos fueron despojados. / Pero son la Vieja Patria / el primer vagido nuestro / y nuestra primera palabra". Y le dice a su amiguito: "Nómbrala tú, di conmigo: / brava gente araucana. / Sigue diciendo: cayeron. / Di más: volverán mañana".
Recorren y recorren el territorio en un peregrinaje en que se apropian de lo esencial. Finalmente, Gabriela descansa y sabe que tiene que volver al lugar en que estaba. Ha sido llamada "por un silbo" de su Dueño y debe irse. Satisfecha por haber bajado a salvar al niño atacameño, que entiende suyo, y por haber sentido el aire y palpado -como dice- el agua y la Tierra.
El misterio
Si el Poema resultó en definitiva como lo conocemos, ¿por qué no se publicó en vida de Gabriela? O bien, al no considerarlo terminado, ¿por qué lo dejó inconcluso?
No hay una respuesta clara. Puede pensarse, sin embargo, que no quiso terminarlo. Prefirió dejarlo como obra abierta, voluntariamente inacabado, porque al escribirlo y al estar pensando en él vivía en Chile, en ese Chile que amaba, fulgurante en el recuerdo y la imaginación, una tierra fabulada con el tiempo, espacio mágico que la acompañaba en la trashumancia y la hacía vivir.
Así lo destaca el profesor Grínor Rojo cuando escribe: "…en los últimos quince años de su vida, Gabriela Mistral no vive en ninguno de los varios lugares por los que ’pasa’, menos todavía en un Chile que visita a la fuerza. Vive en el único sitio donde quiere y puede vivir, en el interior de su Poema de Chile. Por eso no lo termina. Terminarlo, cerrarlo y publicarlo era terminar con el aire necesario para su respiración".
Gabriela-fantasma camina por Chile llevando de la mano al niño indio, que le pregunta y aprende de ella, como le hubiera gustado lo hiciera Yin Yin. Lo conduce donde quiere y le muestra lo que quiere y, al mismo tiempo, le oculta muchas cosas: lo feo, los usos sórdidos, las ciudades llenas de hombres y mujeres ávidos, la explotación, la miseria extrema, la destrucción de la naturaleza. Le muestra el país que ansiaba que existiera y siguiera existiendo, un anhelo imposible, sólo elaboración ideal, utópica, propia de un tiempo desaparecido. Una especie de Arcadia incompleta, no la mansión de la felicidad y la inocencia. Pero que podría, tal vez, construirse si los hombres fueran distintos.
Obras consultadas:
Poema de Chile, Gabriela Mistral.
Genio y figura de Gabriela Mistral, Fernando Alegría.
Bendita mi lengua sea. (Diario íntimo de Gabriela Mistral), Jaime Quezada.
Dirán que está en la gloria, Grínor Rojo.
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