La falta de educación es una condena de por vida a la pobreza. Por ello las autoridades concuerdan en que la educación es un medio para aumentar el nivel de ingresos y así superarla. Pero esto es de la boca para afuera. La realidad indica que sin dinero, no hay educación.
Son miles los adultos que ya no tuvieron educación y muchos incluso son analfabetos: por tanto no tienen la preparación mínima para acceder a un empleo estable y digno. Hay muchos jefes de hogar y padres de familia que no pueden ofrecer a los suyos la posibilidad de vivir con dignidad, por estar encerrados en el círculo de la pobreza. Pero entre quienes han tenido una oportunidad, desde 1984 hay más de quince mil personas que han egresado del Instituto de Formación y Capacitación Popular (Infocap), también conocido como "Universidad del Trabajador".
Esta institución de los jesuitas es hoy la única alternativa que tienen los más pobres para aprender un oficio. Más de 600 personas acuden diariamente a terminar su enseñanza básica o media, o a estudiar carreras como corte y confección, instalaciones eléctricas, peluquería, carpintería metálica, gastronomía, mueblería, instalaciones sanitarias y edificación. Los requisitos para ingresar son diferentes a los que exige el mercado de la educación: mínimo 18 años; preferentemente cesantes, sin oficio o subempleados; grupo familiar amplio; preferentemente personas sin casa ni previsión y con la menor escolaridad posible, inclusive analfabetos. Y mientras más profundas sean estas condiciones, más posibilidades se tiene de ingresar.
Según el subdirector de Infocap, Pedro Figueroa, son tantas las personas que están en estas condiciones y desean estudiar, que "es complicado ingresar a Infocap. Cada tres meses hacemos convocatorias y postulan alrededor de 1.200 personas para sólo 225 vacantes. Por eso hacemos tres llamados en el año, pero igual queda gente fuera". Los estudios tienen un costo de alrededor de 10 mil pesos por carrera, las que duran nueve meses en un sistema similar al de las universidades: los alumnos pueden congelar ante cualquier eventualidad, sin perder lo estudiado. "Al terminar el primer trimestre de cualquier carrera, el alumno obtiene el grado de ayudante, con el segundo el de maestro, y con el tercero el de maestro de primera", explica Figueroa. Agrega que el principal motivo para congelar los estudios es que el alumno quede cesante "porque un cesante por más que quiera estudiar, no puede gastar su poca plata en locomoción, tiene que utilizarla en mantener a su familia".
Pocas oportunidades
Las políticas de "prioridad" que aplica Infocap constituyen una excepción, según Figueroa. "Las políticas públicas destinadas a este segmento de personas, son escasas. El Estado se mueve como tortuga". Agrega que en los pocos espacios de educación para trabajadores se limitan a entregar adiestramiento para un oficio. "No se le da importancia a la persona, a su experiencia laboral, a sus sueños, a cómo resolver sus conflictos cotidianos, laborales y familiares. Se separa el proceso educativo del desarrollo de la vida en sí, es decir, de su contexto".
En Infocap se da prioridad a una formación profesional de excelencia, sin dejar de lado "una educación que haga crecer como persona". Infocap tiene una Academia de las Artes y un Observatorio Astronómico, lo que para Figueroa tiene que ver con la ética: "Los pobres se merecen una educación de calidad, con infraestructura. De hecho, tenemos mejor infraestructura que muchas universidades". Además, Figueroa dice que los alumnos-trabajadores tienen muchas cosas que aportar, como la experiencia y el saber sobreponerse a las dificultades.
Un alumno típico del Instituto vive en La Pintana y trabaja en la construcción. Para llegar a la pega a las siete de la mañana, tiene que salir de su casa a las cinco. Trabaja hasta las seis de la tarde y se va a Infocap, demorando una hora y media en micro. Llega a las 19:30, se va a las 22:30 y regresa a su casa como a las doce de la noche. "Ese ejemplo de sacrificio por salir adelante es educativo para los más jóvenes".
Alrededor de un ochenta por ciento de los egresados de Infocap perciben mejoras en sus ingresos. Incluso algunos alumnos tienen la posibilidad de continuar estudios en otra universidad. "Por ejemplo ahora está terminando lo que llamamos la escuela de negocios, donde mandamos a cuarenta alumnos a la Universidad Alberto Hurtado para un diplomado en negocios".
Maltrato laboral
La estudiante Lina Oyarzún dice: "Cuando leo mucho me duelen los ojos, pero mis hijos me ayudan y me leen". Lina egresó de Infocap tras estudiar carpintería metálica y edificación. Ahora quiere estudiar electricidad y afirma: "Si un hombre puede, por qué yo no". Su respuesta es casi un estandarte, a sus 42 años nada se le ha dado fácil en la vida.
Lina Oyarzún es originaria de Caburga, donde pudo estudiar hasta sexto básico. A los 21 años decidió venir a Santiago en busca de mejor futuro. Pero su falta de educación arruinó sus planes. "Me costó mucho encontrar trabajo, y cuando lo tenía me discriminaban, me trataban mal. Incluso tuve que dejar a mis hijos en un internado para trabajar en cualquier cosa". Trabajó como cartonera, arreglaba cualquier cachureo y lo vendía. Aprendió a componer cocinas, estufas y lavadoras y se desempeñó como nana, "pero mis patronas me decían que era inservible, maleducada y otras cosas".
Lina tuvo que convivir con el maltrato de su pareja, que falleció este año. "Pudiendo ser buen esposo y padre, no quiso serlo porque tampoco tenía educación. Me pegaba y se tomaba toda la plata. Yo tenía que salir a cartonear para mantener a mis hijos; era una vida terrible". En una de las salidas en busca de cartones, Lina descubrió Infocap, pero pasaron diez años antes que ingresara a estudiar. "Me hizo muy bien, hacía años que no me ponía a leer y escribir. Ahora me acostumbré a estudiar".
Pero Lina reconoce que ha topado con otros obstáculos: "El problema es que cuando la gente ve una mujer realizando carpintería o soldadura, no confían en una". Y pese a esta discriminación, Lina señala que lo aprendido le ha servido de mucho. "Me hizo crecer como persona, me enseñó a valorarme, y de todas formas igual sale uno que otro pololito". Lina se las ha arreglado para vivir en La Pintana y hacerse cargo de cinco hijos, dos niñas estudian en la universidad, "y siempre les recalco que tienen que estudiar, porque es la única solución para evitar tanta pobreza y discriminación".
Cada año cerca de 500 voluntarios imparten el sesenta por ciento de las clases. Según el subdirector de Infocap, esta experiencia permite a los voluntarios comprometerse con la superación de la pobreza y la búsqueda de mayor igualdad y justicia.
Carmen de la Maza, ingeniera comercial de 27 años, vive en Providencia y además de su trabajo se da tiempo de impartir clases en Infocap. "Ser voluntaria es una inquietud que siempre he tenido. Estudiar algo que me enseñó cómo ganar plata, me llevó al otro lado, al aspecto social, que es muy enriquecedor". Carmen señala que además de ayudar a que otros tengan oportunidades, también ha aprendido de sus alumnos: "Tienen sabiduría de vida. Es gente super valiosa, produce admiración saber que se las arreglan para sobrevivir con muy poco. Para eso se necesita mucha inteligencia".
De cargador a microempresario
Aquiles Cordero, a los 47 años, está agradecido de la educación que obtuvo en Infocap. Su madre falleció cuando tenía siete años y su padre se desentendió de él y sus hermanos. Fue a dar a un internado, donde sólo se le entregó educación básica. "En ese hogar me criaron, pero sin amor, y después de octavo me mandaron a trabajar y la plata me la quitaban", recuerda Aquiles. A los quince años se arrancó del hogar y no le quedó otra que dormir bajo un puente del Mapocho.
Tiempo después se reunió con su padre, pero debido a la difícil situación económica estaba obligado a trabajar en cualquier cosa, "vendiendo café en la calle, cargando ripio en camiones, de junior, haciendo aseo y mandados, etc.". Todas esas pegas tenían algo en común: por carecer de educación se le pagaba muy poco y era mirado en menos. El trabajo más digno que obtuvo fue como vendedor de confites. Pero en 1999 fue despedido. "Entonces mandé más de setenta currículum a distintas partes y de ninguna me respondieron". No tuvo otra opción que trabajar como cargador en Lo Valledor, por una paga miserable.
"Me sentía como una máquina que sólo servía para cargar y descargar. Como persona estaba destruido, no me gustaba lo que hacía, tenía que levantarme a las tres de la mañana, tres veces me cogotearon, sentí que hasta ahí llegaba mi vida".
Entonces le hablaron de Infocap y decidió intentarlo. "Cuando fui a clases llegué tan nervioso como un niño. Pero se me abrió otro horizonte, nací de nuevo. A mis 47 años veo con esperanza veinte años por delante, porque ahora tengo una carrera". Aprendió instalaciones sanitarias y se está preparando como monitor, además de haber realizado un curso de formación de microempresas, que le permitió instalar una verdulería. "Desde que estudié estoy con pega dedicado a mi negocio. Cuando me queda tiempo hago algún pololito en instalaciones sanitarias". Su acceso a educación, y luego al trabajo, le ha permitido estabilidad para él y su familia
El pobre no sabe que sabe
El subdirector de Infocap, Pedro Figueroa, se molesta con la estigmatización del pobre como sinónimo de tonto. "Mucha gente tiene un alto C.I. pero si cae en la extrema pobreza, no va a saber cómo sobrevivir". Por el contrario, miles de personas de escasos recursos sobreviven, crían hijos y forman una familia feliz sin un peso. "Esa gente tiene una inteligencia que les permite salir adelante", recalca Figueroa.
"Los pobres no tienen un pelo de tontos. Su problema es simplemente falta de oportunidades. Hay que hacer que los pobres sean conscientes de sus propias capacidades". Según Figueroa, sólo cuando la gente comprende que tiene aptitudes y capacidades, puede mutar y mejorar su calidad de vida.
Recuerda una oportunidad en que estaban impartiendo clases de matemáticas a un grupo de mujeres, y mientras explicaban la suma, una señora de alrededor de cuarenta años se vio en serias dificultades. De repente se cansó y dijo: "Yo no puedo aprender. Soy negada para las matemáticas, siempre me iba mal en el colegio". Entonces el profesor le respondió: "Señora, ¿usted va a la feria? Sí, respondió ella. ¿Y con cuánto dinero va?, le preguntó el profesor. Con cinco lucas, dijo la señora. Y el profesor preguntó: ¿Y la hacen lesa con el vuelto? La señora respondió: No, pues, cómo se le ocurre". Ahí vino la tajante respuesta del profesor: "Entonces, usted sabe matemáticas, pues señora".
Estas situaciones son comunes al trabajar con adultos, explica Figueroa. "Con ellos se debe enseñar desde lo práctico hacia lo teórico. La gente no sabe que sabe, o no valora el conocimiento que tiene. Si uno ilustra el conocimiento a partir de la cotidianidad, seguro que aprenden: depende del método"
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