Los altos niveles de consumo previstos para este año han comenzado a cumplirse, aun cuando estas proyecciones se expresan de manera muy desigual. Con una expansión del PIB de 6,1 por ciento el año pasado, las ventas del comercio detallista aumentaron un 4,5 por ciento, fenómeno que durante 2005 tenderá a nivelarse. Un reciente informe de la Cámara Nacional de Comercio (CNC) estima que las ventas presentarán este año un mejor comportamiento, derivado de una expansión del consumo en torno al seis por ciento anual.
El informe, sin embargo, tiene matices. Aun cuando la demanda interna marque un seis por ciento, “castigamos la expansión de las ventas del comercio en una magnitud acorde al nivel de desocupación relativa que se proyecta en la economía para 2005, lo cual inhibe al sector para alcanzar su potencial de expansión en ventas”. Una advertencia que se apoya en un hecho concreto: la tasa de desempleo, que en 2004 cerró en un promedio de nueve por ciento, no logrará remontar de manera sensible en 2005. Las mejores proyecciones ya la establecen en un ocho por ciento.
Si esta es una visión promedio en el consumo y las ventas, una mirada más atenta nos permite detectar un verdadero boom en algunos sectores y segmentos. A modo de ejemplo: a enero pasado las ventas de automóviles nuevos registraron un crecimiento de 30 por ciento respecto a enero de 2004, salto cuantitativo que no es un fenómeno puntual, sino un proceso iniciado hace por lo menos un año. Durante todo 2005 estas ventas crecieron más de un veinte por ciento.
Como otro dato de esta diferencia, las grandes tiendas de departamentos tuvieron el año pasado no sólo un salto en sus ventas, sino también en sus ganancias. Si alguien vende, son estas casas; si algo se vende, son productos caros. Y podemos preguntarnos cómo se vende. Obviamente, no por mejores salarios o mayores empleos -ya lo dice la CNC-, sino a través de créditos. Para ello basta echar un vistazo a los préstamos de consumo: a febrero pasado aumentaron un 20 por ciento respecto a un año atrás.
Mientras las ventas generales del comercio minorista crecieron un 4,5 por ciento el año pasado, y las de los supermercados en poco más de un seis por ciento, las grandes cadenas han venido gozando de otra realidad, con enormes aumentos en su facturación. Una realidad que comienza por Falabella, sociedad que anotó ventas en 2004 por US$ 2.885 millones, las que representaron una expansión del 47 por ciento respecto a las registradas en 2003: reportó ganancias por US$ 225 millones -un 24 por ciento más que el año anterior- que ubican a Falabella como el mayor operador de comercio minorista (o retail) del país.
El otro gran grupo que comparte estos resultados es Cencosud, operador de Jumbo y Santa Isabel, entre otros, y futuro controlador de Almacenes París. Cencosud obtuvo ventas por US$ 2.475 millones y utilidades por US$ 90 millones, un once por ciento más altas a las de 2003. En promedio, los grandes actores de las multitiendas -Falabella, Almacenes París, Sodimac, Ripley y La Polar, entre otros- elevaron sus ventas en un 30 por ciento, en tanto los grandes supermercados -D&S y Jumbo, básicamente- las incrementaron en una tasa similar, lo que expresa la creciente concentración de las ventas en los grandes operadores.
En el sector de los supermercados y las farmacias es posible también apreciar la fuerte y creciente concentración de las ventas: una cadena, D&S, ostenta el 30 por ciento del mercado, en tanto entre Cencosud y D&S, abarcan casi el 50 por ciento. En las farmacias ocurre algo muy similar, sector en el que tres cadenas -Ahumada, SalcoBrand y Cruz Verde- tienen prácticamente todo el mercado.
Venta de créditos
El negocio de las tiendas de departamentos, supermercados y farmacias no está hoy en la venta de productos, sino en el crédito. Falabella, líder indiscutible del ramo (en el futuro le surgirá la competencia de Cencosud con Almacenes París), que tiene el 52 por ciento de las ventas sectoriales y también lidera el mercado de las tarjetas de crédito de multitiendas, merece observarse como caso emblemático. Este conglomerado comercial, que se ha ampliado hacia los malls, la venta de medicamentos, insumos para el hogar, la construcción, la banca, la agricultura, la lechería y las empresas sanitarias- ha logrado absorber la capacidad de consumo de los sectores medios mediante la venta a crédito. Es éste su principal negocio, el que, pese a esporádicas intenciones gubernamentales, no está regulado. A diferencia de la banca propiamente tal, las tarjetas de crédito de las multitiendas y los supermercados no tienen techo respecto a las tasas de interés. Una situación que ha sido frecuentemente comprobada por los estudios que realiza el Servicio Nacional del Consumidor.
Es un nuevo y rentable negocio libre de regulaciones, el que está orientado hacia los sectores medio y medio bajo, entre los cuales se hallan muchos consumidores que no tienen acceso al sistema financiero regulado. Un negocio basado en el crédito y el cobro de altos intereses permite, incluso, la venta de productos al costo. La competencia sin posibilidades de financiar a su cliente está aquí perdida.
Se trata de un sector en auge y en pleno reacomodo, como la reciente toma de control de Almacenes París por parte de Cencosud, cadena de supermercados hasta ahora ausente en el negocio de las multitiendas. Un negocio apoyado en el fuerte uso de las tarjetas de crédito, que permite obtener una clientela cautiva y en muchos casos carente de otros instrumentos de pago.
La concentración del mercado en muy pocos agentes no es exclusiva de este sector. Este proceso lleva a una concentración de los beneficios y de la oferta que facilita una alta posibilidad de prácticas ilegítimas, eliminación de puestos de trabajo y sometimiento del usuario a los intereses de la empresa. Son todos atributos de sectores con los cuales el consumidor vive -y también padece- su realidad cotidiana. La concentración, que ya hemos visto en otros sectores como la banca o las telecomunicaciones, no sólo atenta contra los intereses del consumidor, sino también destruye la competencia más débil y distorsiona las relaciones con los proveedores, en muchos casos pequeñas y medianas empresas. El poder de compra, en ciertos casos cercano al oligopolio, impide una negociación justa con el proveedor.
La competencia ha de hacerse en igualdad de condiciones. No es lo mismo una transnacional que una empresa familiar. Se diferencian en todo, menos en la lucha por el mismo mercado. Sólo regulando puede existir esta competencia, así como ocurre en los deportes, que para asegurar la mínima competencia han de separarse por categorías. El boxeo es un buen ejemplo, pero este principio básico se aplica a muchas otras prácticas deportivas.
Si lo requiere el espectáculo deportivo, con más argumentos tendríamos que regular los mercados. Pero la racionalidad económica no admite este tipo de raciocinios. Los mercados libres no están para hacer deporte, sino para ganar dinero. Estos mercados se han apartado de toda racionalidad y son sólo un instrumento, una máquina gigantesca, enloquecidos procedimientos de generar utilidades. Los medios para crear estas ganancias no importan: puede ser la simple especulación monetaria, la producción o los servicios. No importa cuál es el rubro; el objetivo es la ganancia. Y, por cierto que bien lo sabemos, tampoco interesan los efectos ya sea en el empleo, sobre los consumidores o sobre todo el entramado social
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