Para muchos siempre resultó una gran incógnita, un enigma, el hecho de que el Comandante en Jefe Fidel Castro hubiese aceptado la invitación de Oswaldo Guayasamín para un encuentro, luego repetido otras veces, lienzo por medio.
La de ellos fue inobjetablemente una amistad a primera vista, que echó raíces en lo profundo de la tierra. En un período de 35 años, el líder cubano posó en cuatro oportunidades para el afamado pintor ecuatoriano (1919-1999), quien dio vida así a igual número de retratos.
El primero de estos intercambios transcurrió en la sede del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), el sábado seis de mayo de 1961. Esa pieza primigenia, luego de exhibida en la Embajada de Ecuador en La Habana, desapareció sin dejar huellas. Se supone
engrose alguna colección privada.
Para la aparición del segundo cuadro hubo que esperar 20 años. Fue en 1981, en la propia capital de la Isla, donde tras otro lustro nació la tercera obra.
Al paso de una década se reeditó la experiencia, en ocasión de los 70 años de Fidel, de nuevo en una cita en La Habana.
Las imágenes de 1981 y 1996 pertenecen a la Fundación Guayasamín, en tanto la correspondiente a 1986 engrosa los fondos de la Fundación de la Naturaleza y el Hombre Antonio Núñez Jiménez.
Excepto la inicial, las restantes piezas se conservan y formarán parte del centenar de originales de tan especial embajador andino, las cuales integrarán la exposición Un abrazo de Guayasamín para Fidel, que será inaugurada en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Esa iniciativa, junto al concierto titulado Todas las Voces Todas, en la Tribuna Antimperialista José Martí, y el Coloquio sobre el pensamiento de Fidel, en el Palacio de Convenciones, constituyen el homenaje cultural preparado por la Fundación que lleva el nombre del llamado Pintor de Iberoamérica, para festejar los ocho decenios de existencia fructífera del Presidente de Cuba.
Entre el 28 del mes en curso y los primeros días de diciembre acontecerán tales propuestas, previstas en un inicio para mediados
de agosto, coincidentemente con el onomástico del líder cubano, quien
en su Proclama al pueblo explicando la operación a que fue sometido a fines de julio pasado y su posterior período de restablecimiento, solicitó la posposición de este programa, que se realizaría entonces junto a las celebraciones por el Aniversario 50 del yate Granma y de la creación del Ejército Rebelde.
"Ahora que el Comandante cumple 80 años no podemos estar ausentes, porque mi padre no lo perdonaría", así lo ha ratificado Pablo, uno de los hijos del ya fallecido artista quiteño, y quien preside dicha Fundación.
Con tal determinación, esa familia solo da continuidad a los deseos de Oswaldo, quien le celebró a su hermano de la Isla los cumpleaños 62, en 1988, en Quito; y 70, en 1996, en La Habana.
La persistencia del autor de más de tres mil retratos por plasmar la figura del legendario luchador del Moncada, de la Sierra Maestra, el Granma y otras tantas batallas, se vio recompensada por una entrañable amistad recíproca y por los cuadros que para la posteridad reflejan su visión pictórica sobre Fidel. Sin dudas, al posar para Guayasamín, el estadista reconoció también el talento del pintor indígena.
Cada uno explicó por sí mismo cuáles fueron los vasos comunicantes de tal identificación de pareceres.
"Cuando pinto a Fidel- dijo el artista- siento como si Bolívar o Rumiñahui me hubieran convocado. Pero también siento que estoy pintando el futuro.
"Tiene muchas facetas y cada una merece un retrato: su ternura, su memoria, sus conocimientos, su oratoria, su firmeza, su fe en los pueblos, sus principios, su generosidad, su dignidad... tendré que pintarlo 20, 30 veces para captar cada una de sus maneras profundas de ser...", confesó el auténtico representante de Iberoamérica.
Mientras, para el líder revolucionario, Guayasamín "era un genio de las artes plásticas, un gladiador de la dignidad humana y un profeta del porvenir", como lo calificó durante la inauguración de su obra cumbre la Capilla del Hombre, en la capital ecuatoriana, en noviembre del 2002.
"Recuerdo, narró entonces, aquella vez muy al principio de la Revolución cubana, cuando, en medio de agitados días, un hombre de rostro indígena, tenaz e inquieto, ya conocido y admirado por muchos de nuestros intelectuales, quiso hacerme un retrato.
"Por primera vez me vi sometido a la torturante tarea. Tenía que estar de pie y quieto, tal como me indicaban. No sabía si duraría una hora o un siglo. Nunca vi a alguien moverse a tal velocidad, mezclar pinturas que venían en tubos de aluminio como pasta de dientes, revolver, añadir líquidos, mirar persistente con ojos de águila, dar brochazos a diestra y siniestra sobre un lienzo en lo que dura un relámpago, y volver sus ojos sobre el asombrado objeto viviente de su febril actividad, respirando fuerte como un atleta sobre la pista en una carrera de velocidad.
"Al final, observaba lo que salía de todo aquello. No era yo. Era lo que él deseaba que fuera, tal como quería verme: una mezcla de Quijote con rasgos de personajes famosos de las guerras independentistas de Bolívar. Con el precedente de la fama que ya entonces gozaba el pintor, no me atrevía a pronunciar una palabra (...) Estaba nada menos que en presencia de un gran maestro y una persona excepcional, que después conocería con creciente admiración y profundo afecto: Oswaldo Guayasamín".
Conforme entonces muchos todavía no se explicaban cómo hubo varios encuentros lienzo por medio, entre ambos titanes, ahora tampoco comprenden por qué la descendencia del prominente y galardonado creador promueve los festejos por los 80 años.
Estudiante universitario en Cuba, su nieto, Santiago Guayasamín, se ha encargado de despejar las dudas: "Nos mueve un sentimiento de familia, es como hacerle el cumpleaños a un hermano. Es el homenaje de un hermano a otro hermano. Es el amor de una familia hacia un ser humano maravilloso como es él".
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