Lo que muchos en el planeta habían advertido hace tiempo, por evidente, acaba de ser "descubierto" por la Comisión bipartidista Baker-Hamilton, en su informe a la Casa Blanca y el senado estadounidense: Washington está perdiendo la guerra en Irak.
Por supuesto, no está dicho así, tan descarnadamente por la Comisión, pero es la obligada conclusión de quienes lean las 142 páginas del informe y las 79 recomendaciones presentadas.
Algunas frases conclusivas contenidas en el documento bastan para
comprender la crítica y al parecer irreversible situación militar en que se encuentran los enviados por George W. Bush a esa aventura.
"La situación es grave y empeora"... "Si la situación continúa empeorando las consecuencias podrían ser graves"... "La estrategia seguida en Iraq no está funcionando"... "La habilidad de Estados Unidos para influir en hechos dentro de Iraq está menguando"... "Sin un cambio significativo, se producirá un deslizamiento hacia el caos", se señala en el texto. Y como para calzar la dramática formulación de la Comisión especial, el mismo día de la presentación de su resumen las tropas invasoras sufrieron 10 bajas mortales, y en la jornada siguiente los caídos fueron 11, con lo cual el número de norteamericanos fallecidos asciende ya a 2 900, a pesar de que Bush, en mayo del 2003, anunció en publicitada e irresponsable pose de matón, que la guerra había terminado.
Ahora falta por ver cuál será la conducta de la Casa Blanca y su equipo ante las recomendaciones bipartidistas entre las que se encuentra, la de acelerar la transferencia de tareas y responsabilidades al gobierno y a las fuerzas de seguridad iraquíes, nada sencillo si se tiene en cuenta la incapacidad mostrada por estos para apoyar a las tropas invasoras en el control de la situación. Del cumplimiento de lo anterior dependerá la materialización de la propuesta de organizar una retirada responsable de las unidades de combate para principios del 2008, y acudir a las vías diplomáticas, que incluye incómodos diálogos con Siria e Irán, en un esfuerzo desesperado por restablecer la estabilidad perdida desde hace décadas en esa convulsa región.
A propósito del trabajo de la Comisión queda sin abordar otro importante ángulo del asunto: la definición de responsabilidades por este descalabro político-militar.
Sea cual sea el curso futuro de los acontecimientos, el costo en sufrimientos humanos y en recursos económicos pagados por la sociedad norteamericana es muy elevado, y en modo alguno debe ser saldado con el muy socorrido I am sorry.
Los responsables de este sangriento episodio están bien identificados y parece llegar el momento de que el poder legislativo y la sociedad civil norteamericana puedan reclamar un ajuste de cuentas.
Por errores incomparablemente menos graves Richard Nixon fue defenestrado y William Clinton estuvo a punto de serlo. Bush, Cheney, Condoleezza y Rumsfeld, por citar solo las pricipales cabezas visibles de esta irresponsable aventura, debieran ser cuestionados.
La salud futura de la Unión está en juego.
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