Cuando Carlos Manuel de Céspedes con audacia suprema se alzó en armas contra el colonialismo español el 10 de octubre de 1868, para iniciar la guerra por la independencia de Cuba, tomó la trascendente decisión de dar la libertad a sus hasta entonces esclavos para que participaran de igual a igual en la lucha.
El concepto de Libertad e Igualdad que proclamó en el manifiesto que redactó aquel mismo día tenían un alcance no solo moral, sino político.
Como la mayoría de los patriotas que se lanzaron a la manigua redentora, Céspedes comprendió cabalmente la trascendencia de la unidad de los patriotas para conseguir el empeño supremo de conquistar la independencia frente a un ejército fiero, sanguinario y avasallador.
Este hecho demuestra que la nación cubana, desde su mismo surgimiento, demandó de la unidad de los revolucionarios para enfrentar y vencer grandes desafíos que exigieron de sacrificios en favor de la Patria.
La historia enseña que tal concepción se repite, pues apenas 23 años después, José Martí, Prócer de la Independencia de Cuba, funda el Partido Revolucionario Cubano para organizar y llevar adelante en las postrimerías del siglo XIX la tercera contienda en pro de la libertad, y proclamó la unidad de todos los revolucionarios para tal empresa.
Todo el empeño unitario de entonces fue para hacer frente a la pasión del decadente imperio peninsular por fraccionar y dividir a los patriotas, característica que tuvo continuidad en las luchas antiimperialistas de la siguiente centuria.
Desde el comienzo de la insurrección liderada por el Comandante en Jefe Fidel Castro en la década del 50 del pasado siglo, se llamó a la unidad del pueblo para derrotar a la tiranía proimperialista, lo cual fue posible en pocos años, pero con el concurso de todos los revolucionarios y su sacrificio.
Una vez alcanzado el triunfo popular en 1959, ante el creciente enfrentamiento al imperialismo estadounidense por sus propósitos de derrocar a la Revolución, el pueblo cubano se unió en un haz indivisible para combatir las agresiones, las decenas de intentos de asesinar a Fidel y a otros dirigentes del proceso revolucionario, el terrorismo, el bloqueo económico y comercial y cuantas acciones tramaron sus enemigos en todos los terrenos.
Como puede deducirse, la unidad es parte intrínseca del pueblo cubano y su nación. Va más allá del concepto para convertirse en una estrategia nacida en el devenir histórico de la Patria y afincada como arma esencial en la defensa de la justicia social.
El venidero 20 de enero Cuba celebrará elecciones para escoger a los diputados al Parlamento y los delegados a las Asambleas Provinciales del Poder Popular.
En esa ocasión, los revolucionarios volverán a manifestarse por la unidad mediante el voto unido, que más allá de una vía técnica para ejercer el sufragio y simplificarlo en favor de la rapidez, expresará la decisión de seguir adelante con el proyecto social emprendido hace 49 años. No obstante, el elector podrá decidir y optar por todos, por uno o por ninguno.
Pero el voto unido, en acción unitaria, se fundamenta en la calidad de las candidaturas, nacidas de propuestas del pueblo, que ha sido ampliamente consultado para ello.
En fin, es expresión de genuina democracia y de participación popular en decisiones de Estado y de gobierno, pues en la Asamblea Nacional tienen posibilidad de compartir escaño y responsabilidad desde un barrendero hasta el más renombrado científico, igualados en el mérito por el servicio a la Patria.
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