La cumbre internacional sobre seguridad alimentaria reveló que más de 1 mil millones de personas viven en pobreza alimentaria. El número de miserables actuales supera al de la totalidad de personas que habitaban el planeta hacia 1850. Sin embargo, no hay un solo indicador que señale que la tendencia se pueda revertir. Por el contrario, el hambre mundial será un problema insostenible en algunos años
Una población como la que habitaba la tierra hace 150 años observará desesperanzada su futuro y el de sus descendientes desnutridos, debido a los efectos de la crisis y las políticas sobre el problema alimentario.
Durante la cumbre sobre Seguridad Alimentaria, celebrada en Roma del 16 al 18 de noviembre, los países pobres lamentaron que los más ricos del Grupo de los Ocho (G8, los siete más industrializados más Rusia) ignoraran prácticamente la cita y que tampoco fijaran propósitos claros, soluciones prácticas y financiamiento seguro.
No se toma en cuenta, siquiera, que los 1 mil 20 millones de hambrientos hoy existentes son tantos como el total de pobladores del mundo hacia 1850, apenas siglo y medio atrás, y tampoco se sabe cómo evitar la espiral que conducirá a cifras mayores, debidas a los abismos sociales, la explosión demográfica y el subdesarrollo.
Cuba rechazó “el uso de los alimentos como instrumento de presión política”, lo que es “éticamente inaceptable”. Numerosos países reclamaron un comercio agrícola transparente y sin distorsiones, y el destierro definitivo de los subsidios agrícolas y demás medidas proteccionistas.
Al calor de la cita, la convocante Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) hizo público, además, que 31 países y 195 millones de niños padecen hambre crónica hoy, según las últimas estadísticas.
El Instituto Internacional de Investigación de Política Alimentaria pronostica, adicionalmente, que los menores con desnutrición aguda se incrementarán en 25 millones como “consecuencia del impacto del cambio climático sobre la agricultura”, adicionales a los 55 millones existentes.
Durante la cumbre, la FAO reiteró su mensaje de alarma desesperada por la progresión de las carencias alimentarias, principalmente en los países pobres afectados por la crisis económica de los desarrollados, sin que se fijen fechas ni fondos especiales para solucionarla.
La declaración final se limita a la formulación de “nos comprometemos para que deje inmediatamente de aumentar –y se reduzca considerablemente– el número de personas que sufren a causa del hambre, la malnutrición y la inseguridad alimentaria”, expresión calificada como decepcionante por Jacques Diouf, director general de la FAO.
El ejecutivo lamentó la ausencia de un calendario y de fondos concretos y deploró “la ausencia de una fecha límite” para erradicarla definitivamente, objetivo que desde antes se había establecido para 2025, pero que ahora se ignora.
También, el documento apenas reitera la necesidad de alcanzar para 2015 la principal meta del primer Objetivo de Desarrollo del Milenio, que consistiría en reducir a la mitad los 800 millones de hambrientos existentes en 1996, no los 1 mil 20 millones registrados en el presente.
Con la presencia de unos 60 jefes de Estado, casi todos clasificables como del Tercer Mundo, la institución logró promover prácticas encaminadas a la eliminación del hambre, pero sin metas ambiciosas difícilmente alcanzables en el actual orden económico y político internacional.
Es cierto que en noviembre de 1996 la llamada Cumbre de la Alimentación, con sede también en Roma, acordó reducir aquella cifra a la mitad para 2015, cuando la población era aproximadamente de 5 mil millones 675 mil habitantes.
Pero en noviembre de 2009 los pobladores del planeta ascienden a unos 6 mil 796 millones 400 mil seres humanos y la cantidad de hambrientos es superior en el 27.5 por ciento a la de hace 13 años.
Con 1 mil 121 millones 400 mil habitantes más, los carentes de alimentos han aumentado en 220 millones y representan el 19.6 por ciento del aumento poblacional, un problema que se aprecia creciente y no el único acuciante.
Es apenas una de las 10 “cuestiones globales” que la FAO estima prioritarias hoy, junto con el virus A (H1N1), la gripe aviar, la biodiversidad, la bioenergía, el cambio climático, la inocuidad de los alimentos, el hambre propiamente dicha, el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y el agua.
Mas éstas no son todas las amenazas, ni se relacionan según prioridades universalmente aceptadas ni, incluso, deja de haber cierta redundancia en la enumeración.
Por lo demás, también habría que incluir el armamentismo, las guerras asociadas, la injusticia en el ordenamiento social y el problema de la energía.
No se pueden ignorar tampoco la drogadicción, el maltrato infantil y de género, la división del mundo de modo que un grupo de países capitaliza la polarización y en el que crecen la superpoblación, deforestación y desertificación, y a la vez disminuyen las disponibilidades de recursos vitales.
La FAO brinda una radiografía de las condiciones en que se encuentra la humanidad, a partir del problema alimentario mundial, en medio de la actual situación; y ha calificado como vana la esperanza de que los países llamados en desarrollo puedan desvincularse de la crisis que afecta a “las economías avanzadas”.
Por estas condiciones apremiantes, las principales organizaciones internacionales revisaron en su momento, muy a la baja, sus previsiones de crecimiento económico para 2009 y 2010 en todas las regiones del planeta.
En su acápite sobre la subnutrición en el mundo, la FAO consideró incluso que antes de las consecutivas –más bien simultáneas– crisis alimentarias y económicas entre 2007 y 2009, el número de personas en esa situación ha aumentado constantemente desde hace una década.
Debido a ello se retrocede en el objetivo de reducir el número de hambrientos para 2015, algo que la organización considera “especialmente desesperanzador, ya que en la década de 1980 y a principios de la de 1990 se hicieron buenos progresos en la reducción del hambre crónica”.
La FAO fija con precisión en su reporte sobre “la subnutrición en el mundo” tres importantes aspectos que diferencian a la actual crisis económica de las anteriores, conducentes todos al agravamiento de ese flagelo alimentario. El primero de ellos consiste en que afecta a grandes partes del mundo simultáneamente, a la vez que estima que los mecanismos tradicionales de adaptación nacionales y subnacionales son menos eficaces que en el pasado”.
Las recesiones anteriores, por lo general, tendieron a circunscribirse a un sólo país en desarrollo o a unos pocos que recurrían a importantes depreciaciones del tipo de cambio para facilitar su ajuste a las crisis y al flujo de remesas, mecanismos de adaptación menos lesivos para los hogares más pobres.
Durante 2009, muchas naciones padecen una reducción sustancial de las remesas y se encuentran ante posibilidades muy limitadas de depreciar sus monedas en relación con el dólar, lo que disminuye sus posibilidades de ajustarse a las condiciones económicas.
El segundo aspecto se refiere a que esta crisis comenzó inmediatamente después, o casi al unísono, de la alimentaria y la de los combustibles, comprendidas entre 2006 y 2008, aunque de ningún modo concluidas.
Pero, si bien descendieron los precios de los alimentos básicos en mercados mundiales con posterioridad al inicio de la fase financiera de la crisis económica, estos gastos continuaron siendo altos respecto de los niveles históricos, desmesurados para un elevado porcentaje de la población en los países pobres.
También, en los mercados nacionales se redujeron los precios de productos primarios más lentamente, debido en parte a que el dólar estadunidense siguió apreciándose un tiempo y a que la baja tardó en transmitirse a los mercados internos.
A fines de 2008, los alimentos básicos seguían costando, como media, el 17 por ciento más en términos reales que dos años antes, y ello supuso una reducción considerable del poder adquisitivo real para los consumidores pobres, quienes destinan en ocasiones el 80 por ciento de sus ingresos a obtenerlos.
Mas se considera que si los precios nacionales de sus rubros de subsistencia volvieran a ser como antes de la crisis, ello no significaría un retorno equivalente a la capacidad adquisitiva de entonces, debido a las nuevas circunstancias.
En su análisis El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2008, la FAO estima que los costos elevados de los víveres “afectan a los más pobres de los pobres” y, especialmente, a los carentes de tierras y a los hogares encabezados por mujeres.
Añade que, como consecuencia, los mayores costos de alimentos y combustibles implican reducción de los cuidados sanitarios, la educación y la nutrición de los más desposeídos, debido a su ya crónica insolvencia.
La triada mayores precios de los alimentos, menores ingresos y más elevado desempleo conducen a que resulte muy afectado el acceso de las personas pobres a sus nutrientes, aunque la disponibilidad de alimentos sea relativamente buena en los mercados.
El tercer aspecto importante fijado por la FAO es que los países en desarrollo están más integrados en la economía mundial que hace 20 años, tanto financiera como comercialmente, lo que los expone más a las fluctuaciones de los mercados internacionales.
Esto torna precaria la situación de las personas que antes se habían visto perjudicadas por el aumento de los precios de los alimentos, debido a que se acercan o alcanzan en muchos casos el límite de su capacidad adquisitiva.
En estos grupos, los más pobres del medio urbano son los que experimentan los problemas más acuciantes, por la elevación del desempleo, debido a la menor demanda de las exportaciones autóctonas y a la inferior inversión extranjera directa.
Tampoco el ámbito rural es ajeno a los efectos anteriores, debido a que el aumento del desempleo, en general, provoca el retorno de migrantes urbanos o procedentes del extranjero y ello obliga a los más pobres del campo a compartir la carga.
La reducción en los precios de sus productos de exportación, generalmente materias primas, provoca en las zonas urbanas y rurales de los países pobres mayor disminución de los ingresos y merma el poder adquisitivo de los más carentes, ya afectados por la inseguridad alimentaria.
Desde su sede en Roma, la FAO anunció seis días antes de la cumbre que “los precios de los alimentos en los países pobres permanecen obstinadamente altos pese a una buena cosecha mundial de cereales en 2009”, lo que demuestra que no se trata sólo de disponibilidades de productos, sino también de elevado desempleo y pobreza.
Para 2050, con una población mundial que se estima será de 9 mil millones, los hambrientos podrían incrementarse a 2 mil 216 millones, el 24.6 por ciento de todos los habitantes de la tierra, si se mantuviera la progresión ocurrida durante los últimos 13 años.
Dos días antes de la cumbre mundial, el director general de la FAO inició un ayuno como símbolo de la necesidad de adoptar medidas urgentes “para poner fin a la vergüenza del hambre”, aduciendo que “existen los medios técnicos y los recursos para eliminarla del mundo”.
Tales argumentos conducen a pensar que si, injustificadamente, este dilema no se resolviera, como viene ocurriendo, el futuro de miles de millones de personas continuaría siendo esperanza vana, con grave riesgo para la humanidad.
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