Mientras el número de personas que pasan hambre en el mundo alcanza los 1 mil millones y más del 50 por ciento de la gente que habita el planeta vive en condiciones de pobreza, las naciones –desarrolladas y subdesarrolladas– inician una exorbitante carrera armamentista. La erogación mundial en armas, impulsada por la política internacional de Barack Obama, asciende a 1.5 billones de dólares
La carrera armamentista se aproxima mundialmente a 1.5 billones de dólares, entendido como 1 millón de millones, como consecuencia de la política y las acciones militares de Estados Unidos hacia el resto del mundo.
La potencia del Norte tira de la comunidad internacional mediante el suministro de equipamiento bélico a “sus aliados”, con un gran componente comercial.
También lo hace en virtud del incremento de su ya voluminosa capacidad bélica en todas las regiones del mundo, con lo cual estimula, como contrapartida, que otros países mejoren sus autodefensas necesarias.
Esto resulta alarmante por la capacidad de destrucción que genera y por el incremento del nivel de pobreza, el hambre y el desempleo, que son factores relacionados directamente con el armamentismo global creciente y a veces silente.
En 2009, la cantidad de hambrientos podría alcanzar los 1 mil millones en el mundo, según estimaciones del Fondo de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación; la desocupación escalaría hasta 240 millones de trabajadores y el llamado umbral de pobreza (menos de 1 dólar diario) afectaría a más de la mitad de la población mundial.
Ello implica sufrimiento humano y conduce a inestabilidad interna en los países, especialmente en los más pobres, e impulsa confrontaciones fratricidas por las carencias o por alguna pequeña porción de los beneficios que pueda prodigar la potencia dominante.
Estados Unidos proyecta para antes de 2020 disponer de 1 mil 100 aviones de combate F-35 y F-22, en sus versiones de caza y bombarderos de la quinta generación, entre sus 2 mil 500 aeronaves de guerra.
Para promover su política, el actual gobierno empleará –sólo en 2010– 2 mil 200 millones de dólares, a través del Departamento de Estado y de la llamada Agencia Internacional para el Desarrollo, un 12 por ciento más que la administración de George W Bush en el año final de su mandato.
Numerosos países, agrupaciones de éstos y movimientos sociales asumen, en consecuencia, posiciones de autodefensa nacional concertada, cuando es evidente que el objetivo estadunidense continúa siendo mantener el control del petróleo en el Medio Oriente, en el Mar Caspio y en Latinoamérica, y de todos los recursos estratégicos globales.
Asociado a las nuevas bases militares en Colombia y a las dilaciones contemporizadoras con los golpistas en Honduras, ello justificaría las amplias manifestaciones en contra de la política de Estados Unidos para la región. Analistas consideran que se manifiesta así la intención de retrotraer Latinoamérica a las décadas del dominio militar interno y del control externo estadunidense, con consecuencias negativas para todos los países del área y otros que sufrirán por esa práctica.
Las bases militares y navales que establece alrededor de Venezuela y en el corazón de Suramérica provocan que los países de la Unión de Naciones Sudamericanas, el Mercado Común del Sur, el Grupo de Río y otros reaccionen con enérgica posición.
Signado por la política del nuevo siglo americano, el presupuesto militar presentado por el gobierno de Bush para el año fiscal 2008 estableció el récord de 716 mil 500 millones de dólares, lo que provocó reacciones adversas en su país y en el extranjero.
El paquete incluía 235 mil 100 millones de dólares para las guerras en Irak y Afganistán y una cuantía regular de defensa ascendente a 481 mil 400 millones, una de las más elevadas en la historia del país.
Los hitos anteriores habían sido de 497 mil millones de dólares en 1952, durante la guerra contra Corea; y de 428 mil millones en 1968, cuando la agresión contra Vietnam.
Con la masiva escalada militar impulsada en 1985 por la administración de Reagan, el presupuesto análogo sólo había ascendido a 453 mil millones de dólares, 28 mil 400 millones menos que en 2008.
En este último año contrastó que las asignaciones civiles y sociales sólo aumentaron en el 1 por ciento, mientras que las militares se elevaron en el 11.3 por ciento.
También, en 2008 se destinaban cerca de 140 mil millones de dólares a programas costosos y a la obtención de las armas más avanzadas en el mundo.
Dispositivos como los aviones invisibles F-22, la nueva generación de cazas F-35, el destructor DDG-1000, el submarino de ataque de la clase Virginia y las armas espaciales dispondrían en él de cuantiosos medios financieros.
Como reflejo de la progresión armamentista, los costos militares en el planeta se valoraban a finales del siglo pasado en 780 mil millones de dólares, pero ya en 2003 rondaban 1 millón de millones.
Según analistas, esto suponía una inversión 60 veces superior a la requerida entonces por la salud y la nutrición básica que satisficiera las necesidades de la población mundial.
Mas, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz (Sipri), de Estocolmo, los costos en material bélico, en todo el mundo, totalizaron 1.464 billones de dólares (1 millón de millones 464 mil millones de dólares) en 2008, el 45 por ciento más que lo registrado 10 años antes, en términos constantes.
Comparado con 2007, esto representó un incremento del 4 por ciento, en iguales condiciones; el 2.4 por ciento del Producto Interno Bruto mundial, y 217 dólares por habitante del planeta.
De acuerdo con el Sipri, Estados Unidos mantiene mundialmente los mayores gastos en armamento, con casi el 42 por ciento del total, más que los 14 países siguientes juntos. Desde 1999, los costos estadunidenses en este orden han aumentado en el 67 por ciento.
Las 100 mayores empresas productoras de armas registraron en 2007 una facturación total de 347 mil millones de dólares, lo que representa un aumento del 5 por ciento respecto de 2006, según cifras del Sipri publicadas el 9 de junio pasado.
Su mayor peso se encuentra en Estados Unidos, un país donde la política parece continuar siendo la misma del nuevo siglo americano, a pesar de vislumbrarse como una carrera cuya progresión augura un final suicida. Más para el actual gobierno, al menos en su política.
Fuente: Contralínea 147, 6 Septiembre 2009.
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