En su brevísima renuncia al Partido Acción Nacional (PAN), Fernando Gómez Mont dijo que no explicaría las razones por “discreción profesional”. Un verdadero despropósito, ya que se trata, según entendemos, del secretario de Gobernación, y no de un grupo privado.
Autor: Jorge Melendez Preciado
Sección: Opinión
28 FEBRERO 2010
Es cierto: resultaba innecesario que puntualizara cada uno de los problemas, agravios y hasta regaños que ha sufrido a manos de su jefe; esto último, por cierto, se ha diseminado por varios medios sin rectificación. Pero sí, que fijara su posición respecto de los errores que veía en el partido donde ha militado desde siempre y el cual fundó su padre.
Ello debido a que la política, en cuanto más abierta, posibilita que el ciudadano tenga confianza en sus ejecutantes, algo que en México no es así. No sólo en los círculos gubernamentales, sino en los partidos de todos tan rechazados, ya que nunca encontramos explicaciones convenientes acerca de infinidad de asuntos. Uno de ellos, muy comentado en estos días: las famosas alianzas. ¿Por qué y para qué?
Curioso: quienes en los informativos han censurado la liga PRD (Partido de la Revolución Democrática)-PAN en varios estados aceptaron la versión de Gómez Mont sin chistar. Es más, plantearon que el señor con eso ganaba confianza en Los Pinos, se hacía de autoridad moral, podría negociar con mayor soltura con todos los partidos y hasta se le habría una vía a la candidatura presidencial (sic estratosférico). Estamos pues, ante dos lógicas que encubren una actitud: la defensa del poder en turno siempre.
Pero al transcurrir los días se fueron despejando las aguas (metáfora oportuna en estos momentos) y vimos claramente el panorama, aunque nuevamente encontramos simulaciones en el lenguaje y actos de apoyo y contrición que no sirven para la explicación política.
El jefe de los diputados priistas, Francisco Rojas, aseguró que Gómez Mont sí negoció con ellos la reforma fiscal a cambio de que no hubiera acuerdos políticos entre azules y amarillos, sobre todo en Oaxaca. Es decir, lo que se trató de ocultar salió a la luz (tarde y llevándose de corbata a César Nava y Felipe Calderón). El primero, porque se le avisó del asunto (Gómez Mont dixit) y continuó adelante con sus pactos, y el segundo, porque de ser cierto, es el Ejecutivo más desinformado del planeta, lo cual varios aseguran (no lo creo) luego de la matanza de jóvenes en Ciudad Juárez.
Que había desesperación por aumentar los impuestos a como diera lugar, era obvio. Ahora sabemos que el famoso boquete de más de 300 mil millones de pesos que anunciaba el hoy cómodamente sentado en el Banco de México, Agustín Carstens, es altamente mayor. Engaño, por cierto, que no ha repercutido en el mencionado personaje.
Así las cosas, importaba poco asegurarle a Ulises Ruiz que manejaría a su antojo la sucesión. ¿No acaso recientemente Felipe Calderón fue, una vez más, a pasearse a la tierra del góber precioso, estado que ha visitado frecuentemente?
Para algunos, la negociación era incorrecta. Gómez Mont no debió aceptar un acuerdo donde un partido se supedite a las necesidades de Los Pinos. No debemos olvidar que Fernando es del equipo de Diego Fernández de Cevallos. Ellos dos y otros han convenido todo desde la época de Carlos Salinas: lo mismo las reformas del Tratado del Libre Comercio, entonces, la mayor presencia de la Iglesia en la actividad social; el desmantelamiento de la economía nacional para que la adquirieran consorcios extranjeros, y los videos de Carlos Ahumada, para impulsar el desafuero frustrado de Andrés Manuel López Obrador.
Con esos antecedentes, y llegando como un hombre providencial que salvaría a la presente administración después del fallecimiento de Juan Camilo Mouriño, el señor Gómez Mont creyó que el país seguía en la ruta de las concertacesiones sin límite. Además, su vocación abogadil lo llevaba a que las batallas se ganan con argumentos por encima de todo.
En su batalla contra las alianzas –declaraciones que Fernando fue matizando–, tuvo de su lado a sus compañeros de viaje: Diego Fernández, Vicente Fox, Manuel Espino y varios más. Todos ellos con grandes fobias al menor cambio y, sobre todo, ultraderechistas por convicción.
En una entrevista con el notable compañero Roberto Zamarripa (Reforma, 16 de febrero), el reportero le pregunta si incluía en su negociación las elecciones en Oaxaca, y Gómez Mont anota: “Incluía hablar de diversas condiciones, entre las cuales, las fuerzas políticas contienden entres sí”. Es decir, la oscuridad. Horas después, como anotamos, Francisco Rojas lo exhibiría.
Más adelante, Zamarripa inquiere: “La decisión de la renuncia a la Secretaría (de Gobernación) ya estuvo en la mesa”. Respuesta de Fernando: “Se dio lo que saben que se dio” (sic nebuloso y alelado).
Iguales contestaciones oímos en noticiarios radiofónicos, especialmente con López Dóriga. Claro, no hubo declaración en exclusiva para los medios gubernamentales, a quienes se trata, una vez más, como menores de edad.
Fernando Gómez Mont llegó en noviembre de 2008 a Gobernación. Se esperaba más de un personaje que tenía antecedentes de haber defendido causas sociales, como el diferendo de Javier Moreno Valle contra TV Azteca por canal 40, aunque su divisa mayor es ser un abogado patronal. Pero ya vemos que, en la política mexicana, el ogro filantrópico engulle a quien se mete en su laberinto.
En pocos meses, el multicitado ha ido de explicaciones a medias a oscuridades completas. No tiene futuro en la política luego de esos bandazos. ¿Por qué sigue en su cargo? Sólo Felipe Calderón lo sabe, aunque una hipótesis es tener a la mano alguien sumamente herido y debilitado para que haga algunas tareas difíciles y muy gráficas: tragar sapos para que su jefe llegue sin mayores problemas, cuestión que ya lo hemos visto en el caso de la iglesia, el Ejército y los jóvenes asesinados en Ciudad Juárez.
La política como un circo nuevamente se presenta con todo y banda pueblerina.
jamelendez44@gmail.com
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