El triunfo electoral obtenido por el oficial del Ejército peruano en servicio pasivo Ollanta Humala podría ser interpretado como un triunfo de los sectores populares y económicamente deprimidos de esa hermana nación, de lo que los sociólogos y politólogos de América Latina han dado en llamar la “profundidad” de una nación, el Perú Profundo. He planteado la tesis bajo un modo gramatical condicional, porque dentro del caos ideológico en el que se desenvuelve el mundo actual ya es casi imposible dibujar sobre el mapa de la realidad las verdaderas intenciones y los compromisos que han adquirido los futuros gobernantes. Lo que sí quedó claro en el último proceso electoral del Perú es el rechazo absoluto de las mayorías a los modelos neocolonialistas, que bajo la inspiración del Consenso de Washington continúan implementando el saqueo de nuestras riquezas naturales y la entrega de nuestras naciones a la voracidad de las transnacionales.
No otra cosa constituyó la derrota de personajes tan oscuros como Toledo y Kuczynski y la increíble desaparición del APRA, el último de los partidos políticos tradicionales del Perú. Víctor Raúl Haya de la Torre, quien lo fundó en 1923, y que, con profunda visión, recogió la intuición hecha pública por nuestro Libertador Simón Bolívar de que solo una América Latina unida podrá mantener presencia alguna en el concierto mundial de las naciones, Haya, digo, debe estar revolviéndose en su tumba. Su discípulo predilecto, y entiendo que hasta su ahijado en la pila bautismal, se ha encargado durante dos presidencias de hacer añicos la estructura de un Movimiento tan o más disciplinado que el peronismo argentino o el priismo mexicano.
Aunque bajo signos opuestos -Fujimori, quien en su hora representaba a un populismo izquierdista y renovador enfrentándose a la figura más brillante y gallarda del viejo Perú colonialista- aunque gobernó bajo una concepción derechista neoliberal, representaba hoy, a través de su hija, la presencia de una cholería peruana que sigue buscando su destino, aunque siempre se equivoque.
El nuevo Humala se me hace muy misterioso. Transformarse en solo cuatro años, de bolivariano radical e intransigente revolucionario a merecedor de la confianza de Vargas Llosa y lo más granado de la intelectualidad derechista peruana, es difícil digerirlo. No sería nada extraño que los peruanos hayan elegido a un nuevo Coronel Gutiérrez. La praxis de gobernar con el concurso de una burguesía latinoamericana incapaz de entender su propio papel histórico en la creación de la riqueza y satisfecha con los mendrugos que pone en sus bolsillos el concierto de empresas que solo comprenden al mundo dentro de una maquinaria fabricante incesante de dinero, hace reflexionar a quienes concebían el mundo y su nación antes de su consagración política.
Quizás nuestro Rafael Correa sea el más claro ejemplo de ese cambio de actitud. La ambición desaforada enceguece y embrutece a los más inteligentes, al punto de que hemos colocado el planeta al borde de su extinción y no nos damos cuenta. Y esta ignorancia no se concreta y reduce al mundo de las grandes mayorías de analfabetos funcionales que pueblan el globo terráqueo, sino que se extiende a todos aquellos que toman las grandes decisiones.
El capitalismo irracional pretende ignorar que el crecimiento tiene límites y continúa procediendo como lo ha hecho siempre. Voy a ilustrar mi angustia con una frase que he repetido miles de veces: prontamente los humanos moriremos de hambre y sed en el desierto en el que estamos convirtiendo a nuestro hogar, pero eso sí, felices, abrazados a unas pacas de billetes y títulos valores que colman nuestra dicha y razón de vida. Será ya muy tarde, pero se repetirá siempre. Después de cientos o miles de millones de años en los que los sobrevivientes de la catástrofe hayan adquirido esta maldición que se llama la inteligencia, todo volverá a empezar de nuevo.
El método marxista de entender e interpretar el desarrollo de la historia y la evolución del modo capitalista de producción y consumo es irremplazable. Cobijados bajo una supuesta pureza doctrinaria, los comunistas infantiles creen que debemos repetir el modelo fracasado que diseñó la Unión Soviética y el estalinismo.
Mientras Cuba lo ha entendido y empieza a desanudar el nudo gordiano de su equivocación, Chávez, Evo y Ortega, insisten en su obstinación. Y Piñera y Calderón en la suya. No me remito a Correa, porque lo doy por perdido. Nuevamente la manida frase brota de mi pluma: la estupidez y el sectarismo nos impiden reflexionar. El mundo demanda sentido común y no soluciones mágicas, simplemente porque éstas no existen. ¿Por cuál camino optará Humala? No puedo saberlo. Ojalá elija el de la gloria y no el de la inmensa mayoría que accede al poder: la homogenización de la avaricia. Cierto es que no son todos. No puedo concebir a un Fidel, en medio de todos sus errores, convertido también en un saqueador de los fondos públicos. Supongo que por designios ineluctables su fin físico estará cerca; si después de ella alguien me exhibe un documento irrefutable, objetivo y creíble, de que perjudicó a su pueblo, me muero en ese instante.
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