Un niño de 14 años que aún no termina la secundaria aprueba el examen de ingreso a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, sin embargo, aunque haya demostrado plenamente su capacidad intelectual por el respeto al fiel cumplimiento de ciertas normas curriculares él está formalmente impedido de estudiar en la universidad; meses después fallece con tuberculosis. Un brillante joven de 16 años con un coeficiente intelectual de 156 es detectado por un grupo fundamentalista, obligado a abandonar sus estudios universitarios e inducido a trabajar gratis a perpetuidad para la nefasta organización, lo cual, lamentablemente, realiza con inusitada eficiencia. Otro joven de 29 años dedicado a labores sindicales eventuales y con una mente evidentemente privilegiada sorprende a todos cuando con el discreto apoyo de una Fundación Pro Libertad de Pensamiento demuestra que es un dedicado y virtuoso músico, un líder político carismático y con auténtica vocación social y una persona positiva que ahora potencia su condición de políglota autodidacta.
Evidentemente es necesario para el país que sus ciudadanos sean respetuosos de las normas instituidas. No obstante, las historias arriba expuestas nos obligan a hacer algunas disquisiciones en torno a la normatividad educacional que esperamos que tanto la ciudadanía en general como también la autoridades educativas tomen en cuenta. No voy a tratar los casos específicos de los jóvenes protagonistas de este escrito, sino que enfocaré el tema desde el punto de vista del 4% de niños peruanos con facultades sobresalientes y que se ven frustrados ante las vallas que ofrece nuestro actual sistema educativo.
Tradicionalmente, y en forma general, en el campo de la medicina y en el de la educación, hemos brindado una mayor importancia social a los problemas relacionados con los niños “excepcionales” o “especiales” sin siquiera tener en cuenta a quiénes identificamos con tales adjetivos. De inmediato vienen a nuestro pensamiento los niños impedidos física o mentalmente. Es raro el considerar con estas denominaciones a quienes más propiamente debieran ser designados así y que en realidad constituyen un grupo que se encuentra marginado: El grupo de los niños superdotados.
Frecuentemente este tipo de niños, cuando son encontrados, son maltratados y humillados por los adultos al mostrarlos en concursos públicos de conocimientos en la televisión o en las primeras planas de los periódicos con los meros objetivos de llamar la atención o de mejorar las ventas de los diarios como si se tratara de personajes de exhibición o fenómenos de circo. Pero, estos niños que descuadran los rígidos esquemas del sistema, ¿qué preocupación generan en quienes tienen la responsabilidad de elaborar las normas curriculares escolares a nivel nacional?
Tenemos que ser muy categóricos al explicar lo que significa para un país como el Perú el descubrimiento en nuestra sociedad de un niño superdotado. Se dice que un niño sobredotado es, en potencia, una fuerza terriblemente poderosa: puede llevar adelante a la civilización o puede destruirla. Los educandos talentosos que superan significativamente el nivel de inteligencia normal y evidencian una elevada capacidad para aprender, razonar y crear necesitan de una educación especial, acorde con sus talentos. Es en estos niños en quienes recaerá, por su natural liderazgo, la responsabilidad de dirigir los destinos de nuestra nación en un futuro inadvertidamente cercano.
Nuestro sistema educativo a menudo genera mediocridad. Desde la educación inicial los niños son sometidos a presiones que lo impulsan a que modifiquen su conducta y modulen su desarrollo intelectual hacia el común del grupo atrapándolos en un mundo en donde cruelmente se desperdicia a los niños verdaderamente excepcionales. Los servicios para los niños talentosos peruanos tienen una baja prioridad en nuestro sistema y cuando hay posibilidades legales o administrativas para suministrarlos nos encontramos con una frustrante carencia de personal docente entrenado y con una desesperante ausencia de fondos.
Hay que reconocer que ésta no es solamente una falla nacional, pues en los años 1975–1980 en los Estados Unidos los gastos federales para los niños impedidos fueron 200 veces más grandes que para los niños sobredotados. Sin embargo, el desperdiciar en el Perú a quienes tienen la potencialidad de cambiar nuestro futuro es un lujo que no nos podemos permitir.
Los excepcionales y talentosos están de hecho impedidos y ante las inflexibles imposiciones curriculares del sistema educativo pueden sufrir daños psicológicos y el deterioro permanente de sus habilidades mentales o de su producción intelectual. Muchos niños sobredotados no encuentran ningún estímulo para estudiar y aprenden poco. Hay muchas razones por las cuales los maestros deben preocuparse por tales niños en los primeros grados. La investigación señala que una vez establecida la conducta que desemboca en el infrarrendimiento esta suele continuar y empeorar. Los resultados eventuales son, con demasiada frecuencia, la delincuencia, el abandono escolar o académico, las enfermedades mentales y el suicidio.
Según datos oficialmente admitidos por la UNESCO y el Consejo Mundial para Niños Superdotados entre 3 y 4% de la población estudiantil corresponde a niños con un coeficiente intelectual de 120 o más. Esta cifra disminuye a 0.68% si buscamos a niños con un CI de 145 o más. Esto significa que en el Perú deberíamos esperar un número de aproximadamente 200 mil niños con inteligencia superior. El problema es que estos niños se encuentran inmersos y confundidos en un sistema educativo tradicional que no permite detectar, atender ni potencializar este recurso humano existente.
El D.S.02-ED-83 establece que el educando excepcional por facultades sobresalientes requiere de programas especiales. Es hora de prestar atención a esta situación, utilizar ya la poca normatividad vigente a favor de los niños superdotados y proponer nueva legislación pertinente para proteger su libertad de conciencia y potenciar este tesoro intelectual que posee nuestra nación.
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