La toma de posesión de Enrique Peña Nieto desató valientes protestas de diferentes sectores sociales, pero junto a éstas hubo actos de vandalismo que pudieron haber sido fraguados por la extrema derecha, que a su vez es brazo político del clero.
Me refiero específicamente a los ataques contra el Hemiciclo a Juárez, la figura más odiada por el clero en la historia de México, pues sólo las huestes derechistas católicas tienen el interés de atentar contra la memoria del Benemérito. El pueblo de México respeta, por el contrario, la gesta histórica de Juárez.
De orígenes humildes y de raza indígena, Juárez llegó a ser no sólo presidente de México, sino el más grande héroe de nuestra historia, luego de haber tenido el valor y la energía para enfrentarse a fuerzas tan poderosas, como el clero católico y como el ejército imperial de Napoleón III. Su lucha abrió espacios de libertad por encima de las imposiciones religiosas y libró a nuestra nación del dominio extranjero.
En los últimos años, el Hemiciclo ha sido centro de reunión de movimientos defensores del Estado laico y de los derechos de las minorías. Fue, además, importante centro de reunión del movimiento contra el fraude electoral en 2006.
El inconfundible estilo de Calderón
Los hechos de vandalismo contra el monumento al Benemérito lucen el inconfundible estilo de burda provocación que caracterizó el sexenio del hoy expresidente Felipe Calderón, mandatario espurio, católico y derechista.
No es creíble que de manera espontánea un grupo de jóvenes autodenominados “anarquistas” salgan a la calle a cometer destrozos con el pretexto de protestar contra el retorno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y se ensañen precisamente con lugares como el Hemiciclo a Juárez y el Museo Memoria y Tolerancia, y hagan objeto de su barbarie a las obras de restauración llevadas a cabo por el gobierno de la Ciudad de México en la Alameda Central.
No es probable que hayan sido espontáneas esas muestras de barbarie, pues tienen un contenido ideológico muy claro, al expresar, no la justificada desconfianza de muchos hacia Peña Nieto y hacia el PRI, sino la rabia de la ultraderecha por lo que para ella puede significar el cambio de gobierno.
En la visión histórica de la extrema derecha, el retorno del PRI significa el de Juárez, en la lucha todavía vigente entre liberales y conservadores, en detrimento de la hegemonía plenamente católica y conservadora que durante 6 años encabezó Calderón.
En realidad, los priístas de hoy en día no son buenos herederos del Benemérito de las Américas, pues están dispuestos a ceder frente al clero, pero de todos modos, el partido favorito de la jerarquía católica será siempre Acción Nacional, que es su propio partido, su brazo político, que le es fiel de manera incondicional y no con el pragmatismo que caracteriza a políticos del tricolor.
Si esas protestas hubiesen sido genuinas sería incomprensible que se centraran además en otro de los entes odiados por la ultraderecha: el gobierno de la Ciudad de México, el mismo que despenalizó el aborto y que por sus políticas sociales ha gozado del apoyo de la población.
A Calderón ese vandalismo que mediante un burdo engaño trató de disfrazarse de “anarquista” le resulta, por si fuera poco, muy oportuno, pues desvía la atención del tema obligado de lo sanguinario y desastroso que fue su gobierno.
Quienes acudieron a dañar el Hemiciclo y la Alameda sirvieron como instrumento para expresar las fobias derechistas: contra Juárez y contra el gobierno de la Ciudad.
Los ataques contra Juárez
En la historia de la Ciudad y del país, la derecha ha agraviado en varias ocasiones la memoria de Juárez. En 1946, la Unión Nacional Sinarquista promovió el partido Fuerza Popular, que el 19 de diciembre de 1948 organizó un acto público donde uno de sus militantes encapuchó la escultura de Juárez en el Hemiciclo, por lo que ese partido perdió su registro.
Dicho acto fue el corolario del X Congreso de Jerarquía del Movimiento Sinarquista, que desde días antes se reunía en la Ciudad de México y que decidió despedir a los delegados en un acto público en el Hemiciclo.
Según la crónica publicada por El Universal, el 21 de diciembre de 1948: los oradores criticaron a funcionarios del gobierno, lo mismo que a figuras históricas como Hidalgo y Juárez, al calificarlos “con virulencia y falta de respeto”.
El mitin, que empezó ese domingo al mediodía, terminó a las 4 de la tarde, y en ese momento “uno de los más exaltados sinarquistas… trepó con rara habilidad hasta la estatua del Benemérito Benito Juárez y le cubrió el rostro con un capuchón negro mientras lanzaba estentóreos gritos y decía que aquel acto era simbólico, porque con el capuchón sobre la cabeza de Juárez quedaba cubierta una de las etapas de ignominia y desvergüenza de la historia patria”.
La historia oficial del sinarquismo sigue glorificando el episodio antijuarista, acerca del cual Jesús Guisa y Acevedo escribió en Orden: “el indio T representa un México que no es México… es un supertraidor… representa el odio a la Iglesia, el reino de la masonería, la ideología del progreso…” (Historia gráfica del sinarquismo, tomo 2, página 73).
Años después, el odio clerical contra Juárez se expresó en un raro acontecimiento que tuvo lugar nada menos que en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.
El 21 de marzo de 1997, aniversario del natalicio de Benito Juárez, en el asta de la Catedral, la bandera amaneció colocada a media asta y al revés (La Jornada, 22 de marzo de 1997).
En aquel tiempo la Dirección de Gobierno de la Secretaría de Gobernación informó que abriría un expediente para investigar si la Iglesia Católica había violado la ley con ese hecho, pero al parecer el asunto no pasó a mayores.
Hay que recordar que al llegar al poder, Vicente Fox mandó retirar el retrato de Juárez de su despacho en Palacio Nacional, mientras que, desde la Secretaría de Gobernación, Carlos Abascal se afanó en borrar de la memoria popular el recuerdo de Juárez y de otros héroes de la historia, al modificar el calendario cívico para otorgar días de descanso sin contenido histórico.
Los recientes ataques contra el monumento a Juárez pueden entenderse como una advertencia de que la ultraderecha es poderosa y aunque ya no ocupe la Presidencia uno de sus hombres, sigue contando con el apoyo de muchos empresarios y medios de comunicación y con la capacidad de organizar provocaciones y grupos de choque.
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