Los medios de prensa reportan los desórdenes que se registran en Ucrania presentándolos únicamente como una rebelión contra la dominación rusa y a favor de la incorporación a la Unión Europea. En realidad, Washington y Bruselas están tratando de derrocar un gobierno democráticamente electo para obstaculizar así la integración económica entre Ucrania y Rusia. Lo que está sucediendo en Ucrania demuestra que, en lo adelante, los métodos de golpes de Estado ya puestos a prueba con las revoluciones de colores pueden combinarse o fusionar con las revueltas de las primaveras árabes para derrocar gobiernos europeos desde el extranjero, únicamente en beneficio de Occidente.
Después de apoderarse de la sede de la administración local, los amotinados obligaron el gobierno de Lvov a dimitir. Se ignora actualmente quién ejerce el poder en esa región. Es posible que próximamente se proclame allí un gobierno títere de oposición. El reclamo de autonomía de ese territorio, o más bien la confirmación pública de sus pretensiones separatistas, podría ofrecer a Klichko –el campeón de boxeo de los pesos pesados que ahora aspira a convertirse en presidente– y a sus esbirros nuevas cartas de triunfo para negociar con el gobierno democráticamente electo.
Acciones más radicales aún tendrán lugar probablemente por iniciativa de Klichko, quien declaró el 22 de enero [de 2014]: «Si tengo que unirme a los manifestantes bajo una lluvia de balas, iré bajo una lluvia de balas». Después de aquella provocación, Arseni Yatseniuk –el líder del partido Bakivchina– repitió la amenaza de sumir Ucrania en la guerra civil al declarar: «Mañana marcharemos juntos. Y si el precio que tenemos que pagar es una bala en la cabeza, será una bala en la cabeza que enfrentaremos como hombres honestos, justos y valerosos.»
Ya es evidente que estos dos personajes recurren a ese discurso para estimular sus respectivas milicias a que incendien el país. Al igual que en las «primaveras árabes», estos provocadores empujan a sus seguidores al enfrentamiento mortal con las fuerzas gubernamentales que tratan de restablecer el control del Estado en las regiones donde reina la anarquía. Lo que buscan Klichko y Yatseniuk es precisamente que el presidente Yanukovich responda recurriendo al Bercut –cuerpo de fuerzas antimotines– y al ejército. Para estos dos personajes, mientras más muertos mejor. No es inútil recordar que en los años 1980 se instauró en Polonia la ley marcial en respuesta a desórdenes mucho menos violentos que los que hoy estamos viendo en Ucrania.
Los dirigentes se hallan en este momento ante una difícil opción: tratar de recuperar el control de la región que trata de separarse o tratar de recuperar el control de la capital. La situación es verdaderamente muy grave. Se ha hecho evidente que, en su esquizofrénico actuar, este monstruo hibrido parecido a Frankenstein –mitad «revolución de color» y mitad «primavera árabe»– se parece cada vez más a esta última, aunque nada bueno puede salir de ninguna de las dos. El método aplicado en Libia parece haber sido perfeccionado a tal punto que ahora permite a las fuerzas externas mover a su antojo su caja de Pandora hasta el centro mismo de Europa.
Ahora puede verse perfectamente que, después de la revolución tipo buldócer impuesta a Serbia hace 10 años, las revoluciones de colores se parecen cada vez más a la primavera árabe y que de la combinación de ambos métodos ha nacido ahora Euromaidan, una forma inédita de guerra característica del siglo 21. En el mundo globalizado de hoy resulta fácil infiltrarse en la ONGs de los países convertidos en objetivos. Por demás, grupos terroristas y redes de traficantes de armas actúan de conjunto y cuentan con la complicidad de diversos servicios de inteligencia extranjeros. El resultado es que el peligro de propagación de este insidioso virus a un número cada vez mayor de países nunca ha sido tan grande. No por casualidad se ha previsto traer de Rumania 3 000 terroristas provenientes del Medio Oriente, individuos cuya misión parece ser garantizar el entrenamiento de elementos de la «oposición» ucraniana. Esto prueba que las potencias extranjeras están decididas a imponer una campaña de desestabilización lo más amplia posible y de larga duración.
El cerebro de estas estrategias, aparentemente inofensivas, es Gene Sharp, mientras que George Soros se encarga de garantizar el financiamiento. Las naciones tienen que unirse para combatir este mal, proteger a sus ciudadanos y preservar la paz. La llegada a Europa del esquema de agresión de las primaveras árabes muestra la libertad de movimiento de quienes coordinan su aplicación. Hoy se trata de Ucrania, mañana puede ser cualquier otro Estado reticente a los cantos de sirena de Occidente y de la «democracia liberal».
Hace tiempo que Ucrania es objeto de las presiones de Occidente en el marco de un juego geoestratégico más amplio y tendiente a crearle dificultades a Rusia. En 1994, Zbigniew Brzezinski escribía:
«Nunca insistiremos lo suficiente en que, sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio mientras que, con Ucrania comprada y posteriormente sometida, Rusia se convierte automáticamente en un imperio.»
Hace poco más de un año, Estados Unidos hizo saber de forma velada, por boca de su secretaria de Estado Hillary Clinton, que haría todo lo que estuviese a su alcance para hacer fracasar los esfuerzos de Rusia en materia de integración económica. Después de haber caracterizado los proyectos euroasiáticos de Rusia como «intento de resovietización de la región», la señora Clinton recurrió a la amenaza:
«Sabemos cuál es el objetivo que se persigue y nos esforzamos por hallar medios eficaces para retrasar su aplicación o impedir su realización.»
No cabe duda de que lo que el mundo entero está viendo hoy en las pantallas de televisión es lo que Estados Unidos tenía en mente cuando amenazaba con obstaculizar la integración económica entre Ucrania y Rusia. Ahora que la estabilidad de Ucrania se resquebraja bajo la presión del caos orquestado y la amenaza de un derrumbe casi inminente de su economía, el supuesto objetivo que plantean públicamente los líderes de Euromaidan –la incorporación de Ucrania a la Unión Europea– resulta ser una gran mentira porque la Unión Europea no hará otra cosa que rechazar la incorporación de un Estado ucraniano “fallido” que tendrá que dedicarse por entero a restañar las secuelas de los meses de sublevaciones y conflictos, o lo que estaba previsto desde el principio –en coordinación con quienes imparten las órdenes desde la OTAN– era provocar la ruina del país y echarse después en el bolsillo los beneficios de una reconstrucción bajo la égida de Occidente. En ambos casos, el cuento de la incorporación a la Unión Europea resulta ser finalmente la mentira que siempre fue y, para el ucraniano común, nada bueno saldrá de todo lo que se ha hecho en nombre de «la integración a la Unión Europea».
La abundante publicidad que se da a las discusiones sobre un «cese de las hostilidades» no son otra cosa que un intento de los saboteadores por ganar tiempo para seguir derrocando la mayor cantidad posible de gobiernos regionales (en el oeste de Ucrania). Esas discusiones no son, desgraciadamente, más creíbles que las de Ginebra 2 ya que, en Ucrania, los dos grupos que encabezan la oposición tienen también como objetivo un cambio de régimen. Todo lo que hacen y todo lo que dicen no tiene más intención que engañar para contrarrestar toda posibilidad de resistencia a sus planes. Con esa incesante labor de zapa se esfuerzan por hacer posible sus golpes de Estado teledirigidos desde el extranjero.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Gerard Jeannesson
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