Poco a poco, las declaraciones del presidente turco Erdogan se alejan cada vez más de los valores universales. Mientras que en Occidente comienzan a oírse débiles críticas sobre la «deriva autoritaria» de Ankara, Thierry Meyssan prosigue su narración sobre la imposición de una dictadura basada en la supremacía de la etnia turca y los «valores islamistas».
Dado el hecho que el gobierno turco tiene actualmente el record mundial de oficiales superiores, abogados y periodistas presos, existía gran expectación hacia el discurso que el presidente Recep Tayyip Erdogan iba a pronunciar el 5 de abril de 2016, en el Palacio Blanco, en ocasión del Día del Derecho.
El señor Erdogan dijo cosas muy contradictorias ante un auditorio de juristas silenciosos. Según Erdogan, sí, las estructuras profesionales deben ser pluralistas. Pero ese objetivo no podrá alcanzarse sin limpiar antes el colegio de abogados de la influencia de grupos parcializados, o sea de opositores políticos.
Los actuales problemas de Turquía son consecuencia de la decadencia de los «valores islámicos» y de la opresión extranjera a la que el país se ha visto sometido, prosiguió Erdogan.
Tratando de ridiculizar el tribunal que declaró ilegal la construcción del Palacio Blanco [1] en un parque nacional –área por lo tanto supuestamente protegida para preservar el medio ambiente–, Erdogan denunció las fuerzas extranjeras que –según él– organizaron las manifestaciones del parque Taskim Gezi, en 2013, con el pretexto de salvar unos cuantos arboles que había que derribar para construir un centro comercial. Mofándose de sus opositores, dijo ante los juristas –que lo escuchaban boquiabiertos– que, durante su mandato como alcalde de Estambul, él no había «plantado millones de árboles» en la ciudad «sino miles de millones» (sic) y que, por lo tanto, nadie podía darle lecciones en ese sentido.
El presidente turco observó entonces que los enemigos de la Nación no cejan y dijo que ahora han tomado el control de un partido político vinculado a los terroristas. Es por eso que se iniciará un procedimiento para destituir de sus funciones a los diputados de ese indigno partido. Pero excluirlos del parlamento no bastará para “salvar” la Nación turca. Esto último sólo podrá lograrse privando de su nacionalidad a todos los que respaldan ese partido y, por consiguiente, el «terrorismo», concluyó fríamente Erdogan.
Para mantenerse en el poder, el presidente Recep Tayyip Erdogan “arregló” descaradamente las elecciones realizadas en noviembre de 2015. Pero muchos pequeños partidos se aliaron en el seno del HDP y obtuvieron más de 5 millones de votos (o sea, un 15% de los sufragios). Esas organizaciones políticas tienen intenciones de luchar por la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, independientemente de su etnia, de su religión o de su orientación sexual.
Destituir diputados y privar de su ciudadanía a 5 millones de personas son actos que entran en abierta contradicción con las normas y tratados internacionales. A pesar de ello, ninguna personalidad internacional ha reaccionado ante esas declaraciones del «presidente», cuyo verdadero objetivo es despojar de su nacionalidad a los kurdos y los cristianos de Turquía. Lo que pasa es que la Unión Europea, dejándose arrastrar por su odio obsesivo contra la República Árabe Siria, ha concluido con Ankara un acuerdo para financiar la guerra y frenar a la vez la oleada de refugiados.
Dos días después, el 7 de abril, el presidente Erdogan recibía, también en el Palacio Blanco, a los dirigentes de la Policía Nacional. Después de elogiar a las fuerzas del orden y denunciar el daño que les han hecho las «instituciones paralelas» [o sea, los adeptos de Fethullah Gulen, ex aliado del propio Erdogan], el presidente recordó que la única definición justa y aceptable del «terrorismo» es la de él, definición que por cierto tuvo el cuidado de no expresar, pero que abarca a todos los que rechazan la dominación de la etnia turca.
«Todos los que participan en ese sin sentido, negándose a llamar terrorista a un terrorista, son responsables de cada gota de sangre derramada», declaró Erdogan. Y acto seguido recordó que si él mismo no hubiera emprendido una enérgica política antiterrorista después del atentado perpetrado en Suruc, el 20 de agosto de 2015, el terrorismo se habría extendido por todo el país.
Sobre todo, ¿cómo es posible no reconocer la grandeza y la generosidad de Turquía?, una Nación que no tiene parangón, que alberga más de 3 millones de refugiados. ¿Y con qué derecho exige la Unión Europea que Ankara aplique el acuerdo concluido el 18 de marzo cuando Bruselas todavía no ha cumplido su compromiso de eliminar la exigencia de la visa Schengen para los ciudadanos de Turquía?
En este encuentro, Erdogan contaba con un auditorio favorable. Nadie se atrevió a señalar que el atentado de Suruc no sólo no fue cosa del HDP sino que ese partido incluso fue blanco de ese acto terrorista. Nadie se atrevió a observar que recibir 3 000 millones de euros por acoger 200 migrantes no es exactamente algo que pueda calificarse como un desequilibrio en detrimento de Turquía.
Elementos fundamentales:
– El presidente Erdogan ya no disimula su proyecto de dominación étnica turca y de creación de un 17º imperio.
– Dejándose llevar por una lógica racial, Erdogan acaba de iniciar un procedimiento para destituir a los parlamentarios del partido de las minorías turcas: el HDP. Ahora planea privar de su nacionalidad a todos los electores que votaron por el HDP, o sea 5 millones de opositores.
– Estimulado por la pasividad de la Unión Europea, Erdogan está tratando adquirir aún más ventajas amenazando con suspender el acuerdo sobre los migrantes concluido el 18 de marzo hasta que Bruselas elimine la exigencia de la visa Schengen a los ciudadanos turcos que desean viajar a los países de la Unión Europea.
[1] El Palacio Blanco es el palacio presidencial construido, por orden del presidente Erdogan. Nota de la Red Voltaire.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter