Pienso que un héroe es cualquier persona que trata de hacer del mundo un mejor lugar para vivir.
Maya Angelou
Hay veces en la vida en las que una mujer debe poner en una balanza el corazón y la razón y ver cuál de las opciones es más fuerte y elegir. Pues bien ¿qué pasa cuando no puedes separar al amor del deber y simplemente hay que cumplir con obligaciones y responsabilidades así sientas que se te parte el alma en el intento?
Esto, me sucedió, de manera súbita cuando tuve que dejar Madrid en julio del 2017, no pude despedirme de nada ni de nadie, ni siquiera de aquel pequeño espacio que había formado parte de mi vida, durante dos años, en Europa.
Y no me refiero precisamente a una vivienda en especial, ni a ciertos lugares, ni espacios geográficos, sino a tantas experiencias que marcaron mi forma de ver la vida, hice de cada momento bueno o malo, un hogar, en la memoria de recuerdos, que ya no he podido olvidar.
Es así que seis meses después, volví a cruzar el Atlántico, dejando Perú, mi país, para reencontrarme con aquella parte de mi ser que había quedado escondida por mil lugares de España, tal vez tan solo en una sonrisa, un abrazo, un beso, una mirada.
En el avión no dejaba de pensar que iba a pasar por primera vez, una navidad sola, lejos de todos los que me quieren, sin sentir la fragancia de amor infinito y tierno de mi madre diciendo dulcemente “Feliz navidad”, sin oír las palabras de aliento del hombre que más me ama en esta vida y que daría y haría todo por mí, que sin duda, es mi papá.
Sin los gritos locos de mis pequeños y traviesos sobrinos, no estarían sus caritas lindas y la energía radiante y chispeante de cada uno de mis dos hermanos y, por sobre todas las cosas, sin probar aquellos platos deliciosos preparados por Elsa, mi madre.
Sin una tarjeta de regalo, sin nada más que mis ilusiones y esperanzas puestas en cada instante de mi día a día, sabía que iba a ser duro y muy complejo, pero no imaginé que dolería tanto.
Al llegar las doce de la noche al otro lado del mundo, me di un abrazo prolongado y tan indescriptible que parecía que en la habitación del hotel habían legiones de ángeles haciéndome compañía.
Cerré los ojos y pude transportarme a todos los años de mi vida en que he sido feliz, llenando espacios vacíos en los corazones rotos de muchos niños, no sé si algún día llegaré a tener el privilegio de ser madre, pero hoy tengo tanta gratitud porque me he dado cuenta que tengo muchos hijos y que las mil sonrisas que recibí, fueron los regalos más bellos, así que lejos de sentirme desconsolada, me siento muy afortunada.
A menudo nos lamentamos por situaciones adversas que puedan ocurrirnos, pero hasta de lo que no tiene lógica alguna, aprendemos, sí y mucho, sobre todo de los errores, de lo que pudo ser y no fue, de lo que quisimos decir y nunca ni siquiera lo pronunciamos, de los sueños que dejamos morir, creyendo que no merecemos la alegría, felicidad y una nueva oportunidad.
Sé que no he sido la única en el mundo, que ha pasado una navidad sola, pero he podido entender a plenitud a quienes estuvieron ausentes en la cena de Noche Buena por una enfermedad, abandono, accidente, divorcio, trabajo o porque simplemente no tuvieron un solo motivo para celebrar, porque no les alcanzaba ni para el pan o simplemente no tienen un techo donde estar. Son cosas tristes y reales que la magia de las luces y el espíritu navideño casi nunca nos deja ver.
Y mientras pasan los días de enero, yo sigo en Madrid, caminando y observando todo para poder tener una nueva historia para reconstruir y contar.
Lejos del nido, aún con las alas rotas, volveré a volar.
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