Sólo 5 semanas después de las elecciones legislativas, el parlamento israelí votó su propia disolución, el viernes 29 de mayo de 2019. Los electores israelíes tendrán que volver a las urnas, el 17 de septiembre, para una nueva elección legislativa.
Lo que dinamitó el parlamento israelí recientemente electo fue una cuestión de religión. El partido Yisrael Beiteinu estima que los estudiantes de la Torá –considerada en el judaísmo como la enseñanza divina transmitida a Moisés directamente por Dios– deben acatar las leyes nacionales como los demás israelíes.
Sin embargo, los parlamentarios ultraortodoxos rechazaron un proyecto de ley –presentado por Yisrael Beiteinu– que definía las condiciones de un periodo de transición para que los estudiantes de la Torá se sometan a las obligaciones del servicio militar.
Ese conflicto impidió que el primer ministro, Benyamin Netanyahu, lograra formar su nuevo gobierno dentro del plazo estipulado. Ante esa circunstancia, y temiendo que el presidente de Israel decidiese confiar la formación del nuevo gobierno a su adversario Benny Gantz, Netanyahu optó por la disolución del parlamento y la realización de nuevas elecciones.
No se debe subestimar la causa, aparentemente fútil, de esta crisis política. Desde el año 2003, un grupúsculo al que pertenecen tanto Benyamin Netanyahu (del partido Likud) como Uzi Landau (de Yisrael Beiteinu), ha venido tratando de imponer en Israel una visión teológica de la política, con una doctrina que, aunque se sitúa en la línea del líder sionista y fundador de la Legión Judía, Zeev Jabotinsky, presenta características muy propias.
El actual líder de Yisrael Beiteinu, Avigdor Lieberman (ver foto), no comulga con esa mescolanza de religión y política.
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