Se supone que la política exterior debe tener como objetivos evitar conflictos con los vecinos y desarrollar relaciones pacíficas. Pero las potencias occidentales han abandonado esos objetivos para privilegiar la promoción de sus intereses en detrimento de los demás actores.
Las relaciones internacionales de cada siglo llevan la marca de las iniciativas de algunos individuos excepcionales. Pero hay ciertos principios comunes en la manera como estas personalidades se plantean las relaciones exteriores de su país.
Tomemos como ejemplos recientes los casos del indio Jawaharlal Nehru, del egipcio Gamal Abdel Nasser, del indonesio Sukarno, del chino Zhou Enlai, del francés Charles de Gaulle, del venezolano Hugo Chávez y, como ejemplos actuales, el ruso Vladimir Putin o el sirio Bachar al-Assad.
Identidad o geopolítica
En primer lugar, todos ellos trataron de desarrollar su país. No basaron su política exterior en una estrategia geopolítica sino en la identidad de su país. Por el contrario, las potencias occidentales actuales ven las relaciones internacionales como un tablero sobre el cual imponer un orden mundial a través de una estrategia geopolítica.
El término “geopolítica” fue creado a finales del siglo XIX por el alemán Friedrich Ratzel. También fue Ratzel quien inventó el concepto de «espacio vital» que tanto agradaba a los nazis. Según Friedrich Ratzel era justo dividir el mundo en grandes imperios, como Europa y el Medio Oriente bajo la dominación alemana.
Posteriormente, el estadounidense Alfred Mahan soñó con una geopolítica basada en el control de los mares. Mahan influenció a Theodore Roosevelt quien encaminó Estados Unidos hacia una política de conquista de los estrechos y canales transoceánicos.
El británico Halford John Mackinder vio el planeta como una tierra principal –África, Europa y Asia– y dos grandes islas –las Américas y Australia. Mackinder plantea que el control de la tierra principal sólo es posible conquistando la gran planicie de Europa central y de la Siberia occidental.
Para terminar un cuarto autor, el estadounidense Nicolas Spykman, trató de sintetizar lo que planteaban los dos anteriores. Spykman tuvo influencia sobre el presidente estadounidense Franklin Roosevelt y la política de «contención» (containment) frente a la Unión Soviética, o sea la guerra fría. Zbigniew Brzezinski, el consejero de seguridad nacional del presidente James Carter entre 1977 y 1981, retomó los planteamientos de Nicolas Spykman.
Dicho claramente, la geopolítica, en el sentido estricto del término, no es una ciencia sino una estrategia de dominación.
Smart power
Si pasamos revista a los ejemplos de los grandes hombres de los siglos XX y XXI que, debido a sus políticas, han sido aclamados, no sólo en sus países sino también en el extranjero, veremos que esas políticas no tenían nada que ver con las capacidades militares de los Estados que dirigieron. No trataron de conquistar o de anexar territorios sino de divulgar la imagen que tenían de su propio país y de su cultura. Por supuesto, los que disponían también de un ejército poderoso o incluso de la bomba atómica tuvieron más posibilidades de hacerse oír. Pero, para ellos, lo esencial no era eso.
Estos grandes hombres también desarrollaron la cultura de sus países. Charles de Gaulle lo hizo con el escritor y ministro de Cultura André Malraux y Vladimir Putin con Vladimir Medinsky, ministro de Cultura de la Federación Rusa desde 2012. Consideraban muy importante dar a conocer la creación artística de sus países y unir a su pueblo alrededor de ella, así como proyectar la cultura nacional hacia el exterior.
En cierto sentido, es este el «poder inteligente» (smart power) al que se refería el estadounidense Joseph Nye. Para quien sabe utilizarla, la cultura vale tanto como los cañones. Si no fuese así ¿por qué a nadie se le ocurre atacar el Vaticano, que no tiene ejército? Porque todo el mundo criticaría ese acto como una agresión.
Igualdad
Los Estados son como los hombres que viven en ellos. Quieren la paz… pero es fácil que se hagan la guerra. Aspiran a la aplicación de ciertos principios… pero suelen violarlos en casa o cuando se trata de los demás.
Al final de la Primera Guerra Mundial, cuando se creó la Sociedad de Naciones (SDN), todos los Estados-miembros fueron declarados iguales. Pero los británicos y los estadounidenses se negaron a considerar a todos los pueblos iguales en materia de derecho. Y fue precisamente esa negativa lo que dio lugar al expansionismo japonés.
Es cierto que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que sustituyó la SDN después de la Segunda Guerra Mundial, reconoció la igualdad entre los pueblos, pero los anglosajones siguen sin hacerlo en la práctica. Hoy en día, las potencias occidentales crean organizaciones intergubernamentales para todos los temas, como la libertad de prensa o la lucha contra la cibercriminalidad. Pero lo hacen entre ellos, excluyendo a las demás culturas, principalmente la rusa y la china. Crean organizaciones para sustituir con ellas los foros de la ONU, donde todos están representados.
No podemos engañarnos. Es completamente válido reunir un G7 para entenderse entre amigos, pero es inaceptable que 7 actores pretendan definir las reglas de la economía mundial, excluyendo además de la reunión a la primera economía del mundo, que es China.
El Derecho y las reglas
Quien impulsó la idea de un orden jurídico en las relaciones internacionales fue el zar Nicolás II. Este gobernante ruso convocó la Conferencia Internacional por la Paz, realizada en 1899, en La Haya, Países Bajos. En esa Conferencia, los republicanos radicales franceses, encabezados por el futuro Premio Nobel de la Paz Leon Bourgeois, sentaron las bases del Derecho Internacional.
El concepto es muy simple: son aceptables únicamente los principios adoptados en común, nunca los que son impuestos por los más fuertes. Esos principios deben reflejar la diversidad misma de la humanidad. Así que el Derecho Internacional vino al mundo en brazos de zaristas y republicanos, de los rusos y los franceses.
Pero aquella idea fue tergiversada con la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que se autoproclamó «único centro legítimo de toma de decisiones», rápidamente seguida por la aparición del Pacto de Varsovia. Esas dos alianzas militares –la OTAN desde el momento mismo de su creación y el Pacto de Varsovia a partir de la doctrina Brezhnev– eran sólo «arreglos de defensa colectiva destinados a servir los intereses particulares de las grandes potencias». En ese sentido, ambos bloques militares transgreden formalmente la Carta de la ONU. Esa realidad dio lugar a la Conferencia de Bandung –en 1955– en la cual los países no alineados retomaron y precisaron nuevamente los principios enunciados en La Haya.
Hoy reaparece aquel problema, pero no porque haya surgido un nuevo movimiento deseoso de escapar a la guerra fría sino, al contrario, porque las potencias occidentales quieren regresar a la guerra fría, ahora contra Rusia y China.
Sistemáticamente, en todos sus comunicados finales, los encuentros cumbres entre las potencias occidentales ya no mencionan el Derecho Internacional sino «reglas» que nunca aparecen de forma explícita. Esas “reglas”, contrarias al Derecho, se dictan a posteriori a conveniencia de las potencias occidentales. Estas hablan de un «multilateralismo eficaz» que en realidad viola los principios democráticos de la ONU.
De esa manera, mientras que el Derecho Internacional reconoce el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, las potencias occidentales reconocieron la independencia de Kosovo –sin referéndum y violando una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU– pero rechazan la independencia de Crimea… aprobada mediante un referéndum popular. Las «reglas» occidentales son un «Derecho a la carta».
Las potencias occidentales afirman que cada país tiene que respetar la igualdad de sus habitantes ante el derecho… pero se oponen ferozmente a la igualdad entre los Estados.
Imperialismo o patriotismo
Las potencias occidentales, que se autoproclaman «el campo de la democracia liberal» y «comunidad internacional», acusan a todo aquel que se resiste a sus designios de ser «nacionalistas autoritarios».
Aparecen así diferencias artificiales y mezcolanzas grotescas cuyo único objetivo es legitimar el imperialismo. Por ejemplo, ¿por qué oponer democracia y nacionalismo? De hecho, la democracia sólo puede existir en un marco nacional. ¿Y por qué se asocia el nacionalismo al autoritarismo? Sólo hay una respuesta… para desacreditar las naciones.
Ninguno de los grandes dirigentes que mencioné antes era estadounidense ni seguidor adepto de las políticas de Estados Unidos. Esa es la clave.
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