No hay casualidades en el mundo de la política. Los franceses no entienden por qué los africanos están expresando rechazo a Francia. Ante lo que no entienden, los franceses acusan a Rusia de montar oscuras maquinaciones en África. Pero la realidad es que Francia está recogiendo los frutos que ha venido sembrando desde hace 12 años. Y esos frutos –amargos– no tienen que ver con la época del colonialismo ni con las retorcidas relaciones entre París y sus ex colonias de África. Son más bien la consecuencia del despliegue en África de un ejército francés al servicio de la estrategia de Estados Unidos.
Los medios de difusión de Francia se han quedado estupefactos ante la oleada de cambios de régimen en países del África francófona. Y no logran explicar el rechazo que Francia está encontrando.
Las antiguas cantinelas sobre la explotación colonial ya no resultan convincentes. Por ejemplo, se observa que Francia explota el uranio de Níger, y que no lo adquiere al precio del mercado internacional sino por sumas ridículamente exiguas.
Pero los golpistas nunca han mencionado ese argumento sino que hablan de algo completamente diferente. Las historias sobre hipotéticas “manipulaciones rusas” ya no son creíbles. En primer lugar porque Rusia no parece estar detrás de los golpistas de Mali, Guinea, Burkina Faso, Níger o Gabón y, sobre todo, porque el mal es evidentemente muy anterior a la llegada de los rusos. Rusia llegó a África sólo después de su victoria en Siria, en 2016, y el problema existe al menos desde 2010… si no desde 2001.
Como siempre, lo que hace que la situación resulte “incomprensible” es el hecho de haber olvidado cómo surgió.
A partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos asignó a su vasallo francés un papel al servicio de la política estadounidense en África. Para Washington, Francia debía mantener el statu quo en África en espera de la instalación del AfriCom en suelo africano y de que el Pentágono lograse extender a ese continente su estrategia de destrucción de los Estados, estrategia que ya estaba aplicando en el «Medio Oriente ampliado» (también denominado «Gran Medio Oriente») [1]. Poco a poco, las políticas republicanas cedieron el paso a políticas tribales. En cierto sentido, eso era para los africanos una forma de emancipación de la asfixiante “ayuda” francesa. Desde otro punto de vista, era un formidable retroceso.
En 2010, el entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, probablemente siguiendo “consejos” de Washington, decidió “resolver” el conflicto en Costa de Marfil. Mientras aquel país atravesaba un conflicto tribal, una operación encabezada primeramente por la CEDEAO y después por el primer ministro de Kenia, Raila Odinga, un primo de Barack Obama [2], trata de negociar la salida del presidente marfileño Laurent Gbagbo. El problema no era el régimen autoritario de Gbagbo sino el hecho que ese presidente africano, que inicialmente cumplía órdenes de la CIA, se había convertido en un defensor de su país.
Después de la elección presidencial, Francia intervino militarmente en Costa de Marfil para detener al presidente Gbagbo –supuestamente para poner fin a un genocidio– y reemplazarlo por Alassane Ouattara, un viejo amigo de la clase dirigente francesa. Ya derrocado, Gbagbo fue sometido a juicio en la Corte Penal Internacional (CPI). Al cabo de un proceso interminable, la CPI tuvo que reconocer que Gbagbo no había cometido ningún genocidio y, por consiguiente, que la intervención militar francesa había sido de hecho injustificada.
En 2011, el presidente francés Nicolas Sarkozy, nuevamente “aconsejado” por Washington, implica a Francia en Libia. Otra vez se trata, oficialmente, de detener un genocidio perpetrado por un dictador en contra de su propio pueblo. Para dar credibilidad a la acusación, la CIA estadounidense organiza una serie de falsos testimonios ante el Consejo de Derechos Humanos, en Ginebra. En Nueva York, el Consejo de Seguridad de la ONU autoriza las grandes potencias a intervenir en Libia para poner fin a una masacre inexistente. El entonces presidente ruso, Dimitri Medvedev, opta por mirar para otro lado. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quiere que el AfriCom –que sigue sin lograr instalarse en África y aún mantiene su sede en Alemania– ponga por fin sus botas estadounidenses en suelo africano. Pero en el último momento, el comandante del AfriCom se niega a luchar contra Muammar el-Kadhafi junto a los mismo yihadistas que habían matado soldados estadounidenses en Irak (los militares estadounidenses nunca han visto con buenos ojos el doble juego de la CIA, que apoya a los yihadistas contra Rusia, a menudo en detrimento incluso de los occidentales). El presidente Obama recurre entonces a la OTAN… aunque antes había prometido que nunca la utilizaría contra un país del sur. Finalmente, Kadhafi es capturado, torturado y linchado y Libia se convierte en un país dividido.
Sin embargo, la Yamahiriya Árabe Libia no era una dictadura sino un régimen inspirado en las ideas de los socialistas franceses del siglo XIX y en la Comuna de París. Era además la única fuerza africana interesada en unir a los negros y los árabes de África. El objetivo de Kadhafi era liberar el continente, como antes había liberado a los libios del colonialismo occidental. Junto al francés Dominique Strauss-Kahn, quien dirigía entonces el Fondo Monetario Internacional (FMI), Kadhafi planeaba incluso la creación de moneda común africana.
La eliminación de Kadhafi despertó los viejos demonios: Libia volvió a ser teatro de masacres contra los negros (incluso de nacionalidad libia) perpetradas por árabes y los negros volvieron a ser utilizados como esclavos en ese país, bajo la mirada indiferente de los vencedores occidentales. Los Estados africanos pobres, que antes tenían apoyo económico de Libia, se derrumbaron y entre los primeros afectados estuvo Mali [3]. Los yihadistas árabes que la OTAN había puesto en el poder en Trípoli respaldaron a algunos tuaregs contra los negros en general, problema que ha ido extendiéndose por toda la región del Sahel.
Incapaz de ver las consecuencias de esos crímenes, el sucesor de Nicolas Sarkozy en la presidencia de Francia, Francois Hollande, organiza un nuevo cambio de régimen en Mali. En marzo de 2012, cuando el mandato presidencial de Amadou Toumani Touré estaba a punto de terminar y sin que el presidente saliente buscase la reelección, un grupo de oficiales formados en Estados Unidos derroca al jefe de Estado, sin saber explicar por qué. El golpe interrumpe la campaña presidencial y los golpistas designan a Dioncounda Traoré como «presidente de transición». La CEDEAO, bajo la presidencia de Alassane Ouattara, da su aval a aquel golpe de Estado. De manera nada sorprendente, el «presidente de transición» Dioncounda Traoré solicita la ayuda de Francia para luchar contra los yihadistas que atacaban Mali. París inició así la “Operación Serval”, cuyo verdadero objetivo era estacionar tropas francesas en Mali con la intención de atacar Argelia. Sabiendo que su país sería la siguiente víctima, los generales argelinos reprimen duramente una toma de rehenes en la instalación petrolera de In Amenas. Ante la reacción de las fuerzas argelinas, Francia renuncia a la agresión contra Argelia.
París opta entonces por reorganizar su dispositivo. Así comienza la “Operación Barkhane”. El ejército francés se pone a la disposición del amo estadounidense. El organizador de todo es el AfriCom… que sigue estacionado en Alemania. Los soldados franceses, ahora con apoyo de otros países miembros de la Unión Europea (Dinamarca, España, Estonia, Reino Unido, Suecia y Chequia), destruyen los blancos que el AfriCom les ordena atacar. En esta región, ex colonia de Francia, los militares franceses tienen un buen contacto con la población mientras que los estadounidenses tropiezan con la barrera del idioma.
El primer señalamiento al respecto es que la “Operación Barkhane”, independientemente de sus resultados, es ilegítima. Por supuesto, para los occidentales se trata de “contener” a los yihadistas… pero cualquier habitante del Sahel es capaz de comprender que los mismos occidentales trajeron el yihadismo a la región al destruir la Yamahiriya Árabe Libia. Y eso no es todo.
Volvamos atrás. Recordemos que todo comenzó con el deseo del Pentágono de acabar con las estructuras mismas de los Estados africanos, utilizando el AfriCom, como ya había comenzado a hacerlo en el «Medio Oriente ampliado», mediante el CentCom.
El 11 de mayo de 2022, la subsecretaria de Estado estadounidense para asuntos políticos, la straussiana Victoria Nuland, reúne en Marruecos a los 85 países participantes en la coalición contra el Emirato Islámico (Daesh). Y les anuncia la continuación del programa. Los yihadistas reconstituyen Daesh en el Sahel. Disponen de armamento, oficialmente destinado a Ucrania. Pronto arderá toda la región [4]. En noviembre, el presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, confirma la llegada masiva, a manos de los yihadistas, tanto en el Sahel como en la cuenca del lago Chad, de armamento estadounidense inicialmente destinado a Ucrania.
Es ante ese peligro existencial para sus países que militares de Mali, Burkina Faso y Níger han decidido tomar el poder para asumir la defensa de sus pueblos.
Es importante entender bien que desde hace años los dirigentes africanos vienen quejándose del apoyo que Francia aporta a los mismos yihadistas que supuestamente tendría que combatir. No se trata aquí de cuestionar a los militares franceses, lo que se denuncia es el papel de los servicios de inteligencia… al servicio de Estados Unidos.
Desde el inicio de la Operación Serval, los yihadistas que luchaban contra Siria se quejaron de que Francia los abandonaba para privilegiar a los yihadistas del Sahel. En el Sahel, el presidente Francois Hollande tuvo que contener a las tropas francesas para que los instructores qataríes de los yihadistas malienses tuvieran tiempo de ponerse a salvo. Cuando el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, abordó el tema con el entonces jefe de la diplomacia francesa, Laurent Fabius, esté último respondió, entre risas: «¡Esa es nuestra realpolitik!»
Un santuario de campamentos de al-Qaeda se creó entre las ciudades de Ghat (cerca de la frontera argelina) y de Sabbah (cerca del territorio de Níger) en la desértica región de Fezzan del sur de Libia. Según el semanario francés Le Canard enchaîné, satírico pero bien informado, esas “academias” del yihadismo fueron organizadas por los servicios de inteligencia del Reino Unido y Francia.
Hace 3 años, el 8 de octubre de 2021, el primer ministro de Mali, Choguel Kokalla Maiga, concedía una entrevista a RIA-Novosti [5]. Aquella entrevista, ampliamente divulgada y comentada en toda la región, no se mencionó en Francia, donde sólo nuestros lectores llegaron a conocer su contenido.
Más recientemente, el mes pasado, el ministro de Exteriores de Níger, Yaou Sangaré Bakar, denunció, en carta al Consejo de Seguridad de la ONU (Ref. S/2023/636), que agentes franceses han liberado terroristas prisioneros y que esos terroristas fueron reagrupados en un valle cerca de la localidad de Fitili (28 kilómetros al noroeste de Yatakala). Allí se hizo incluso una reunión de planificación para atacar posiciones militares en la zona de las tres fronteras. También señaló que 16 jefes terroristas fueron capturados en 3 operaciones diferentes, 2 realizadas en territorio nigerino y la tercera en territorio maliense.
La carta del ministro de Exteriores de Níger también plantea al Consejo de Seguridad importantes observaciones sobre el papel de la CEDEAO [6], señalamientos que no son nuevos y que son incluso de notorio conocimiento desde el cambio de régimen en Costa de Marfil. La CEDEAO acaba de adoptar sanciones contra Níger y, argumentando su intención de restaurar el orden constitucional en ese país, ha movilizado tropas para intervenir allí. Pero los estatutos de la CEDEAO no autorizan esa organización regional, de carácter económico, a adoptar tales sanciones y la Carta de la ONU tampoco la autoriza a actuar militarmente contra uno de sus miembros.
Los casos de Guinea y Gabón son un poco diferentes. Estos no son Estados del lago Chad ni del Sahel. Todavía no están amenazados. Sus militares se rebelaron inicialmente contra regímenes autoritarios, el de Alpha Condé en Guinea y el de Alí Bongo en Gabón, quienes se negaban a dejar el poder, contraviniendo así la opinión generalizada de la población. En esos dos países, los golpistas también cuestionaron rápidamente la presencia militar de Francia, simplemente porque no tienen la menor garantía de que el ejército francés no acabe defendiendo los intereses… de Estados Unidos, a expensas de los intereses de los gaboneses… e incluso en contra de los intereses de Francia y de los franceses.
Una guerra exige años de preparativos. Estados Unidos está utilizando hoy el conflicto en Ucrania para encubrir el trasiego de armas hacia el Sahel. Mañana ya será demasiado tarde.
En ese contexto, es como mínimo sorprendente ver al presidente francés Emmanuel Macron asumir la pose de defensor del orden constitucional… fuera de Francia. Primero, porque todos esos Estados están frente a un peligro inminente y, por otro lado, porque al poner las fuerzas armadas de Francia al servicio de las ambiciones de los dirigentes estadounidenses, el mismo Macron traiciona su propia Constitución.
[1] «La doctrina Rumsfeld-Cebrowski», por Thierry Meyssan, Red Voltaire 25 de mayo de 2021.
[2] «La experiencia política africana de Barack Obama», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 10 de marzo de 2013.
[3] «Entrevista al ministro de Cooperación de Libia. La guerra contra Libia es una catástrofe económica para África y para Europa», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 9 de julio de 2011.
[4] «Ya se prepara una nueva guerra para después de la derrota frente a Rusia», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 24 de mayo de 2022.
[5] «Премьер Мали обвинил Францию в подготовке террористов», RIA-Novosti, 8 de octubre de 2021.
[6] Voltaire, Actualidad Internacional N° 51, 8 de septiembre de 2023
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