Catorce años después de publicada la primera edición de La verdad sobre la invasión, este libro sigue atrayendo la atención del público panameño. Por ello acaba de ser reeditado, en su quinta versión, por la editorial Manfer S.A. (Librería Cultural Panameña). Seguramente este interés se fundamenta en que las heridas de aquellos trágicos acontecimientos no han cicatrizado.
El mayor crimen, y el más cuantioso en víctimas y daños, cometido por Estados Unidos en Panamá, no puede sanar porque aún sufrimos sus consecuencias: un régimen títere con careta ’democrática’ que obedece ciegamente los dictados de Washington, en especial la imposición de un programa económico establecido en el llamado Convenio de Donación, de julio de 1990, el cual constituyó uno de los objetivos reales de la agresión.
No puede olvidarse que las víctimas y sus familias siguen clamando justicia, y el pleno esclarecimiento de los hechos. Crímenes que los sucesivos gobiernos panameños y nuestro corrupto sistema judicial han procurado oscurecer. Se sigue negando la demanda formulada desde el primer día de una Comisión de la Verdad sobre la invasión de 1989.
Las fosas comunes continúan sin abrirse; los nombres de los muertos siguen sin pronunciarse; los daños materiales fueron pagados del erario público panameño; y el autor material, el imperialismo norteamericano, sigue allí, riéndose de nosotros, saqueándonos y repitiendo su crimen en Afganistán, Irak, Somalia, Serbia, Colombia, etc.
Panamá tuvo el dudoso ’honor’ de ser el primer lugar donde Estados Unidos inauguró su nueva doctrina político-militar, conocida ahora como ’guerra preventiva’. Aunque el concepto de ’estado paria’ no había sido pronunciado aún por George W. Bush, el gobierno que presidió su padre aplicó a Panamá las duras tácticas de las sanciones económicas, las presiones políticas y militares y, finalmente, la agresión directa. La ’guerra quirúrgica’ fue experimentada por primera vez en nuestro país. Aquí se probaron las bombas dirigidas por láser y el ’avión fantasma’, ahora tan conocidos luego de dos ’guerras del Golfo’ contra Irak. Lo mismo ocurrió con el nuevo equipo militar, incluidas las mirillas infrarrojas y los vehículos Hummer.
Todas las desgracias que hoy sufren los pueblos iraquí o afgano, las sufrimos los panameños en carne propia durante la invasión de 1989. Las víctimas civiles, al menos la mitad de los 500 muertos oficialmente contabilizados por la iglesia Católica; los más de 2,000 heridos; los 5,000 prisioneros políticos arrestados en el campo de concentración de Nuevo Emperador, la mayoría ’culpables’ de ser funcionarios del gobierno o miembros del PRD; los 18,000 desplazados de sus casas en El Chorrillo, incineradas por las tropas norteamericanas la mañana del 20 de diciembre; la imposición de un gobierno títere con un regente militar yanqui en cada ministerio fiscalizando lo actuado por los civiles ’panameños’ y el embajador Dean Hinton actuando como verdadero procónsul, igual que Paul Bremmer en Irak, desayunando cada jueves con Guillermo Endara para ’revisar’ los actos del gobierno.
La sombra del criminal, y sus cómplices internos, sigue proyectándose sobre nuestro país, aunque en apariencia se hayan retirado sus bases militares el 31 de Diciembre de 1999, y el Canal de Panamá esté ahora administrado por panameños.
No se trata sólo del nefasto Pacto de Neutralidad, que permanece como amenaza velada de que en el futuro podemos volver a sufrir nuevas invasiones. Ahora tenemos: el Acuerdo Salas-Becker (feb./2002); el acuerdo entre Alemán Zubieta y el servicio de Guardacostas y la llamada Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos. Pronto tendremos el TLC, como otra forma de colonialismo económico. Una sola conclusión se impone, nos están llevando de vuelta a 1903, reviviendo el sistema colonial contra el que lucharon generaciones de panameños.
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