Es muy probable que Irán obtenga el arma atómica y muy probable también que el mundo no pueda impedirlo. Lo único que podemos esperar es que la República Islámica de Irán no caiga en manos de un loco. Eso es lo que colijo de la conversación que tuve en Washington con el eminente intelectual neoconservador David Brooks. Sobre ese punto, sé que tiene razón. Los iraníes quieren poseer armas de destrucción masiva. Como los pakistaníes, pretenden tener derecho a ello, pero cuando estos últimos pretendían conferirle un papel defensivo, Teherán anuncia con claridad su intención de utilizarlas contra Israel. También estoy de acuerdo con él sobre el hecho de que muy a nuestro pesar, contrariamente a Irak, todas las instalaciones nucleares no están concentradas en un mismo lugar, para su destrucción como en Osirak. De igual forma coincido con él en afirmar que no hay oposición real entre sunitas partidarios de Bin Laden y chiítas de Teherán: comparten los mismos objetivos contra los Estados Unidos, Israel y Occidente.
El único punto de debate es saber si estamos tan desprovistos como Brooks lo pretende. La posibilidad de una acción militar plantea un problema y la discusión sobre su factibilidad no está cerrada, incluso en Israel. En cambio, no hemos agotado el arsenal de medidas de represalias económicas. El carácter plausible de la guerra atómica anunciada por Ahmadineyad, ¿no merita acaso que nos preguntemos sobre una política energética que nos hace, ya no exactamente vender la cuerda para ser ahorcados, sino comprar la energía que nos matará? ¿Estamos tan desprovistos de medios como parece, frente a un adversario que vive del petróleo que le compramos? ¿Y el esfuerzo ideológico? ¿Y el apoyo a la sociedad civil? ¿Y la ayuda no al gobierno terrorista, sino a los hombres y mujeres aterrorizados que aspiran a los derechos humanos y son el verdadero resorte de un antitotalitarismo consecuente? ¿Y las presiones diplomáticas? A ellos, a los mulahs, como han dicho en estos últimos meses decenas de diplomáticos considerados, como en Gran Bretaña, demasiado flojos, demasiado conciliadores, ¿por qué no pagarles con la misma moneda? ¿Por qué no expulsar a los bandidos que pululan en sus representaciones en el exterior?
Los Estados Unidos están sumidos en esa absurda guerra de Irak, nos corresponde a nosotros, europeos, tomar la delantera.
«Est-il encore possible d’arrêter les « fascislamistes » de Téhéran ?», por Bernard Henri Lévy, Le Point, 22 de diciembre de 2005.
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