Señor Presidente, el 19 de enero usted pronunció un importante discurso en el que recordó a nuestro país los principios fundamentales que enmarcan nuestra política de defensa. Pero si bien es esencial que los franceses conozcan cómo defendemos nuestros intereses vitales no sería menos esencial que las principales decisiones al respecto fueran irrefutables. Ahora bien, ese no es el caso.
El tema de la utilidad de la disuasión nuclear francesa es objeto de debate desde que terminó la Guerra Fría. A esta polémica usted acaba de añadir otra al afirmar con claridad que nuestra disuasión debe también dirigirse a los Estados terroristas. Esta es una peligrosa innovación.
Considero que es preciso separar ambas polémicas. Durante la Guerra Fría, los franceses se convirtieron de forma masiva a la idea de la importancia de la disuasión francesa. Como Estados Unidos adoptó a partir de 1962 la doctrina del contraataque flexible, que preveía que Estados Unidos no utilizaría el arma atómica si la URSS tampoco lo hacía, la URSS tenía la posibilidad de invadir Europa Occidental sin correr el riesgo de ser objeto de una respuesta nuclear incluso cuando, en este último caso, las cláusulas del Tratado del Atlántico Norte habrían entrado en juego y Estados Unidos habría venido a ponerle fin a la ocupación. Al retirar las fuerzas francesas de la OTAN, el general De Gaulle permitió reconquistar la total autonomía de la decisión francesa. Cualquier movimiento intempestivo del ejército soviético creaba un riesgo instantáneo difícil de calcular, pero enorme. Kissinger y McNamara dieron cada uno por su parte fe de este análisis que compartían: el factor de incertidumbre creado por Francia desempeñó un papel determinante en el mantenimiento de la paz. Este razonamiento creó un consenso sobre la disuasión nuclear en Francia.
El Pacto de Varsovia fue disuelto después de la Guerra Fría, pero nuestra respuesta fue extender la OTAN y excluir a Rusia, condenándola a nuestra perpetua desconfianza, lo que ha provocado su rearme actual. Fuimos mudos testigos de este error norteamericano que consistió en ampliar la OTAN cuando en realidad hubiera hecho falta disolverla. No obstante, fuimos también testigos, a partir de ese momento, de un desarme mutuo. Y hoy, no existe en ninguna parte estratega alguno capaz de inventar otro escenario de crisis para cuyo tratamiento sea pertinente recurrir al arma nuclear. No queda nadie a quien disuadir. Cuando usted interrumpió los ensayos nucleares el mundo creyó que Francia había suscrito la opción del desarme nuclear y estaba decidida por consiguiente a poner en práctica el compromiso del Artículo 6 del Tratado de No Proliferación Nuclear. No hay comparaciones posibles entre el peligro inminente de la proliferación (que sería enfrentado con mucha mayor eficacia si las potencias nucleares estuvieran efectivamente desarmadas) y el tratamiento de conflictos hipotéticos que se producirían en un futuro lejano. Sin embargo, en lugar de convertir a Francia en iniciadora de un programa de desarme, usted sigue los pasos de Estados Unidos, Rusia y China que reforman y fortalecen su arsenal nuclear. Además, usted confía una nueva misión a nuestras fuerzas nucleares: disuadir a los Estados terroristas.
La energía nuclear no es pertinente en materia de terrorismo. La destrucción de los terroristas, de sus refugios y de sus instrumentos será considerada mucho más legítima mientras menos daños colaterales provoque. Venceremos a estos movimientos a través de la inteligencia, del empleo de los servicios especiales y del despegue económico que saque a la población de la desesperanza. Amenazar a los Estados que acogen a los terroristas (a menudo de mala gana) con un contraataque nuclear no es pertinente y puede ser interpretado por esos países, a menudo musulmanes, como una amenaza general contra sus sociedades tan pronto como los terroristas busquen allí refugio. Esta actitud sólo puede ganarnos la reprobación general de toda la comunidad internacional con la única excepción tal vez de Estados Unidos bajo la presidencia actual. Los actuales dirigentes de los países más infestados de terroristas, Pakistán y Arabia Saudita, dicen que son y pretenden ser amigos de Occidente. ¿Cómo va usted a explicarles lo que acaba de decir?
Señor Presidente, no hay por qué abochornarse de desdecirse, el mundo se lo agradecerá.
«Surenchère nucléaire : danger», por Michel Rocard, Le Monde, 26 de enero de 2006.
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