Fábricas recuperadas estuvieron junto a las Madres en la Marcha de la Resistencia. Esos sujetos, portadores de una experiencia en la reformulación de la producción y el trabajo, nos muestran que la alienación del trabajador respecto al producto de su trabajo, la posibilidad de decidir sobre la propia actividad y el reparto del ingreso sin una existencia patronal, son injusticias que para ser superadas necesitan de la participación y el compromiso de los propios sujetos.
Los emprendimientos productivos sin patrón, las fábricas recuperadas, hacen realidad una vida con otro horizonte de justicia. Ellos muestran un camino hecho desde abajo, por los propios actores, donde desde lo constitutivo hasta el quehacer diario de la producción se da respuesta a la búsqueda de la superación del sistema de injusticia. En la Marcha de la Resistencia, como tantas otras veces, las Madres estuvieron junto a los trabajadores que practican la producción sin explotación patronal. Los discursos de los trabajadores de la Cooperativa Bauen, la Fábrica productiva y cultural de Villa Domínico y la Imprenta Chilavert, tuvieron el significado de mostrarnos que la esperanza más grande de hoy es la que nace de la práctica colectiva en las bases sociales.
Un pensamiento rebelde que se enfrenta a la injusticia, con todo lo que ella representa en nuestro momento, tiene esperanza. La esperanza que crece desde el pie.
El orden de mundo en el que estamos comprende, en materia laboral, la alienación dilatada de estar no sólo separado del producto del trabajo, sino también de la empresa donde el trabajo se realiza, comprendiendo el rumbo que la explotación asume desde que se sigue el modelo de terciarización implementado por Microsoft hace más de diez años, cuando el neoliberalismo iba tomando cuerpo: El trabajador, contratado por otra empresa, dedica su trabajo a la producción en una empresa donde, cuando no se lo necesite más, no lo va a haber unido ningún vínculo legal. Esta fue una injusticia grande, con la que también convivimos hoy, que estuvo amparada por leyes como la de Flexibilización Laboral para el goce usurero de las empresas que adoptaron la nueva forma: y no son contratos simplemente, son empresas contratistas que “alquilan” sus trabajadores a empresas que “producen”. La posibilidad de que esto acontezca contó con el instrumento de un Estado que fue condescendiente con las necesidades del mercado en esta nueva etapa, que es decir con las necesidades del capital, que es lo que llamamos “neoliberalismo”. Y la respuesta rebelde y contundente a esto no viene de una ley existente ni de una ley futura, sino de la construcción de otra forma de producir, que es otra forma de trabajo. Mientras que el sistema de trabajo continúa presionando en esa dirección, que es la de tener un trabajo sin trabajadores propios, sin cargas sociales, sin ataduras, con explotación libre en la sintonía del libre comercio; en fábricas y empresas que surge un trabajo sin patrón, sin explotadores, donde el obrero es emancipado, se produce con conciencia: en el ejercicio colectivo del trabajo, conociendo lo producido en conjunto con sus compañeros. En Chilavert sucede lo siguiente: los trabajadores siguen realizando, muchas veces, la tarea que desarrollaban antes del cierre y la ocupación. Pero ahora el trabajador, además de su tarea, tiene un conocimiento sobre toda la estructura de producción, a partir de un vínculo profundo que lo une al compañero no sólo como compañero de trabajo, sino formando parte del mismo proyecto, dependiendo todos de todos, lazos de solidaridad propios de la producción colectiva.
Ése Estado que fomenta la alienación necesita también de una sociedad alienada de la toma de decisiones. Y los representantes, elegidos por los representados en la ilusión, gobiernan reservando la capacidad de explotación de los que detentan la posesión de los medios de producción. Y los poseedores deciden todas las cuestiones que se dirimen sobre su fábrica, y los representantes deciden todas las cuestiones sobre las ventajas que los poseedores van a tener para beneficiarse con el trabajo ajeno. Y los intereses de los quienes deciden, en términos democráticos, bailan con armonía en el abrazo entre Estado y poseedores. Pero una nueva forma de organización, donde las decisiones se toman en conjunto, y las decisiones determinan cómo se quiere trabajar, a dónde se dirige la ganancia, cuál es el reparto. Donde decidir no sólo es autodeterminarse, sino también tener conciencia del lugar donde el trabajo se desenvuelve. Y la idea de la ilusión, afuera de la fábrica, se percibe con nitidez. Hay un elemento que distingue la práctica genuina de las decisiones tomadas con horizontalidad: no existe una secuencia de procedimientos para tener un emprendimiento exitoso. La toma de decisiones en una fábrica recuperada es un ejercicio que van reformulando los propios decisores, que son todos los que participan del emprendimiento. En la Fábrica productiva y cultural de Villa Domínico, cuenta el “Tibu” Nuñez, la toma de decisiones fue un aprendizaje muy grande en los inicios, asumiendo la asamblea como el lugar donde se ejerce el autogobierno; cuando hay un error es de todos, y los aciertos son también asumidos por la totalidad de los trabajadores, todos teniendo siempre conciencia de qué es lo que se está discutiendo, formando parte de la concepción del problema y la respuesta que se pretende dar.
Fue una constante en los últimos dos decenios que las empresas privadas, al mismo tiempo que precarizaron las condiciones de trabajo, remuneración y derechos de sus trabajadores, abonaron la valorización de los ejecutivos. Entonces no fueron sólo los dueños quienes se enriquecieron; también la plana de altos gerentes acaparó las ganancias. Se creó la estructura de conocimiento sobre la producción que erige al gerente como conocedor de todas las cuestiones de la empresa y ejecutor de decisiones. El patrón de la fábrica ya no se interesa por cómo es que sus cuentas son engordadas, ése es el papel del gerente. La ganancia que la fábrica produce se concentra en manos del poseedor y del, o de los, tomadores de decisiones; el resto, las personas que dedican su empeño a la producción, ven que históricamente su caudal tiende al raquitismo. Mientras tanto, la cultura contra la hegemonía que se practica en nuevas formas de producción, desiste de la estructura gerencial de la empresa, carece de patrón y reparte el ingreso con la conciencia de que; una estructura democrática de producción también comprende democracia económica, o carece de sentido. En Chilavert, así como la asamblea decide lo referente a la producción, también decide lo que se va a hacer con el dinero que ingresa en la fábrica: en el principio eso no era un inconveniente, porque con lo poco que ingresaba, apenas si alcanzaba para distribuirlo entre los trabajadores. Luego Chilavert fue mejorando su nivel de producción hasta niveles normales. No todo lo que ingresa es repartido, porque la fábrica necesita de la renovación de insumos y las previsiones que hay que tomar. Y aunque aún los salarios son escasos, su nivel aumenta a medida que los ingresos aumentan. La horizontalidad en la toma de decisiones y el igualitarismo en el reparto del beneficio son preceptos que unidos marcan a paso firme un camino arduo donde el trayecto es digno y el objetivo es emancipador.
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