La mirada del historiador Osvaldo Bayer sobre la infinita solidaridad de las Madres.
Me causó gran satisfacción el comunicado de las Madres de apoyo a los obreros del petróleo de Las Heras. No podía ser de otra manera, siempre en la línea de la dignidad y contra la prepotencia. La Gendarmería no puede arreglar los problemas de la gente. Sólo la búsqueda de la equidad para todos los que integramos esta sociedad puede llegar al entendimiento. Como se lo propusieron los Hijos de estas Madres. El apoyo también a todos aquellos trabajadores que ante el cierre de sus fábricas por sus patrones, las toman, forman cooperativas y caminan hacia adelante con la visión de una sociedad justa. Todo debe ser regulado para que alcance para todos. Y no un mundo que produce irracionalidades como éstas: Volkswagen anuncia el despido de veinte mil obreros y enseguida, las acciones de Volkswagen son cotizadas en un nueve por ciento más alto. Ese es el reino de la infamia. No cabe otra palabra.
Acabo de leer un libro que es una profunda investigación de la historia que han originado las Madres de Plaza de Mayo con su epopeya de coraje y desprendimiento. El abandonar lo propio para asumir un destino dentro de la comunidad. El pensar para todos.
El libro se llama “La rebelión de las Madres. Historia de las Madres de Plaza de Mayo”, y el primer tomo va desde 1976 a 1983. Su autor es el intelectual Ulises Gorini.
Justo un libro para leer ahora, a los treinta años de aquella Argentina que se convirtió en uno de los patíbulos más míseros de la historia en manos de las Fuerzas Armadas Argentinas, comandadas por Videla, Massera y Agosti, tres nombres para coronarlos con la distinción de la infamia, la crueldad de los mezquinos, el odio a todo lo que es vida y ética. En este libro figuran todos los documentos de la época. Pocas veces he leído un libro donde se traen en forma tan exhaustivas los sucesos históricos. No puedo dejar de mencionar uno que lo dice todo: el nivel moral de nuestros políticos establecidos. La cita es del diario La Opinión de los militares, son entrevistas que realiza el periodista Fanor Díaz. Esos políticos “se congratulan –textual- por el triunfo obtenido por las fuerzas armadas en la lucha antisubversiva”. “Entre ellos –dice- hay una confluencia de opiniones en cuanto a que se reserva a las Fuerzas Armadas el rol de destruir la subversión ultrista de derecha e izquierda”. Finalmente se menciona a esos políticos. Son los conocidos; Angel Federico Robledo, ex ministro del Interior del gobierno peronista; Juan Carlos Pugliese, ex senador de la UCR; Rogelio Frigerio, del Movimiento de Integración y Desarrollo, que había formado parte del Frente Justicialista de Liberación; Raúl Alfonsín, dirigente de la llamada “corriente progresista” de la UCR, y Fernando Nadra, apoderado del PC.
Hago un paréntesis y busco los diarios de mayo de 1987, ya Alfonsín con casi cuatro años en el poder. El diario Clarín del 14 de ese mes titula a toda página: “Es necesario reconciliar a las Fuerzas Armadas con la sociedad”. Ese día, Alfonsín no va a conseguir quórum para votar la ley de obediencia debida. A pesar del esfuerzo de los radicales César Jaroslavsky y Federico Storani que pidieron el tratamiento “sobre tablas” para aprobarla. 132 radicales votaron por el sí y 70 de la oposición por el no, de manera que no pudo tratarse por la falta de los dos tercios. Votaron también a favor de la ley de amnistía total para los uniformados autores de crímenes de lesa humanidad, el peronista Herminio Iglesias y los sindicalistas peronistas capitaneados por Diego Ibáñez, también lo hizo el dirigente de SMATA, José Rodríguez. Realidades argentinas. Aquellos dirigentes obreros de principios del siglo veinte que tanto lucharon por las ocho horas de trabajo y que sufrieron la sangrienta represión oficial y la cruel ley 4144, de residencia, del genocida general Julio Argentino Roca, jamás se hubieran imaginado que dirigentes obreros habrían votado por la amnistía a los criminales uniformados.
Debemos decir, que cinco diputados radicales se negaron a votar los proyectos oficiales de Alfonsín. Los nombraremos como un saludo a la dignidad: Juan Bautista Belarrinaga, Elsa Ana Bianchi, Néstor Golpe Montiel, Norberto Enrique Marini y Adolfo Reynoso.
Poco después esas leyes de la vergüenza argentina, obediencia debida y punto final iban a ser aprobadas por el Congreso. He propuesto que todos los organismos de derechos humanos exhiban en sus sedes las tablas con los nombres de todos los senadores y diputados nacionales que votaron esas leyes de vergüenza. Y soñamos también que esas listas sean colgadas alguna vez en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional. Como ignominia para quienes por razones de intereses privados o de miedo, votaron el perdón a los desaparecedores, a los torturadores, a los asesinos, a los que arrojaron a sus víctimas desde aviones al mar.
Es que los militares contaron con el vergonzoso colaboracionismo de todos los demás factores de poder. Lo dice Gorini en su libro: “La impunidad fue un elemento constitutivo de dicho sistema. Y ese sistema tuvo nombres, y apellidos, corporaciones empresarias, partidos, sindicatos, iglesias, organizaciones sociales y culturales del más diverso tipo, clase y condición”.
Hace treinta años comenzaba el drama. Cómo deben haber sufrido nuestras queridas Madres de Plaza de Mayo. Las horas eternas de la espera. El dolor persistente de no saber la verdad y al mismo tiempo esperar el regreso. Imaginarse permanentemente el regreso.
Oír, por ejemplo, esas declaraciones del brigadier general Omar Graffigna, jefe de la Fuerza Aérea, que dirá el fin de año del 79’ que “en legítima defensa de su patrimonio histórico se combatirá el propósito de fomentar la lucha de clases”. Qué inspirado el señor brigadier. Así que los militares habían asaltado el poder para enseñarnos a portarnos bien, y portarnos bien significaba, ante todo, respetar la propiedad privada de los poderosos. Con su trabajo, el pueblo financiaba a esos uniformados que estaban principalmente para defender lo ya establecido.
Y después de la caída vergonzosa de los militares, los juegos indecentes de los nuevos demócratas. Cuánta humillación. Y sin embargo las Madres no fueron a rezar ni se dedicaron a llorar como les recomendaban las cabezas tonsuradas, sino que salieron a la calle a usar de la palabra y la protesta.
Sus hijos se habían convertido para ellas en un emblema, una obligación. Por eso ese valioso comunicado de su apoyo a los obreros del petróleo. Y su escuela, la Universidad de las Madres enseña principalmente eso: el derecho, que es la verdadera Justicia. Ahí no se enseña cómo hacer para convencer a clientes o cómo vender más o qué normas de negocios son preponderantes para un ejecutivo sino que se da el panorama de cómo hacer para obtener la paz entre los pueblos, que no puede ser otra cosa que la justa regulación de los bienes para todos, la protección de los niños, y la dedicación a las ciencias sociales como norma de convivencia. Es decir, la paz, el único futuro en el cual hay que pensar.
Las Madres. La Palabra. La Solidaridad, que no es otra cosa que la Bondad.
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