El analista Alejo Vargas examina los triunfos y derrotas de las elecciones del pasado domingo 28 de Mayo, con miras al próximo cuatrienio y los principales retos que traerá consigo.
Hubo dos grandes ganadores en los comicios presidenciales del 28 de Mayo. El Presidente Álvaro Uribe ganó su reelección presidencial como estaba previsto. Sólo que de manera más contundente de lo pronosticado. Por ello las sorpresas no fueron el triunfo del candidato-presidente, sino lo categórico del mismo, de un lado y el posicionamiento de Carlos Gaviria como el jefe natural de la oposición, barriendo con el liberalismo que quedó asumido en una gran crisis.
En las elecciones presidenciales estaban en juego varios aspectos: el volumen de abstención electoral; si hubiese o no segunda vuelta presidencial; cuál sería el margen del triunfo del candidato-presidente y si el Polo Democrático Alternativo se posicionaba como la primera fuerza de oposición.
En relación con la abstención, se puede afirmar que la tendencia histórica se mantuvo relativamente invariable. Es decir, hubo un ligero aumento de participación en relación con las elecciones de Congreso –situación normal en un régimen presidencial en el cual la elección que genera el mayor entusiasmo es la del Presidente-, pero igualmente se mantuvo en las tendencias históricas, cerca del 55%, y no se disparó de manera descontrolada –como se temía por algunos, considerando que esto perjudicaría fundamentalmente al candidato-presidente-, en el contexto de una elección que en principio no suscitaba mayor interés por cuanto el ganador estaba pre-determinado y con una campaña presidencial bastante aburrida. No hay duda que estimular la participación electoral sigue siendo un desafío para el sistema político colombiano, por cuanto esto deja una franja importante de electores que se abstienen de opinar y que en últimas plantea interrogantes diversos acerca de cuáles serían sus preferencias y motivaciones para no participar.
Tanto la participación electoral, como la contundencia del triunfo del candidato-presidente –ligeramente por encima de los pronósticos de las encuestas de opinión y sacándole al segundo una amplia diferencia-, resolvió claramente el interrogante de si era o no necesaria una segunda vuelta electoral; la mayoría de los votantes dieron una clara respuesta al apoyar en un 62.2% al triunfador –nueve puntos porcentuales por encima de la victoria en su primer mandato-. No hay duda que al recibir, después del desgaste de cuatro años de gobierno, cerca de millón y medio de votos adicionales de apoyo en relación con su primera elección, los votantes estaban dando un claro mandato de continuidad. Es claro que el Presidente Uribe queda con una capacidad de maniobra política muy grande frente a su propia coalición y por supuesto frente a las fuerzas de la oposición, lo que denominan un margen alto de gobernabilidad.
Una reflexión importante es acerca de las razones posibles de los votantes para renovar el mandato presidencial. Si hace cuatro años se señalaba como razones fundamentales la fatiga con la acción de la guerrilla y especialmente con el proceso del Caguan que no parecía tener ningún sentido, la influencia que lo anterior parecía tener en el comportamiento de la economía, así como el ambiente creado por la ‘guerra contra el terrorismo’ del gobierno Bush, no hay duda que en esta ocasión la reelección se explica por otras razones. Creemos que pesa mucho en la decisión de los electores la satisfacción con la percepción de seguridad que existe y por supuesto con la política de ‘seguridad democrática’ que ha sido el eje del primer gobierno Uribe, pero igualmente una percepción positiva del comportamiento de la economía y sobretodo, un estilo de gobierno que ha calado en importantes sectores de la sociedad colombiana: un Presidente que tiene una gran voluntad para trabajar, que está cercano a los problemas de los ciudadanos y que los escucha –allí los consejos comunitarios como mecanismo de gobierno y la criticada micro-gerencia del Presidente, por el contrario parecen tener gran aceptación en los votantes- y adicionalmente que es percibido como un gobernante con don de mando, todo ello, sin duda, configura un estilo de gobierno que tiene aceptación mayoritaria en los colombianos.
Ahora bien, no hay duda que el candidato Carlos Gaviria y el Polo Democrático Alternativo es el otro gran ganador en la contienda. La votación obtenida –la más alta en la historia de las participaciones electorales de la izquierda, aun cuando Alianza Democrática M-19 obtuvo un mayor porcentaje en la elección de la Asamblea Constituyente del 91- y el hecho de haber sido mayoría en dos Departamentos, lo colocan el lugar privilegiado del partidor para los próximos eventos electorales.
Carlos Gaviria recibió un mandato claro de sus electores: ser a partir de ahora el jefe natural de la oposición al gobierno Uribe y tiene el desafío de cumplir ese rol de manera adecuada. Pero adicionalmente se convierte en el indiscutible jefe del PDA y seguramente en el dirigente que debe ser capaz de arbitrar las diferencias internas y lograr que esta fuerza política de izquierda se consolide, tanto en las elecciones regionales y locales del 2007, como en las de Congreso y presidenciales del 2010. Porque, si bien es probable que muchos votantes por Carlos Gaviria no sean exactamente militantes del PDA –son parte de esa franja de opinión que se desplaza de acuerdo a las circunstancias-, sí va a depender mucho de la orientación y conducción política que esta fuerza tenga, el que esos ciudadanos se sientan a gusto en el PDA y no tengan que ‘migrar’ hacia otra opción política.
Se va a presentar una paradoja y es que la oposición del PDA en el Congreso es cuantitativamente menor, que lo que representa en términos de opinión los votantes que le dan ese mandato a Carlos Gaviria; por ello, la oposición de Carlos Gaviria no sólo se debe expresar contribuyendo a orientar la bancada del PDA en el Congreso, sino en los medios de comunicación y en el acompañamiento a formas de oposición social extra-parlamentarias.
El Partido Liberal debe asumir la gran crisis que ya venía viviendo hace un tiempo. Sin embargo deberíamos ser prudentes en decretar desde ya su desaparición, porque en el pasado los dos partidos tradicionales, liberal y conservador, han mostrado una gran capacidad de sobrevivencia; lo que sí parece definitivo es el predominio único del bipartidismo; la izquierda política llegó para quedarse y con opciones de crecimiento muy halagadoras. Las opciones liberales parecen ser dos, ambas con espacios pequeños de maniobra y con incertidumbres acerca de su futuro: o recomponer su liderazgo partidista y situarse como una fuerza de oposición al lado del PDA –no hay que olvidar que la fuerza parlamentaria del Partido Liberal es mayor que la del PDA-, o hacer un proceso de acercamiento con los liberales que habían emigrado hacia la coalición uribista y convertirse en una fuerza política más de dicha coalición de gobierno. Pareciera que ese espacio de centro en que quisiera situarse un partido como el liberal, cada vez está más copado tanto por la izquierda del PDA como por la derecha de la coalición uribista.
¿Cuáles son los desafíos del segundo gobierno de Álvaro Uribe?
Todo indica que se sitúan en tres grandes campos de la acción pública: la política social; el conflicto interno armado y la política exterior.
En relación con la política social, hay una gran expectativa en los votantes que apoyaron al candidato-presidente, pero además en todos los colombianos. Se consideraba que el primer mandato tenía el énfasis en la seguridad y que este segundo, sin abandonar la ‘seguridad democrática’, la prioridad estaría en el campo de la política social, englobando en esta denominación los problemas de pobreza, exclusión y equidad. Por ello políticas públicas como las de vivienda social, educación, salud y empleo, deben ser prioritarias y allí igualmente la oposición política debe tener colocadas sus antenas para monitorear el desarrollo de las mismas.
En lo que tiene que ver con la solución del conflicto interno armado encontramos una especie de paradoja: al tiempo que hay amplia satisfacción en sectores mayoritarios de la sociedad con la ‘seguridad democrática’, las encuestas reflejan una mayoritaria opinión –similar a la que votó por el candidato-presidente, es decir, por encima del 62%- que considera que la solución política negociada es la que debe imponerse frente al conflicto interno armado. Todo indica que el nuevo gobierno Uribe además de mantener la ‘seguridad democrática’ debería plantear una política de búsqueda de la solución política negociada, que al tiempo que permita consolidar los acercamientos con el ELN en un proceso de conversaciones sólidamente estructurado, permita viabilizar el ‘acuerdo humanitario’ con las FARC y convertir este en la puerta de entrada para un proceso de conversaciones con esta guerrilla. Allí va a ser muy importante el realismo con que las FARC valore el actual panorama político colombiano y entienda que no tiene sentido mantener cuatro años más a las personas secuestradas por razones políticas y que el tiempo de la negociación parece estarse acercando.
El segundo mandato de Uribe va a tener que manejar muy bien de una parte la condición de aliado estratégico de Estados Unidos, por su dependencia en cuanto a la financiación del Plan Colombia y el Plan Patriota, pero al mismo tiempo y con gran pragmatismo, reconocer las realidades políticas regionales de Sudamérica y tratar de tener unas buenas relaciones con gobiernos con los cuales hay distancias ideológicas y políticas. Ante la crisis de la CAN, probablemente el escenario de la Comunidad Suramericana de Naciones puede ser el adecuado para concretar esta política de ‘buen vecino’ y con Venezuela, igualmente con realismo se debe avanzar hacia un acuerdo bilateral que sirva de paraguas para la dinámica relación comercial entre las dos economías. Igualmente, la agenda con la Unión Europea debe diversificarse y en ello puede ser de gran importancia una flexibilización en la política de paz negociada con la guerrilla –incluido un tema sensible como es el del acuerdo humanitario- y un impulso al proceso de integración suramericano.
Finalmente, el nuevo gobierno de Uribe tendrá que impulsar en el Congreso y la sociedad la aprobación del TLC con los Estados Unidos y este será un campo adicional de disputas políticas y sociales; el problema no es la mayoría parlamentaria, de la cual dispone holgadamente, sino de la movilización social en contra que con alta probabilidad se va a presentar. Allí veremos en acción al Presidente jugándose su influencia política y esperamos igualmente ver al jefe de la oposición, Carlos Gaviria, liderando el debate en contra.
Todo indica que tendremos Uribe para rato y la opción futura de relevo seguramente se configurará alrededor de una izquierda política creíble, en lo cual el PDA es una carta muy importante y con una candidatura presidencial que refleje una propuesta para el país todo y no para un sector solamente.
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