Los términos allí consignados merecen ser valorados detenidamente. “El ELN saluda la propuesta venezolana de darle reconocimiento de Fuerza Beligerante a las guerrillas colombianas y se dispone a trabajar para materializar esta iniciativa. Esperamos que la comunidad internacional se sume a este esfuerzo por la paz de Colombia”, citaba el comunicado.
Sobre el llamado a la comunidad internacional para que apoye la idea de otorgar estatus de beligerancia a las organizaciones insurgentes, ya puede hacerse un balance: sólo el Presidente de Nicaragua mostró su afinidad con la propuesta del presidente Chávez, sin que nadie más se haya pronunciado. Muy por el contrario, la Unión Europea se ha reafirmado en sus consideraciones de que tanto FARC como el ELN deben permanecer en las listas de terroristas en tanto no den muestras de respeto al DIH [1] Por su parte Ecuador, Bolivia y Brasil han mantenido prudencia a la hora de dar señales de aprobación, al igual que Argentina. Pero en términos generales los pronunciamientos que han tenido lugar no consideran pertinente la propuesta.
En sectores de la comunidad internacional, así como entre algunos analistas políticos e iniciativas sociales nacionales, se considera que este es un buen momento para que el ELN desarrolle la mesa con el gobierno del presidente Uribe. Se argumenta que hay una “ventana de oportunidad política” en la medida en que hay una situación de polarización frente a las FARC. Se cree que el presidente Uribe estaría dispuesto a desarrollar una negociación importante por los contenidos con el ELN. De hecho en diciembre manifestó de manera privada su disposición a no exigir concentración e identificación si el ELN presentaba fórmulas que fueran satisfactorias para desarrollar el cese del fuego y proceder a la firma del “Acuerdo Base”.
Desde la crisis suscitada por la finalización de la labor mediadora del presidente Chávez, el ELN no ha tenido contacto alguno con el Gobierno. Ahora, con este comunicado del 20 de enero, la pregunta que queda es si el ELN ha tomado la decisión de no volver a la mesa en tanto la labor del presidente Chávez no sea “restablecida” por Uribe, lo cual, juzgando por la coyuntura de los últimos dos meses, no va a suceder. El distanciamiento es tan grande entre Venezuela y Colombia que en Caracas se habla de que esta abierta confrontación podría ser “la hecatombe” que mencionó el presidente Uribe en noviembre pasado como requisito para considerar un tercer periodo presidencial.
Hemos insistido en que el ELN actúa bajo cálculos racionales, ha sopesado una estrategia de actuación y todo pareciera indicar que se ha articulado a una alianza estable con el Presidente Chávez y de manera no formal a la estrategia de las FARC de mantenerse totalmente distante de procesos de negociación global con el gobierno del Presidente Álvaro Uribe Vélez. Podemos estar equivocados. Ojalá lo estemos y la mesa del ELN – gobierno colombiano se reanude en las próximas semanas, pero todas las señales apuntan a que no será así, pues pareciera que de momento todo pasa por Caracas. Por supuesto, estos son escenarios dinámicos pueden cambiar, pero no se vislumbra un ambiente propicio ni actores con el peso político suficiente para involucrarse y darle un nuevo aire político a la situación, con el agravante que entramos casi a la mitad del mandato del presidente Uribe y su popularidad del 80% no pareciera indicar urgencias en modificar su estrategia.
El ELN debe tener muy presente que de retirarse de esta mesa, en la que tiene reconocimiento político explicito como fuerza política en armas y en donde se buscaba abrir un escenario para debatir temas de fondo sobre la nación, deberá sortear un alto costo en términos de su credibilidad a nivel nacional e internacional, así como en su estrategia de resistencia, la guerra en su contra arreciará y el costo humanitario será permanente, el debilitamiento de su estructura puede ser significativo y lo que es más preocupante, su involucramiento en las dinámicas del narcotráfico se pueden acelerar y colocarlo en abierta contradicción con la agenda antidrogas de los Estados Unidos. Otro tema, más delicado aún, es no poder construir un consenso amplio sobre la complicada agenda de verdad, justicia y reparación y pensar una negociación en un país donde el reconocimiento al alzamiento armado en infinitamente residual y donde la misma izquierda en la civilidad en el marco de la Constitución de 1991 siente a las guerrillas como una piedra en el zapato en el camino a las elecciones del 2010.
Si el ELN se retira de la mesa de negociaciones y no opta por tramitar las dificultades reales que ha suscitado la finalización de la facilitación del presidente Hugo Chávez, va camino de perder una oportunidad histórica para una negociación. Vendrán nuevos ciclos de guerras regionales y una opinión ampliamente favorable a la búsqueda del aniquilamiento militar y las voces que abogamos por los mecanismos de diálogos y concertaciones. Volveremos al desierto, a tratar de remontar una situación, cada vez en medio de mayores incredulidades por parte de quienes nos dirán: “Se lo dije, el ELN, no va a ninguna negociación”.Y sí, todo parece indicar que no; esperemos estar equivocados.
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