La Logia Hijos del Trabajo, fundada en 1882, fue un lugar donde se organizaron las primeras agrupaciones gremiales, además de brindar apoyo económico a los inmigrantes italianos que se asentaron en el barrio de Barracas y La Boca.
Buenos Aires seduce y sorprende. Nunca deja de sorprender. Ya sea por actitudes de sus vecinos, que pueden sentirse más atraídos por unos perritos abandonados que por esos pibes con mocos colgando que estiran la mano y sólo encuentran indiferencia.
Buenos Aires seduce y sorprende. Ya sea por esos misterios que deja asomar por cada barrio. Uno los toma y queda como hipnotizado.
Barracas, por ejemplo. No Barracas la linda, la de calles anchas y árboles viejos. La otra Barracas, la que en una época se caracterizó por un ritmo fabril, por turnos de ocho horas, por obreros apurando sus pasos.
Y si uno se distrae en esa Barracas, ahora sin fábricas, sin obreros, se le cuela el alma de Megafón, por que no otro que el Autodidacta, puede andar haciendo de las suyas. El personaje de Leopoldo Marechal narra Las Dos Batallas para restablecer el equilibrio roto entre el orden terrestre y en el celeste. Y ese es precisamente el estado de ánimo en que uno se encuentra al ver en una calle sin atisbo de turistas, un edificio con símbolos masónicos en su frente.
Se trata de una casona centenaria donde, en 1884, se fundó la Logia Masónica Hijos del Trabajo, ubicada en la calle San Antonio al 800, que dejó de existir en 1983 cuando la Gran Logia Argentina de Libres y Aceptados Masones resolvió disolverla.
El nombre "Hijos del Trabajo" inscripto en el frontispicio, realza su compromiso con los movimientos obreros e identifica a la logia con los principios de Trabajo - Ciencia - Virtud.
El monograma del triángulo radiante, con un ojo, está asociado al concepto de Dios, y significa que aquel hombre que alcanzó el conocimiento puede ejecutar el plan del Gran Arquitecto del Universo. En el friso se destaca el globo al lado de los egipcios, que simboliza la sublimación de la materia y las tres pirámides Gizeh: Mikerinos, Kefren y Keops, representan la inmutabilidad de los principios de la vida y del tiempo.
Al ver este pedazo de historia no cabe duda que los espíritus del Autodidacto de Villa Crespo y el de Samuel Tesler descendieron en esta calle perdida de Buenos Aires y se quedaron para librar alguna de sus batallas.
Nota publicada en www.buenosairessos.com .
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