“Lejos de las tribunas, Fidel Castro sigue cautivando a la izquierda”, leí hace unos días en un sitio digital, y aunque por venir de una trasnacional de la noticia el titular y todo el escrito hasta parecieran un elogio, no pude menos que preguntarme si alguna vez dejarán de chocar con la misma piedra y acertarán, siquiera por casualidad.
¿En verdad creen eso, que Fidel es un encantador de serpientes, un hechicero que seduce, engatusa, atrapa y convierte multitudes en dóciles ovejas que lo siguen cual rebaño a todas partes?
Claro que los grandes hombres fascinan, pero hasta ahí la magia. Su poder es otro muy distinto, porque nada más opuesto a la ilusión y el engaño que la verdad, y esa ha sido, desde la fragua misma del “Moncada”, el arma de Fidel, verdadero arsenal nuclear, diría yo, a juzgar por la luz cegadora y la potencia de cada ojiva disparada por él con precisión en todos estos años.
“No mentirás”, reza el octavo mandamiento y el conjuro infalible del líder cubano ha sido y es, precisamente, llamar a las cosas por su nombre, hablar alto y claro en este mundo nuestro donde tantos sí que mienten, confunden, extorsionan, o guardan silencio y apañan, por mezquinos intereses o por imprevisión, estupidez o miedo.
Que nadie lo dude: de no ser por Fidel, su más que oportuna denuncia, sus análisis e insistentes llamados, la GUERRA (así, con mayúsculas) sería hoy muchísimo más que un inminente peligro.
Habría estallado y probablemente el mundo se hubiera enterado demasiado tarde, pendiente como estaba del ir y venir de un balón de fútbol. Quizá para este minuto buena parte del planeta sería un gigantesco cementerio, pero, una vez más, Fidel marcó la diferencia y !vaya si les aguó la fiesta a los señores de la guerra!
¿Cautivar? No, colega, mejor escriba convocar, movilizar, sumar, juntar, con ideas y argumentos, con verdades que retumban más que los cañones. Esa es la fórmula mágica, esa y sus tantas otras virtudes, que lo han convertido, desde hace mucho, en un símbolo, un referente ético y político indispensable.
Y es lo que no conciben ni perdonan sus enemigos, que durante décadas hicieron de todo para deshacerse de él, que cuando Fidel enfermó se afilaron los dientes y cantaron victoria y que hoy deben estar arrañando las paredes y con la bilirrubina por las nubes.
Pero, que aúllen los lobos. Su tormento es la alegría de millones, en Cuba y en el mundo, compatriotas todos si creemos, como Martí, que “Patria es Humanidad” y luchamos para que un día, superada la prehistoria, en este hogar común que es la Tierra, pueda convivir en paz, unida y dichosa, la gran familia humana.
Feliz día este 13 de agosto en que podemos al fin, sin sombra de aflicción ni zozobra, celebrarle sus 80 y los que han venido después, aunque en definitiva, no habría que dar mucho crédito al almanaque.
Sólo un eterno joven, con tanto vigor, pasión y saber acumulados, sería capaz en ese punto de su vida, de advertir que “no podemos enfocar el futuro con los conceptos y las imágenes del pasado. Todo es nuevo. Hay que poner a volar la imaginación”.
De la trinchera donde como soldado de las ideas no ha cesado de disparar contra el imperio y sus aliados, fechorías y designios, ha emergido para llamar al combate y guiar, desde la primera línea.
No importa que en su camisa verde olivo falten las hombreras con la insignia roja y negra. Su estrella está en nosotros, en cada uno de los que amamos esta Revolución y para quienes Fidel es y será por siempre nuestro Comandante en Jefe.
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