Wikileaks, página web de reciente factura, trae de cabeza a la cúspide del gobierno estadounidense. Léase el Pentágono, como principal acusado, y tras él vienen a rastras la Casa Blanca y el Departamento de Estado.
Pero también lo está el brazo legislativo que se alberga en el Capitolio y, por último, los probables encargados en tratar de silenciar al nuevo engendro informático y mitigar las consecuencias de sus filtraciones.
Tales son los casos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y otras del Complejo, a duras penas integrado en el Departamento de Seguridad Interna.
El nombre del espacio se desglosa en la expresión hawaiana “wiki”, que significa rápido y “leaks”, del inglés, para designar una "filtración".
Hace muy poco, el sitio web, creado por William Assange, conmocionó a la opinión pública internacional con la publicación del vídeo que reflejaba la matanza injustificada de 12 civiles en Bagdad, entre ellos dos niños, por parte de un helicóptero norteamericano.
Pero aún antes, Wikileaks se había iniciado como medio independiente dedicado a publicar los secretos de los infractores de cualquier parte, filiación y objetivos; suerte de Robin Hood cibernético.
Las ejecuciones extrajudiciales efectuadas por el régimen de Kenia en 2008, la publicación del listado de nombres, direcciones y teléfonos del archi racista Partido Nacional Británico, el criminal vertido de tóxicos por parte de una compañía local en Costa de Marfil, con saldo de seis muertos y 85 personas hospitalizadas, han sido algunos de los impactos sobresalientes de la controvertida página digital.
"Palo periodístico" importante, que reclamó la atención internacional, lo fue la reciente aparición en ese sitio de 92 mil documentos clasificados de las Fuerzas Armadas estadounidenses, sobre la guerra en Afganistán.
Los informes secretos, provenientes de servicios de inteligencia, colaboradores afganos con la estación CIA en la embajada norteamericana en Kabul y otras fuentes, demuestran cómo los soldados del Tio Sam asesinaban indiscriminadamente a civiles afganos y que allí la contienda experimenta un peligroso estancamiento.
La más reciente aparición en Wikileaks de la nada despreciable cifra de 400 mil documentos clasificados del Pentágono sobre la guerra en Iraq, ha roto los records de paciencia del centro de poder estadounidense y provocado la expectación internacional.
Estos añaden nuevos, abundantísimos e irrebatibles argumentos sobre la injustificada criminalidad de los uniformados estadounidenses en Iraq, su falta de humanidad y de ética, como en los peores momentos de la contienda en Vietnam (1959-1975).
De cara al fenómeno que ahora deleita a los “internautas”, son muchas las interrogantes que se plantean los analistas y medios de prensa.
Unos y otros se cuestionan quién es realmente William Assange y cuáles sus móviles en lo que se empeñan en hacer aparecer como suerte de guerra personal del australiano contra el Pentágono.
Otros se preguntan cómo ese jóven “hacker” y sus asociados pueden llegar, y con tanta profusión, a los más oscuros secretos militares estadounidenses.
De frente al valor acusatorio que revisten los impresos y filmaciones de Wikileaks, tales cuestionamientos más bien devienen fútiles intentos por desvirtuar y apartar la mirada de todos.
Ametrallamientos indiscriminados de civiles, violaciones, vejaciones, mutilaciones, todo el arsenal de horror emerge de los impresos y vídeos expuestos a solo el “clik” del “mouse”.
Ante tantas verdades acusatorias, poco importa quién las da conocer y por qué. Ya nadie ignora los muy tangibles objetivos económicos que mueven las contiendas de la Casa Blanca en distantes naciones como Iraq y Afganistán.
Sus soldados, conscientes de tan poco patrióticos móviles, no tienen reparos en buscar diversión en la matanza innecesaria de seres humanos.
Esos reciclados horrores hitlerianos presentes en muchos militares estadounidenses, y las crecientemente cuestionables motivaciones bélicas de Washington, constituyen manchas demasiado molestas.
De cara al futuro, tales ignominias son tan difíciles de borrar como de olvidar. He ahí lo que realmente importa.
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