El general William Ward, ex responsable de la represión en los territorios palestinos convertido en comandante del AfriCom, participa en una ceremonia en mayo de 2010. El ejército tunecino fue reducido al mínimo, pero el país sirve de base de retaguardia para las operaciones «antiterroristas» en la región y dispone de puertos indispensables para la OTAN en el control del Mediterráneo.

A las grandes potencias no les agradan los acontecimientos políticos que no pueden controlar y que obstaculizan sus planes. Los acontecimientos que han venido conmocionando Túnez desde hace un mes no son ajenos a esa regla. Todo lo contrario.

Resulta entonces bastante sorprendente que los grandes medios internacionales de difusión, fieles aliados del sistema de dominación mundial, se entusiasmen de pronto por la «revolución de jazmín» y que publiquen investigaciones y reportajes sobre la fortuna de la familia Ben Ali, a la que anteriormente no prestaban atención a pesar de su escandaloso tren de vida.

Lo que sucede es que los occidentales están tratando de recuperar terreno en una situación que se les fue de las manos y en la que ahora quieren insertarse describiéndola según sus propios deseos.

Primero que todo, es importante recordar que el régimen de Ben Ali gozaba del apoyo de Estados Unidos y de Israel, de Francia y de Italia.
Considerado por Washington como un Estado de importancia menor, Túnez estaba siendo más utilizado en materia de seguridad que en el plano económico.

En 1987, un golpe de Estado derrocó al presidente Habib Bourguiba para favorecer a su ministro del Interior, Zine el-Abidine Ben Ali. Este último es un agente de la CIA entrenado en la Senior Intelligence School de Fort Holabird.
Según informaciones recientes, Italia y Argelia parecen haber estado vinculadas a aquella toma del poder [1].

Desde su llegada misma al Palacio de la República, Ben Ali establece una Comisión Militar Conjunta con el Pentágono que se reúne anualmente, en mayo.
Ben Ali no confía en el ejército, lo mantiene marginado y no le proporciona suficiente equipamiento, con excepción del Grupo de Fuerzas Especiales que se entrena con los militares estadounidenses y que participa en el dispositivo «antiterrorista» regional.

Los puertos de Bizerta, Sfax, Susa y Túnez se abren a los navíos de la OTAN y, en 2004, la República de Túnez se inserta en el «Dialogo mediterráneo» de la alianza atlántica.

Al no abrigar con Túnez expectativas especiales en el plano económico, Washington permite que los miembros de la familia Ben Ali exploten a fondo el país. Cualquier empresa que allí se desarrolle tiene que cederles el 50% de su capital y los dividendos correspondientes a esa tajada. Pero las cosas se ponen feas en 2009, cuando la familia que controla el país pasa de la glotonería a la avaricia y trata de chantajear también a los empresarios estadounidenses.

Por su lado, el Departamento de Estado prevé la inevitable desaparición del presidente. El dictador ha eliminado a todos sus rivales y no tiene sucesor. Se impone entonces buscarle un sustituto en caso de que fallezca. Se recluta a unas 60 personalidades capaces de desempeñar un papel político después de Ben Ali. Cada una de esas personas recibe un entrenamiento de 3 meses en Fort Bragg y posteriormente se le asigna un salario mensual [2]. Y pasa el tiempo…

Aunque el presidente Ben Ali mantiene la retórica antisionista en vigor en el mundo musulmán, Túnez ofrece diversas facilidades a la colonia judía de Palestina. Se autoriza a los israelíes descendientes de tunecinos a viajar a Túnez y a comerciar en ese país. Incluso se invita a Ariel Sharon a viajar a Túnez.

La revuelta

El 17 de diciembre de 2010, la inmolación voluntaria de un vendedor ambulante, Mohamed Bouazizi, quien se prendió porque la policía le había confiscado su carreta y sus productos, da paso a los primeros disturbios. La población de Sidi Bouzid se identifica con aquel drama personal y se subleva.

Los enfrentamientos se extienden a varias regiones y, posteriormente, alcanzan la capital tunecina. El sindicato UGTT y un colectivo de abogados organizan manifestaciones, sellando así –sin hacerlo a propósito– la alianza entre las clases populares y la burguesía alrededor de una organización estructurada.

El 28 de diciembre, el presidente Ben Ali trata de recuperar el control de la situación. Visita al joven Mohamed Buazizi en el hospital y se dirige esa misma noche a la nación. Pero su discurso televisivo expresa su ceguera. Ben Ali denuncia a los manifestantes como extremistas y agitadores a sueldo y anuncia una represión feroz. Lejos de calmar las cosas, su intervención convierte la revuelta popular en insurrección. El pueblo tunecino ya no denuncia solamente la injusticia social sino el poder político.

El productor Tarak Ben Ammar, propietario de Nessma TV y socio de Silvio Berlusconi. Es primo de Yasmina Torjman, la esposa del ministro francés de Industrias, Eric Besson.

En Washington se dan cuenta de que «nuestro agente Ben Ali» ha perdido el control de la situación. En el Consejo de Seguridad Nacional, Jeffrey Feltman [3] y Colin Kahl [4] consideran que es hora de deshacerse del dictador ya desgastado y de organizar la sucesión antes de que la insurrección se convierta en una verdadera revolución, o sea antes de que ponga en tela de juicio el sistema.

Se decide entonces movilizar a los medios de difusión, en Túnez y en el mundo, para limitar la insurrección. Se trata de dirigir la atención de los tunecinos hacia los problemas sociales, la corrupción de la familia Ben Ali y la censura de prensa.
Todo con tal de evitar el debate sobre las razones que llevaron a Washington a poner a Ben Ali en el poder hace 23 años y a protegerlo mientras se apoderaba de la economía nacional.

El 30 de diciembre, el canal privado Nessma TV desafía al régimen con la transmisión de reportajes sobre los disturbios y organizando un debate sobre la necesaria transición democrática. Nessma TV es propiedad del grupo italo-tunecino de Tarak Ben Ammar y Silvio Berlusconi. Los indecisos captan inmediatamente el mensaje: el régimen se tambalea.

Simultáneamente, expertos estadounidenses, así como serbios y alemanes, son enviados a Túnez para canalizar la insurrección. Son estos expertos quienes, manipulando las emociones colectivas, tratan de imponer consignas en las manifestaciones. Siguiendo la técnica de las supuestas «revoluciones» de colores, elaborada por la Albert Einstein Institution de Gene Sharp [5], estos expertos dirigen la atención hacia el dictador para así evitar cualquier debate sobre el futuro político del país. Aparece así la consigna «¡Ben Ali, lárgate!» [6].

(Foto tomada de una pantalla) El 2 de enero de 2010, el grupo Anonymous (una pantalla de la CIA) hackea el sitio web del primer ministro tunecino e inserta un mensaje en inglés. El logo es el del Partido Pirata Internacional, cuyo miembro tunecino Slim Amanou, apadrinado por la embajada de Estados Unidos, se convertirá rápidamente en ministro de Juventud y Deportes del «gobierno de unión nacional».

Bajo la denominación Anonymous, el ciberescuadrón de la CIA –ya utilizado anteriormente contra Zimbabwe e Irán– hackea varios sitios web oficiales tunecinos e introduce en ellos un mensaje de amenaza en inglés.

La insurrección

Los tunecinos siguen desafiando al régimen de forma espontánea, lanzándose masivamente a las calles y quemando estaciones de policía y establecimientos pertenecientes a la familia de Ben Ali. Algunos lo pagarán incluso con su sangre.
Desorientado y patético, el dictador sigue sin entender lo que sucede.
El 13 de enero, Ben Ali ordena al ejército disparar contra la multitud, pero el jefe del Estado Mayor de las fuerzas terrestres se niega a hacerlo. El general Rachid Ammar, ya en contacto con el general William Ward, comandante del AfriCom, anuncia personalmente al presidente Ben Ali que Washington le ordena huir.

En Francia, el gobierno del presidente Sarkozy no ha sido prevenido de la decisión estadounidense y no ha analizado los diferentes cambios de casaca. La ministra de Relaciones Exteriores, Michele Alliot-Marie, se propone salvar al dictador enviándole consejeros en materia de orden público y equipamiento para que pueda mantenerse en el poder mediante procedimientos más limpios [7]. El viernes 14 se fleta un avión de carga. Cuando terminan en París los trámites de aduana, ya es demasiado tarde. El envío de ayuda ya no es necesario. Ben Ali ha huido.

En Washington y Tel Aviv, en París y en Roma, sus antiguos amigos le niegan el asilo. Va a parar a Riyadh (capital de Arabia Saudita), no sin haberse llevado consigo 1,5 toneladas de oro robado del Tesoro público tunecino.

Marketing: el logo de la «Jasmine Revolution» aparece en el preciso momento de la fuga de Ben Ali. En el centro se puede ver el puño en alto, símbolo ex comunista utilizado en todas las «revoluciones» de colores desde la época de Otpor, en Serbia. Desde la perspectiva de Washington, lo importante es hacer ver que todo ha terminado y que los hechos se inscriben en una dinámica internacional de carácter liberal. Es interesante señalar que el título aparece en inglés y que la bandera tunecina se reduce a un simple adorno encima de la letra R.

Jazmín para calmar a los tunecinos

Los consejeros estadounidenses en materia de comunicación estratégica tratan entonces de dar el juego por terminado, mientras que el primer ministro saliente forma un gobierno de continuidad. Es en ese momento que las agencias de prensa lanzan la denominación de «Jasmine Revolution», ¡en inglés, por supuesto! Las agencias afirman que los tunecinos acaban de realizar su propia «revolución de color». Se instaura un gobierno de unión nacional y todo el mundo contento.

La expresión «Jasmine Revolution» deja un sabor amargo a los tunecinos más viejos: es precisamente la que utilizó la CIA durante el golpe de Estado de 1987 que puso a Ben Ali en el poder.

La prensa occidental –sobre la cual el Imperio ejerce ahora más control que sobre la tunecina– descubre entonces la fortuna mal habida de la familia Ben Ali, que hasta ahora había ignorado. Se olvida, sin embargo, del visto bueno que el director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, le había dado a los funcionarios del régimen pocos meses después de los motines que protagonizó la población hambrienta [8].

También se olvida del último informe de Transparency International que afirmaba que en Túnez había menos corrupción que en varios Estados de la Unión Europea, como Italia, Rumania y Grecia [9].

Mientras tanto, se desvanecen los grupos armados del régimen, que habían sembrado el terror entre los civiles durante los disturbios y los llevaron incluso a organizarse en comités de autodefensa.

Los tunecinos, a quienes se creía despolitizados y manejables al cabo de tantos años de dictadura, resultan sin embargo muy maduros. Rápidamente se dan cuenta de que el gobierno de Mohammed Ghannouchi no es otra cosa que «benalismo sin Ben Ali». Con algunos cambios de fachada, los caciques del partido único (RCD) conservan los ministerios más importantes. Los sindicalistas de la UGTT se niegan a sumarse a la maniobra estadounidense y renuncian a los puestos que les habían sido otorgados.

Ahmed Nejib Chebbi, un oponente «Made in USA».

Además de los inamovibles miembros del RCD, se mantienen los dispositivos mediáticos y varios agentes de la CIA. Por obra y gracia del productor Tarak Ben Ammar (el gran jefe de Nessma TV), la realizadora Moufida Tlati se convierte en ministra de Cultura. Menos implicado en el negocio del espectáculo, pero más significativo, Ahmed Nejib Chebbi, peón de la National Endowment for Democracy (NED), se convierte en ministro de Desarrollo Regional y el oscuro Slim Amanou, un bloguero conocedor de los métodos del Albert Einstein Institute, se transforma en ministro de Juventud y Deportes a nombre del fantasmagórico Partido Pirata, vinculado al autoproclamado grupo Anonymous.

La verdadera sede del poder ya no es el Palacio de la República sino la embajada de Estados Unidos. En ella se conformó el gobierno de Ghannouchi. Situada fuera de la capital tunecina, en un terreno fortificado, la embajada estadounidense es un gigantesco bunker estrechamente vigilado que abriga las oficinas centrales de la CIA y del MEPI para el norte de África y parte del Medio Oriente.

Por supuesto, la embajada de Estados Unidos no solicitó al Partido Comunista que se integrara al llamado «gobierno de unión nacional».
Por el contrario, lo que hicieron fue traer de Londres, donde había obtenido el asilo político, al líder histórico del Partido del Renacimiento (Ennahda), Rached Ghannouchi.

Se trata de un islamista que predica la compatibilidad entre el Islam y la democracia y que viene preparando desde hace tiempo un acercamiento al Partido Demócrata Progresista de su amigo Ahmed Nejib Chebbi, un socialdemócrata ex marxista. En caso de que fracase el «gobierno de unión nacional», este dúo pudiera representar una solución alternativa.

Los tunecinos se sublevan nuevamente, ampliando por su propia cuenta la consigna que se les había inculcado: «¡RCD, lárgate!». En comunas y empresas, ellos mismos expulsan a los colaboradores del régimen derrocado.
¿Hacia la revolución?

Contrariamente a lo que ha dicho la prensa occidental, la insurrección no ha terminado aún y la revolución todavía no ha comenzado. Es importante señalar que Washington no ha canalizado nada, exceptuando a los periodistas occidentales. Ahora más que en diciembre, la situación está fuera de control.

[1Declaraciones del almirante Fulvio Martini, quien era por entonces jefe de los servicios secretos italianos (SISMI).

[2Testimonio directo recogido por el autor.

[3Asistente de la secretaria de Estado para cuestiones del Medio Oriente.

[4Asistente adjunto del secretario de Defensa para el Medio Oriente.

[5«La Albert Einstein Institution: no violencia según la CIA», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de junio de 2007.

[6«La technique du coup d’État coloré» en francés (La técnica del golpe de Estado), por John Laughland, Réseau Voltaire, 4 de enero de 2010.

[7«Proposition française de soutenir la répression en Tunisie», por Michelle Alliot-Marie, Réseau Voltaire, 12 de enero de 2011.

[8Video.

[9«Corruption perception index 2010», Transparency International.