Acaba de terminar en Teherán la 16ª Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, celebrada del 26 al 31 de agosto. La mayoría de los medios de prensa occidentales decidió ignorar ese encuentro. Estiman que el Movimiento de Países No Alineados carece de importancia. Sin embargo, 120 Estados participaron en esa Cumbre, en representación de la mayoría de la población y de la economía mundial. ¿Debemos pensar acaso que todas esas delegaciones viajaron hasta Teherán inútilmente?
Históricamente, el Movimiento de Países No Alineados, creado a finales de los años 1950 por Nasser, Nehru, Tito, Sukarno y Nkrumah, tiene como objetivo la reafirmación de la independencia y la soberanía de las naciones frente la lógica de los pactos militares. Durante la guerra fría, por lo tanto, los miembros del Movimiento no fueron aliados militares de Estados Unidos ni de la Unión Soviética. Como el imperialismo soviético se limitaba a ejercer un tutelaje sobre los países liberados por el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, los No Alineados sólo tenían que temer a la acción del imperialismo estadounidense y de los sub-imperialismos de Francia y Gran Bretaña. Y al no tener nada que temer de la Unión Soviética, los No Alineados eran a menudos aliados políticos de aquella nación.
Los países No Alineados no conformaron una organización sino un movimiento. La Cumbre de ese Movimiento, que se reúne cada 3 años, es un foro que no trata de llegar a la adopción de decisiones sino a establecer un consenso. En la práctica, los pequeños Estados, a los que las grandes potencias obligan a votar en tal o más cual sentido en la Asamblea General de la ONU, aprendieron a adoptar posiciones colectivas, lo cual les permitió enfrentar juntos las presiones bilaterales. Sin embargo, después de la desaparición de la URSS, los No Alineados fueron clasificados en la gaveta de los recuerdos. El intento cubano de reanimar el Movimiento en 2006 no tuvo éxito, esencialmente debido a dos grandes obstáculos: la falta de medios financieros y la mala fe de varios Estados miembros que se habían alineado con Estados Unidos, durante el periodo unipolar o incluso antes.
En su Declaración Final, la 16ª Cumbre de los No Alineados retoma los temas clásicos de la soberanía, el desarme y la igualdad entre las naciones, o sea la oposición al gobierno mundial que ejerce el Consejo de Seguridad de la ONU y al modo de funcionamiento de las organizaciones financieras internacionales, donde el poder de decisión de cada país está determinado según su riqueza en términos financieros [1]. Los elementos novedosos de esta Declaración Final aportan un respaldo sin precedentes a la República Islámica de Irán. La Declaración recoge, en efecto, temas a los que Teherán concede gran importancia: el acceso a la energía como medio de garantizar el desarrollo económico, particularmente el derecho de acceso a la tecnología nuclear para su uso civil; condena de las sanciones unilaterales que Estados Unidos y la Unión Europea han adoptado en violación de la Carta de las Naciones Unidas; condena de los asesinatos selectivos a los que Tel Aviv y Washington recurren en gran escala para eliminar a sus adversarios en cualquier parte del mundo.
El principal indicador del éxito iraní en la organización de la Cumbre de los No Alineados son las presiones que el Departamento de Estado ejerció sobre los países participantes conminándolos a que no enviasen a Teherán delegaciones de alto nivel y a que se hiciesen representar únicamente por sus embajadores en la capital iraní. Rompiendo con la política de “containement” que Washington había venido imponiendo desde la fuga del shah Reza Pahlevi, una treintena de Jefes de Estado y de gobierno y más de 80 ministros de Relaciones Exteriores viajaron a Teherán, desafiando así la voluntad de Estados Unidos.
La presencia más comentada fue la de Mohamed Morsi, el nuevo presidente egipcio. Sus predecesores boicoteaban a la República Islámica pero Morsi –miembro de la Hermandad Musulmana– reanudó el contacto entre Egipto e Irán, interrumpido desde el principio de la revolución de Khomeiny. Y es que Egipto no podía permitir que Irán se apoderara del Movimiento. Tenía que ocupar su asiento en la Cumbre de los No Alineados y reclamar su lugar histórico como miembro fundador del Movimiento. Para el Irán chiita era primordial separar a la pareja conformada por El Cairo y Riad, incluso a costa de pasar por alto su propio desacuerdo con la Hermandad Musulmana. Aunque el presidente Morsi se refirió a Siria de forma ofensiva en su discurso e impidió que ese país fuese mencionado en la Declaración Final, la 16ª Cumbre modificó las reglas del juego: se rompió el “containment” contra Irán y ha comenzado ahora un proceso de marginalización diplomática de Arabia Saudita.
Irán se presenta como árbitro de una rivalidad entre Estados sunnitas. Qoms (la ciudad de los teólogos chiitas) realza el valor de la universidad cairota Al-Azar, en detrimento de los predicadores televisivos de Arabia Saudita. Hasta ahora ampliamente controlada por los anglosajones y financiada por el Consejo de Cooperación del Golfo, la Hermandad Musulmana está tratando de ganar autonomía mediante un acercamiento a Teherán en momentos en que su acceso al poder en varios países del norte de África le garantiza independencia financiera. A pesar de tener un carácter contranatural, la alianza que así se perfila puede resultar provechosa para los pueblos implicados ya que reduce las tensiones sectarias alimentadas por las monarquías wahabitas.
Ese giro diplomático confiere verdadero poder a los No Alineados. Debido a ello, la transformación del Movimiento en una Organización se convierte nuevamente en un objetivo a alcanzar. Sin esperar a que se resuelva el debate en ese sentido, la República Islámica ha creado un secretariado provisional que se mantendrá en funciones durante los 3 años del mandato iraní como presidente del Movimiento. A la cabeza de este secretariado provisional de los No Alineados se halla una troika conformada por Irán y Egipto, por supuesto, y cuyo tercer miembro es Venezuela, país que se reafirma como actor importante en materia de relaciones internacionales. Estos tres Estados representan a tres continentes (Asia, África y América), y al mismo tiempo representan también tres opciones diferentes en materia de organización social: a) une revolución espiritual, b) la aceptación del capitalismo liberal y c) el socialismo del siglo 21.
En la apertura de la Cumbre, el ayatola Ali Khamenei emitió públicamente un consejo dirigido a Estados Unidos: libérense de la influencia israelí y defiendan sus propios intereses, no sigan desacreditándose con su respaldo a los crímenes israelíes. La respuesta llegaba unas horas más tarde, por boca del general Martin Dempsey, jefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas estadounidenses, durante una conferencia de prensa en Londres. Luego de criticar como vanas las anunciadas intenciones de Israel de bombardear las instalaciones nucleares iraníes, el general Martin Dempsey declaró que, si Tel Aviv se decidiera a pasar de las palabras a los hechos, él no desearía que Washington se hiciese cómplice de ese crimen. Por vez primera desde la expedición de Suez, en 1956, un alto responsable estadounidense advertía así que Estados Unidos se negará a respaldar las próximas aventuras del Estado sionista.
Al anunciar de esa manera un cambio estratégico, Washington toma nota de la nueva situación y reconoce el regreso de Irán y de los No Alineados a la escena internacional.
[1] En el FMI (Fondo Monetario Internacional) el valor del voto de cada Estado se determina según el volumen de su PIB (Producto Interno Bruto) y las decisiones se toman por una mayoría calificada del 70 o del 85%. Dada la importancia de su PIB, el voto de Estados Unidos aporta un 16,74% a favor o en contra de la decisión que se ha de tomar, mientras que los votos de 24 países africanos juntos representan sólo un 1,34%.). En el Banco Mundial, el voto de Estados Unidos representa un 16,38% en la toma de decisiones.
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