Mientras la gran mayoría de la gente está ensimismada en las medidas de repartición de la epidemia en el tiempo, la dinastía reinante en Arabia Saudita cuestiona el poderío de su protector estadounidense. Riad y Washington libran una prueba de fuerza que ya estaba desorganizando la economía mundial antes de que se extendiera el coronavirus. El presidente Donald Trump se plantea apoderarse del control del petróleo de Arabia Saudita y de Venezuela, lo cual parece haberlo llevado a establecer nuevas alianzas.
Hace 3 años que el presidente estadounidense Donald Trump y su ex director de la CIA y actual secretario de Estado, Mike Pompeo, tratan de reemplazar el imperialismo por una estrategia económica nacional. Esa estrategia se basa en que Estados Unidos logre mantenerse como líder mundial, a condición de que disponga de un poderoso ejército y de que sea autónomo en materia de energía.
Donald Trump autorizó la explotación de yacimientos en zonas protegidas como reservas medioambientales y prosiguió la aventura de los hidrocarburos de esquistos, a pesar de la naturaleza notoriamente efímera de esta. La evolución política de Arabia Saudita, marcada por la megalomanía del príncipe heredero Mohamed ben Salman (MBS), fue gestionada inicialmente sacándole al reino la mayor cantidad posible de dinero por cada uno de sus sueños… hasta que se llegó a una situación de enfrentamiento entre Washington y Riad. Finalmente, el príncipe MBS abrió una guerra de precios del petróleo, pero no contra Rusia sino contra la industria estadounidense de los crudos de esquistos. El heredero designado del trono saudita provocó deliberadamente un derrumbe de los precios que llevó el barril de crudo de 70 dólares a menos de 30. Pero esta prueba de fuerza entre Arabia Saudita y Estados Unidos coincidió inesperadamente con la epidemia de coronavirus y la vertiginosa reducción del consumo mundial de energía. La epidemia también está golpeando a Estados Unidos, donde parte de los generales se plantean proclamar una ley marcial maquillada y poner fin al experimento Trump.
Estas 3 realidades –la estrategia económica del presidente Trump, la rebelión de Arabia Saudita y la epidemia de coronavirus– se interfieren entre sí. Para analizarlas, procederemos a separarlas arbitrariamente unas de otras pero manteniendo en mente que la lógica de cada una de ellas puede verse abruptamente perturbada y modificada por las otras dos.
La estrategia económica
Ante el derrumbe de los precios del petróleo, el presidente Trump estimó que no tenía otra solución que hacerse con el control de las mayores reservas comprobadas a nivel mundial –las de Venezuela. Hace años que la CIA y el SouthCom –este último conocido en Latinoamérica como el “Comando Sur”– venían desestabilizando Venezuela, como preparación para llevar a la Cuenca del Caribe la aplicación de la estrategia Rumsfeld/Cebrowski de destrucción de los Estados en los países en los países no globalizados [1]. La propaganda mediática contra Venezuela ha alcanzado un nivel que hace suponer en Washington que la eliminación del presidente venezolano Nicolás Maduro no suscitaría mayor reacción en el mundo que la invasión de Panamá y el “arresto” del general Noriega en 1989.
Así que Estados Unidos convenció a la Unión Europea para que se sumara a una operación del tipo «Operation Just Cause» -denominación estadounidense de la mencionada invasión de Panamá. Durante tal operación serían secuestrados el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y el segundo dirigente político más importante del país, Diosdado Cabello, vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Reino Unido, Francia, España, Portugal y Países Bajos –las potencias occidentales que tuvieron presencia colonial en Latinoamérica– se ofrecieron para participar en la operación. La siguiente secuencia resulta reveladora.
– El 26 de marzo, el Departamento de Justicia estadounidense emitió contra el presidente venezolano Nicolás Maduro y Diosdado Cabello una «orden de captura», que incluye una recompensa de 15 millones de dólares por su cabeza, acusándolos de «narcotráfico».
– El 31 de marzo, el Departamento de Estado publicó un «Marco para la Transición Democrática de Venezuela» que excluye simultáneamente al «ex presidente Maduro» –así se refiere oficialmente Washington al presidente de la República Bolivariana– y al autoproclamado «presidente encargado» Juan Guaidó [2].
– A principios de abril, un barco espía portugués, el RCGS Resolute, embistió y hundió un guardacostas venezolano que lo había sorprendido en las aguas territoriales de Venezuela. El barco portugués huyó del lugar del incidente y se puso bajo la protección de los Países Bajos, en Curazao. Por su parte, Francia y Reino Unido enviaron al Caribe 2 barcos de guerra: el portahelicópteros francés Dixmude, buque de asalto anfibio de la clase Mistral, y el antiguo portacontenedores británico RFA Argus, para introducir en la región armamento y municiones, bajo el pretexto de «luchar contra el coronavirus» [3]. Un destroyer estadounidense y varios buques de combate costero de Estados Unidos han sido desplegados cerca de la costa de Venezuela, supuestamente como parte de una operación de la agencia antidroga estadounidense, la tristemente célebre DEA.
Sin embargo, la US Navy interrumpió la operación contra Venezuela debido a la epidemia de coronavirus.
La rebelión de Arabia Saudita
La dinastía reinante en Arabia Saudita sigue aferrada a la cultura del desierto. Su modo de funcionamiento es un anacronismo en relación con el mundo moderno, lo cual han demostrado hechos como la decapitación del jefe de la oposición política, el jeque Nimr Baqr al-Nimr, en 2016; el arresto simultáneo de casi todos los príncipes de la familia real y la confiscación de sus fortunas, en 2017; así como el asesinato y descuartizamiento de un súbdito saudita en el recinto del consulado del reino en Turquía, en 2018. Según esa cultura, sólo cuenta vengarse, sin importar el precio de tal venganza. Después de verse manipulado y despreciado por el presidente Trump y su yerno, Jared Kushner, el príncipe heredero Mohamed ben Salman decidió vengarse echando abajo la industria estadounidense del petróleo de esquistos, que no puede sobrevivir con precios inferiores a los 35 dólares por barril.
Luego de comprobar que era imposible que Arabia Saudita entrara en razones, el presidente Trump decidió, en vez de sabotear los campos petroleros sauditas, infligir más bien al príncipe heredero una humillante derrota en Yemen. Un ataque simultáneo de las tribus yemenitas respaldadas por Irán y de las que cuentan con el apoyo de Emiratos Árabes Unidos aplastó recientemente a las fuerzas yemenitas apoyadas por Arabia Saudita. De paso, los británicos ocuparon la isla de Socotra, a la entrada del Mar Rojo. El reino ya sólo podía disponer de la fuerza aérea [4].
También en este caso la operación se vio interrumpida por la epidemia –podría decirse más bien que la epidemia ofreció a los sauditas una puerta de salida. Respondiendo con 2 semanas de atraso, el reino anunció un alto al fuego unilateral para permitir que los servicios de salud pudieran dedicarse a salvar a los enfermos del coronavirus. En realidad, Arabia Saudita no había mostrado antes ninguna forma de piedad hacia sus enemigos, hambreando deliberadamente a la población civil yemenita. Pero esta vez los sauditas acababan de perder sus bases en Yemen y los hutis les habían propuesto un alto al fuego, que sin embargo desdeñaron para proclamar su propio alto al fuego.
Si Estados Unidos, Emiratos Árabes Unidos e Irán hubiesen llegado a un entendimiento previo contra Arabia Saudita ahora veríamos una nueva disposición de alianzas y el abandono de la ficticia oposición entre sunnitas y chiitas. En todo caso, Emiratos Árabes Unidos es el gran ganador en la nueva configuración del juego. Los emiratíes actúan actualmente, junto con Bahrein, para reintroducir a Siria en la escena internacional.
Washington recuperó el control utilizando el bastón y la zanahoria: la zanahoria fue la reducción voluntaria de su propia producción de petróleo y el bastón fue la amenaza de apoderarse de Saudi Aramco –la empresa que controla la extracción, tratamiento y comercialización del petróleo saudita–, única fuente de ingresos de la familia real. Para abrir un canal permanente de negociación con los sauditas, el consejero estadounidense de seguridad nacional, Robert O’Brien, envió –aunque sin muchas esperanzas– su asistente, Victoria Coates, a Riad, donde residirá en lo adelante.
Por desgracia para la familia real de Arabia Saudita, que cuenta numerosos príncipes de edad muy avanzada, su posición es frágil: más de 150 príncipes de la familia real están contagiados con coronavirus, como el gobernador de Riad, actualmente en cuidados intensivos y conectado a un respirador artificial. De hecho, el sistema gerontocrático saudita está en crisis.
Al parecer, el 9 de abril se llegó a un compromiso transitorio, con el anuncio por parte de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de un recorte mundial de la producción –de 10 millones de barriles diarios en mayo y junio, 8 millones durante el segundo semestre de 2020, para pasar después a 6 millones de barriles diarios durante los 16 meses siguientes [5]. Por muy drástica que pueda parecer, esta decisión no compensa la caída del consumo mundial provocada por la pandemia.
En todo caso, la eficacia de tal decisión depende de que la respeten todos los miembros y socios de la OPEP y otros grandes exportadores que no son miembros de esa organización, como México que aceptó reducir su producción en sólo 100 000 barriles diarios, en vez de los 400 000 previstos en el acuerdo. El presidente Trump propuso agregar a la reducción estadounidense 250 000 barriles diarios, cifra todavía insuficiente en relación con el recorte acordado.
La reunión de los ministros de Energía de los países del G20 sólo pudo tomar nota de la imposibilidad de concretar el acuerdo negociado.
La epidemia de coronavirus
Muchos países han adoptado estrategias de confinamiento de la población para distribuir en el tiempo la fase de propagación de la epidemia, pero con ello ponen sus economías en peligro. El resultado es un acrecentamiento desmesurado de la deuda pública y una recesión de proporciones mundiales.
En Estados Unidos, un grupo de generales –que ya trató de derrocar al presidente Trump con el «Rusiagate» y con el «Ucraniagate»– se plantea ahora la imposición de una ley marcial para luchar a nivel federal contra la epidemia, aunque la lucha contra ese tipo de fenómeno es una prerrogativa de cada uno de los estados que componen los Estados Unidos de América [6]. Esos generales se negaron a implicar tropas estadounidenses en una intervención contra Venezuela, con lo cual protagonizan un acto de insumisión sin precedentes en Estados Unidos.
Por otro lado, el pedido de ayuda del comandante del portaviones USS Theodore Roosevelt, quien solicitó autorización para desembarcar a sus hombres ante la imposibilidad de aislar a los miembros de la tripulación que ya habían contraído el coronavirus [7], fue considerado por el poder político estadounidense como un acto de abandono del puesto. Pero el homenaje espontáneo y unánime de la tripulación del portaviones a su comandante depuesto, llevó al presidente Trump a sacrificar a su secretario encargado de la US Navy, repentinamente descrito como un hombre rígido y sin corazón. Cantidades importante de casos confirmados de coronavirus han sido detectados en otros 3 portaviones estadounidenses.
En definitiva, en Estados Unidos prosigue el forcejeo entre los civiles de los diferentes estados y el poder central de Washington, y también los militares. En caso de proclamación de la ley marcial, los oficiales de alto rango podrían declararse neutrales en relación con las luchas políticas y proclamar que sólo les interesa preservar la salud de sus conciudadanos.
Hacia un cambio de la política energética de Estados Unidos
Después de reunirse con el ministro del Petróleo de Arabia Saudita, 11 senadores republicanos de estados petroleros estadounidenses presentaron 2 proyectos de ley que ordenarían la retirada de las tropas de Estados Unidos presentes en el reino. Con esa iniciativa han abierto la puerta a cambios radicales.
El presidente Trump se plantea ahora modificar la política energética estadounidense en dos aspectos;
– Trump impondría elevados gravámenes a las importaciones de petróleo barato para salvar la industria de los hidrocarburos de esquistos, rompiendo así con la política energética implantada bajo el presidente Nixon –quien, siguiendo los consejos de su especialista en elecciones, Kevin Philipps, anteponía los consumidores al empleo.
– Trump rompería también con la política del presidente Gerald Ford –adoptada siguiendo los consejos del entonces secretario de Estado Henry Kissinger– quien se pronunciaba oficialmente por el libre mercado mientras que autorizaba la OPEP a actuar como un cártel que perjudicaba únicamente los intereses de Europa. Ahora, el Congreso estadounidense adoptaría un proyecto de ley, el No Oil Producing and Exporting Cartels Act elaborado en 2007, que condena a los Estados miembros de la OPEP por la práctica de políticas destinadas a limitar la libre competencia.
[1] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo» , por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.
[2] “Marco para la transición democrática de Venezuela”, Red Voltaire , 1º de abril de 2020.
[3] «La OTAN despliega aviones y barcos de guerra “contra el coronavirus”» , por Manlio Dinucci, Il Manifesto (Italia), Red Voltaire, 9 de abril de 2020.
[4] «La primera guerra de la “OTAN-MO” perturba el orden regional», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 24 de marzo de 2020.
[5] “Conclusions of the Extraordinary OPEC and non-OPEC Ministerial Meeting”, Voltaire Network, 9 de abril de 2020.
[6] «Golpistas a la sombra del coronavirus», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 31 de marzo de 2020.
[7] “Request of assistance in response to pandemic on USS Theodore Roosevelt”, por el capitán Brett E. Crozier, Voltaire Network, 30 de marzo de 2020.
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