Detrás de la trágica crisis que azota a Haití se encuentran las manos de Washington. La administración de George W. Bush trazó y lleva adelante allí una operación militar, política y diplomática dirigida hacia una nueva escalada de presiones sobre Cuba y a crear condiciones logísticas para una eventual intervención golpista y armada en Venezuela.
El tablero de Haití, caracterizado por un desmesurado nivel de pobreza y desarticulación social y política, no sólo es consecuencia de su condición de víctima marginal del sistema colonial primero y neocolonial después, sino que también juega, en términos objetivos, como pieza de despliegue estratégico de Estados Unidos en el Caribe y en América Latina.
No se trata de minimizar los contenidos dramáticos propios de la crisis haitiana pero la lectura de los hechos propuesta por los discursos mediáticos del bloque de poder hegemónico nada tiene de ingenua. Esa lectura simplista limita la información y el análisis en un puñado de datos: en las movilizaciones de los dos bloques opositores al presidente Jean Baptiste Aristide, en el surgimiento de una facción armada que también apunta a la renuncia del presidente y en las urgencias humanitaria que se desprenden de semejante cuadro de confusión y violencia.
Una lectura atenta del panorama haitiano debe hacernos reflexionar sobre estod datos:
Desde su vuelta al poder, después de una temporada de exilio en Estados Unidos, Aristide responde a los mandatos de Washington y muy particularmente de la CIA. Cuando hace falta lo sostienen, cuando hace falta lo critica pero mientras tanto preparan su nuevo exilio y rescatan a su familia. La semana pasada, el Departa- mento de Estado dijo oficialmente que la conducta del jefe de Estado haitiano era «decepcionante».
En medio de la crisis las autoridades migratorias norteamericanas se movilizaron para "evitar" la llegada masiva de refugiados haitianos y de "otros países del Caribe", según el texto de varios documentos y comunicados oficiales difundidos por la prensa. Asimismo, ordenaron al servicio de guardacostas que refuercen los controles en aguas cercanas a Hatí y a Cuba.
¿Por qué deberían los cubanos lanzarse a una estampida emigratoria como consecuencia de la situación haitiana? Hay que leer el "contratexto" de las declaraciones estadounidenses y recordar entonces que antes de cada crisis migratoria cubana -como la de Mariel a principios de la década del 80 y la de los balseros a mediados de la del 90- el gobierno de EE.UU. alertaba sobre medidas similares mientras operaba con la intención de generar episodios de desestabilización en Cuba.
Pocos días después Bush acusó a Cuba de estar desestabilizando a la región y ordenó el endurecimiento de las normas que restringen los viajes de buques entre puertos de ambos países, lo que implica un refuerzo del embargo que Estados Unidos ejerce hace casi. Casi en forma simultánea, en su presentación ante la la CIA caracterizo a América Latina como un «escenario preocupante».
En Venezuela está fracasando la iniciativa opositora proestadounidense porque prácticamente no quedan dudas de que el proceso hacia el referéndum contra el presidente Hugo Chávez está viciado por el fraude en millones de firmas. Mientras, a fin de febrero, varios lideres de la región, entre ellos los presidentes de Brasil y Argentina, Inacio Lula Da Silva y Néstor Kirchner participaron en la Cumbre de los 15 en Caracas.
Cuba avanza a paso firme en la lectura del nuevo escenario abierto en Sudamérica y ello se expresa en el nivel de relaciones que se está tejiendo con Argentina y Brasil.
En medio de la ofensiva de Estados Unidos y de las corporaciones financieras acreedoras contra Argentina para modificar la política de quita sobre la deuda propuesta por Kirchner, Cuba y este país sudamericano acaban de incursionar en una fórmula que puede servir como ejemplo de cooperación Sur-Sur, a la vez que enrostra la voracidad del Norte hegemónico: ambos países acordaron avanzar en el saldo de una deuda que Cuba tienen con Argentina a través de convenios de asistencia médica. En un «caso piloto» de complementación, Cuba pagará con tratamientos de salud a pacientes argentinos de los sectores más empobrecidos.
Estados Unidos sigue recogiendo rechazos a las presiones que ejerce en la región para utilizar la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas como herramienta de hostigamiento a Cuba. Tampoco hace pie en su estrategia de imposición automática del ALCA, como quedó evidenciado en la última reunión de Puebla, sobre todo porque los socios mayores del Mercosur -Brasil copreside con Washington la presidencia de esas deliberaciones- mantienen con firmeza su rechazo a la fórmula original de libre comercio trazada durante la administración de Bill Clinton.
La estrategia desarrollada por Estados Unidos a través de la crisis de Haití se inscribe en su programa de acción para toda la región, tendiente al control definitivo de sus recursos económicos y a la manipulación de sus aparatos productivos, para lo cual pone énfasis en dos piezas fundamen- tales: la imposición del ALCA y el despliegue del Plan Colombia y de otros proyectos de militarización similares. El escenario abierto en Sudamérica preocupa a Estados Unidos.
Las presencias en algún punto objetivamente antihegemónicas de los actuales gobiernos de Brasil y Argentina, la consolidación del proceso bolivariano en Venezuela, la participación de Cuba en esa nueva política de consensos e integración regional, la maduración del Mercosur y la muy posible resistencia argentina ante las presiones de sus acreedores externos son todos factores que se oponen al bloque de poder imperialista.
Por eso Estados Unidos y sus socios europeos están dispuestos a desestabilizar el proceso e incluso a terminar por medio de la violencia golpista y del intervencionismo militar con sus protagonistas más decidios.
Por eso Estados Unidos quiere convertir a Haití en un portaaviones contra Cuba, contra Venezuela y contra todos los proyectos antihegemónicos abiertos en la región.
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