Los múltiples intentos del gobierno Bush para derrocar a Alexander Lukachenko y desestabilizar a Bielorrusia para hacerla caer en la órbita atlántica (OTAN) han fracasado. No porque el tan autoritario presidente haya contado con el apoyo particular de Rusia, sino porque se ha apoyado en sus electores. Apreciando la buena gestión económica del país y el mantenimiento de su independencia, los bielorrusos desconfiaron de una oposición sometida de manera demasiado abierta a los intereses de Washington.
Washington había adelantado a los acontecimientos. Unos días antes de las elecciones presidenciales ucranianas en septiembre de 2001, el prestigioso diario londinense The Guardian había señalado la similitud de los métodos de desestabilización empleados por la embajada de los Estados Unidos con los utilizados en Nicaragua a fines de los años 80, tras una década de guerra civil que causó como mínimo unos 30,000 muertos [1].
En el Departamento de Estado de los EEUU ya descorchaban el champaña, pero Alexander Lukachenko fue reelegido por su pueblo. Se produjeron después los atentados de Nueva York (septiembre 2001) que obligaron a la Casa Blanca a aflojar temporalmente la mano en Rusia y sus satélites. No obstante, conquistado ya Afganistán, Europa Oriental se ha convertido de nuevo en una de las mayores prioridades de los «halcones» de Washington.
Bielorrusia, por su posición estratégica, constituye sin duda un punto de interés para los Estados Unidos. Pero la historia y la cultura del país inevitablemente la vinculan más a la Federación Rusa, tal como lo han demostrado los intentos de derrocar al gobierno de Lukachenko en septiembre de 2001.
Territorio de 207,000 kilómetros cuadrados, con una población de cerca de diez millones de habitantes, Bielorrusia mantiene fuertes vínculos con Moscú, y sigue siendo uno de sus principales aliados en el seno de la Comunidad de Estados Independientes (CEI se creó después de la implosión de la Unión Soviética).
Además, gran parte de la población habla aún el ruso, a pesar de que el bielorruso sea mayoritario.
Estos son algunos de los elementos que permiten explicar la cercanía entre ambos países, los cuales mantienen relaciones económicas privilegiadas. Gran productora de maquinaria industrial, Bielorrusia exporta una gran parte de su producción al mercado ruso, donde encuentra los recursos energéticos esenciales que necesita.
Washington en busca de una nueva estrategia
Desde mediados de 2002, se reavivaron las hostilidades en Bielorrusia donde los Estados Unidos siguen presentes por medio de los representantes de la OSCE. El 24 de mayo, el jefe del Consejo de Seguridad del Estado de Bielorrusia (KGB), Leonid Yerin, acusa a la Organización de irse por encima de su mandato e inmiscuirse en los asuntos internos del país. Se refiere en especial al embajador Hans-Georg Wieck, ex jefe de la misión de la OSCE en Minsk hasta diciembre de 2001.
Paralelamente, la oposición se organiza alrededor de un nuevo «campeón democrático», Anatoly Lebedko, quien dirige el United Civic Party. Esta formación implantó la Open Society Foundation de George Soros en el país el 22 de octubre de 1993 [2].
El sitio Charter’97 se convierte en el punto de referencia en materia de informaciones sobre Bielorrusia, publicando gratuitamente en la Web artículos sobre la situación de los Derechos Humanos en el país, destinados a los periodistas occidentales interesados en escribir sobre el tema. Charter’97 fue creado por iniciativa de la Asamblea Nacional de las ONG democráticas de Bielorrusia en el otoño de 1997.
En Washington las cosas suben de tono con rapidez. Durante una conferencia en el American Entreprise Institute organizada en noviembre de 2002 y denominada «Eje del Mal: Bielorrusia, el eslabón perdido», el embajador Michael Kozak fustiga al presidente Lukachenko acusándolo de haber «escogido el terreno equivocado en la guerra contra el terrorismo».
Afirma, amenazador, que el presidente bielorruso «deberá muy pronto asumir las consecuencias de sus ventas ilegales de armas (y entrenamiento militar) a Irak» [3]. Se acusa así a Minsk (capital del país y sede del gobierno estatal) de haber vendido armas de destrucción masiva -que jamás fueron encontradas in situ- al régimen de Sadam Husein. Para Mark Palmer, ex embajador estadounidense en Hungría y seguidor de las teorías de Gene Sharp sobre la no-violencia, «existe una alianza informal entre todos esos granujas (del mundo).
Que Bielorrusia trabaje con Irak no debe ser una sorpresa. Nada los limita a nivel internacional. Mientras esos bandidos continúen en el poder tendremos hambre, miseria y terrorismo» [4].
Una posición sintomática de la nueva era de guerra permanente inaugurada por Washington: según esta doctrina, todas las organizaciones del mundo que recurran a la lucha armada, desde el Hezbollah a las FARC, pertenecen a la misma red Al Qaeda, de la misma manera que todos los Estados que cuestionan la autoridad norteamericana están necesariamente vinculados a un «Eje del Mal».
Los objetivos proclamados por Thomas Dine, presidente de Radio Free Europe-RL y ex director del American-Israeli Public Affaires Committee, no son menos violentos: «La gente me pregunta (...): «¿Europa no es ya libre?". Yo les respondo: "Comiencen por mirar a Bielorrusia, después vayan gradualmente hacia el este» (...) . Hay un estalinista en Minsk.»
La conferencia permite que aflore una nueva queja contra el régimen Lukachenko, en lo adelante acusado de reprimir la libertad de conciencia. Esto es al menos lo que pretende Nina Shea, miembro de la Comisión Estadounidense sobre la Libertad Religiosa Internacional y además directora del Centro para la Libertad Religiosa de Freedom House. Según ella, Bielorrusia es hoy «el peor opresor de las religiones en toda Europa», en especial de los católicos y los judíos. El gobierno habría llegado a editar ejemplares de Los Protocolos de los Sabios de Sión en sus imprentas nacionales.
Esta nueva problemática sigue su curso. En agosto de 2003, el obispo Vaclav Maly visita Bielorrusia y regresa con una visión alarmista de la situación que ha encontrado. En su criterio, si el régimen de Lukachenko es en apariencia menos represivo que el de Cuba, en realidad no es así, por lo cual deben apoyarse «la oposición y las iniciativas cívicas [que] están debilitadas» [5].
Vaclav Maly es alguien bien informado de las redes de injerencia estadounidenses en Europa Central y Oriental. Gran figura de la ex disidencia checa, fue uno de los principales protagonistas de la «revolución de terciopelo» que derrocó el poder pro-comunista a fines de los años 80, en beneficio de Vaclav Havel.
En el mismo período, varios diputados y senadores checos lanzan un pedido referente a los Derechos Humanos en Bielorrusia. El semanario checo Respekt publica entonces la posición oficial de Praga sobre el asunto: «Los audaces proyectos de instaurar la democracia en Irak, las preocupaciones acerca del estalinismo nuclear en Corea del Norte parecen ocultar a los europeos el hecho de que una dictadura sombría persiste en el viejo continente. La Bielorrusia de Lukachenko arrastra ya diez años de existencia». Estas palabras recuerdan directamente las del obispo.
La «revolución» no cuaja
Los argumentos de Washington son vagos [6], al igual que la implantación de las organizaciones no gubernamentales y de la nueva oposición. Sólo falta una derrota electoral para un nuevo intento de golpe de Estado. Sobre todo cuando el éxito de la «revolución de las rosas» en Georgia mostró que los derrocamientos «populares» de los gobiernos hostiles a Washington eran una estrategia ventajosa.
Esta consiste en subvencionar una oposición al orden existente; después, en criticar el proceso electoral a priori de manera, ante todo, de movilizar a los electores en la lista de la oposición; después, en caso de derrota en las urnas, en justificar la toma del poder por «la calle». Un poco como en el juego de arrojar la moneda donde «si sale cara, yo gano; si sale cruz, tú pierdes».
La determinación de los Estados Unidos no puede ser más clara. Tras haber declarado en Riga, Letonia, que «la tiranía en Bielorrusia no podrá durar eternamente», el senador John McCain, presidente de la International Republican Institute (NED), afirma en el verano de 2004, en un informe al Congreso, que el derrocamiento de Lukachenko debía realizarse, no por medio de las armas sino «por la presión internacional».
Después se reúne en Riga con el líder del Five Plus Opposition Group, Anatoly Lyabedzka, así como con el dirigente del Frente popular bielorruso, Vintsuk Vyachorka; con el presidente del Partido Laborista disuelto recientemente, Alyaksandr Bukhvostau y con los hijos del activista Mijail Marinich, ex embajador de Bielorrusia en Letonia, arrestado en abril de 2004 [7].
Esta derrota electoral ocurre el 17 de octubre de 2004. Los ciudadanos bielorrusos son llamados a las urnas con motivo de un referéndum tendiente a autorizar al presidente Lukachenko a solicitar un tercer mandato al término de una revisión constitucional, reforma con la que está de acuerdo el 90% de los electores. Esta nueva victoria del jefe del Estado bielorruso es inaceptable para Washington, convencido de que la oposición al «tirano» es mayoritaria.
No obstante, el conjunto de los especialistas de la región está de acuerdo en el hecho de que, al no existir una oposición con visos de credibilidad, Alexander Lukachenko aparece a los ojos de la población bielorrusa como el único dirigente capaz de representarla. Prueba de ello es que los movimientos «populares» movilizados por las ONG bielorrusas gracias al financiamiento extranjero no logran resquebrajar el poder instaurado, sin que éste tenga que recurrir a una ola de represión.
Este amplio apoyo a Alexander Lukachenko es muy fácil de explicar: los bielorrusos presenciaron el derrumbe del nivel de vida de sus vecinos rusos cuando se produjo la «liberalización» del país por Boris Yeltsin.
Ellos no creen en el espejismo occidental y quieren evitarle a su país esta dolorosa experiencia. No se adaptan con facilidad al autoritarismo de su presidente, pero le agradecen el haber mantenido los logros del período socialista. Además, recompensan su capacidad para mantener buenas relaciones con Rusia y, a pesar de las apariencias, de beneficiarse cada vez más con ello.
Por ejemplo, para su consumo nacional (cerca de 18 mil millones de m3 por año), Bielorrusia depende en un 99 % del suministro del gas natural ruso, en lo esencial administrado por la sociedad Gazprom controlada mayoritariamente por el Estado ruso.
En febrero de 2004 Gazprom aumenta sus tarifas, pero Lukachenko se niega a pagar a Moscú las sumas suplementarias. Como resultado, Gazprom cierra la llave. Al día siguiente, Lukachenko, indignado pero realista, se decide a pagar [8]. Sin embargo, esta retirada no es tal; es en realidad un cálculo muy bien pensado para obtener mayores ventajas.
Bielorrusia, de hecho, constituye la segunda vía posible de tránsito de las futuras y masivas exportaciones de gas natural desde Rusia hacia Europa [9]. La producción de gas natural en Europa, tras haber alcanzado prácticamente su pico, debería experimentar pronto una disminución brutal [10].
Ahora bien, vista la presión estadounidense sobre Ucrania, Bielorrusia puede esperar, manteniendo relaciones de confianza con Moscú, servir de canal para el tránsito de gas y embolsarse entonces miles de millones de dólares por concepto de derecho de tránsito.
Washington no desiste
Los Estados Unidos no pierden las esperanzas de lograr un día derrocar a Lukachenko.
Esto es al menos lo que muestra la serie de medidas tomadas por Washington ante este nuevo revés. El 20 de octubre de 2004 el presidente George W. Bush adopta así el Belarus Democracy Act-2004. El texto prevé la instauración de un régimen de sanciones contra Bielorrusia si los autoridades persisten en reprimir la a oposición y a los «medios de comunicación independientes».
Los Estados Unidos planean igualmente oponerse a toda ayuda internacional destinada a Minsk y prevén publicar informaciones sobre las ventas de armas efectuadas por Bielorrusia, así como sobre los activos financieros de los dirigentes bielorrusos, en especial de Lukachenko. El Belarus Democracy Act autoriza también al gobierno de Bush a prestar ayuda material a los grupos opositores.
Estos han sido exhortados a organizarse mejor con vistas a enfrentar el próximo intento de «revolución de terciopelo». Numerosos miembros de la oposición bielorrusa, principalmente del movimiento Zubr, así lo comprendieron en Kiev cuando la «revolución naranja», en diciembre de 2004 [11].
Pánico en Moscú
El éxito de la «revolución de las rosas» en Georgia y de la «revolución naranja» en Ucrania han puesto de manifiesto las lagunas de la política exterior rusa con respecto a sus antiguos aliados. Este es al menos el análisis del politólogo Vitaly Tretyakov.
Allegado al Kremlin, Tretyakov afirma su criterio de que un «escenario a lo Kiev» va a reproducirse en un par de años en Bielorrusia, en Moldavia y en Asia Central. Sergei Alexandrovich Markov, director del Political Studies Institute, considera, por su parte, que «la "revolución naranja" en Moldavia está lista en un 80%; en Kirguizistán, en un 40% y en Kazajstán, en un 30%».
Para Grigory Yavlinski, presidente del Yabloko Party en Rusia, Ucrania podría incluso ejercer un efecto dominó sobre el propio poder ruso.
Bielorrusia se presenta hoy como el último baluarte. Un baluarte sólido, pues ha resistido ya dos intentos de derrocamiento. No obstante, es cierto que Vladimir Putin busca hoy medios de fortalecer la capacidad de resistencia de sus aliados. Como lo explica Sergei Alexandrovich Markov: «nuestro principal error reside en el hecho de haber sido demasiado pasivos con respecto a Ucrania durante un largo período.
Los norteamericanos comenzaron a trabajar en el «Proyecto Yuschenko» hace cinco años. Durante este período, Rusia ha estado menos enfrascada en su proyecto ucraniano que los Estados Unidos, la Unión Europea o inclusive Turquía. En mi opinión, la elite dirigente de Rusia ha ignorado en fin de cuentas la necesidad de trabajar con sus aliados en Ucrania».
Contrariamente a la retórica retomada a menudo en Europa Occidental, Moscú, de hecho, no ha movilizado tantos medios como Washington en el escenario ucraniano, más bien ha estado lejos de hacerlo. Ello, además, se observa en las declaraciones de Vladimir Putin al día siguiente de la victoria de Víctor Yuschenko: «Nosotros no podemos llevar a cabo ninguna actividad a espaldas de las autoridades competentes, es nuestro límite natural.
Esta política tiene ventajas y desventajas, pero nadie puede acusarnos de actuar a espaldas del gobierno; el gobierno debe justificarse a sí mismo y justificar su política ante su pueblo» [12]. Es probable que los acontecimientos recientes que han tenido lugar en la región obliguen pronto a Moscú a desarrollar sus propios medios de injerencia con miras a conservar su esfera de influencia y sobre todo su propia integridad territorial.
[1] «US adopts ’Contras policy’ in communist Belarus», por Alice Lagnado, The Times, 3 de septiembre de 2001. Ver la respuesta de Michael Kozak, en el sitio web de la embajada estadounidense en Bielorusia.
[2] About Open Society Foundation, sitio Data.Minsk.
[3] «Belarus - next target in the "axis of evil"» (Bielorrusia "eje del mal") en British Helsinki Human Rights Group, 27 de noviembre de 2002.
[4] Mark Palmer es el fundador de Central European Media Enterprises y presidente de Capital Development Company (Washington). Es miembro del Council on Foreign Relations y administrador de la National Endowment for Democracy, vicepresidente de la Freedom House y administrador de Friends of Falu Gong.
[5] «L’évêque Vaclav Maly: la Biélorussie n’intéresse personne» (Obispo Vaclav Maly: la Bielorrusia no interesea a nadie) texto en francés, Radio Praga, 7 de agosto de 2003.
[6] Ver: «Bielorrusia bajo presión», por Paul Labarique, Voltaire, 19 de febrero de 2004.
[7] «McCain Seeks End to Lukashenka Regime», por David R. Marples, Eurasia Daily Monitor, (Volume 1, N°74), 31 agosto de 2004.
[8] «Furious Belarus Bows to Gazprom», Moscow Times, 24 de febrero de 2004.
[9] Ver: mapa de los gasoductos europeos existentes y propuestos, basados en los datos de la Unión Europea.
[10] «Future of Natural Gas Supply», por Jean Laherrère, ASPO, marzo de 2004. La tabla al final de la página representa la producción europea anual y la curva anual de hallazgos con un desplazamiento de 20 años para reflejar la producción futura. Estos datos son hábilmente ocultados por los medios de comunicación vinculados a las multinacionales anglosajonas, con la finalidad de esconder los verdaderos objetivos que persiguen en Ucrania y sobre todo en Bielorrusia.
[11] «Belarus opposition membres stream to Kyiv protests», Associated Press, 10 de diciembre de 2004.
[12] Todas las citas son tomadas de «A quiet cold war», por Charu Singh, Frontline, 11 de febrero de 2005.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter