Si se está en medio de la guerra, no hay ganancia alguna, pero sí muchas probabilidades de perderlo todo. Esa es la situación de las mujeres que pueblan los campos colombianos. Pierden su lugar, su tierra y con ello emprenden el camino del desplazamiento, que generalmente termina en un suburbio de las capitales de departamento o en Bogotá.
Allí les es negado todo a ellas y a sus hijos. Mientras en los medio de comunicación se promulga toda clase de “ayudas” para los reinsertados, los desplazados tienen sus rostros tostados de hacer largas colas para que se les reconozca como tal y así recibir “aunque sea para un mercado” o de competir con quienes piden limosna en los semáforos o en los buses.
Sin embargo, antes, cuando vivían en un trozo de tierra medianamente suyo también fueron hostilizadas, maltratadas y asesinados sus hombres, aquellos que cooperaban con el hogar o se disponían a hacerlo con mayor fuerza de trabajo al llegar a la adolescencia. Fue hollada su dignidad por las máquinas de la guerra que apuestan las mujeres para violarlas y luego asesinarlas para que no denuncien. Ella, ha tenido que idear tácticas para huir, para vestirse y pasar desapercibida, porque en los campos de guerra es un delito ser mujer y más si se está sola. Con ellas van los niños huyendo también, tratando de ser invisibles para no ser abusados. Los únicos hijos de la guerra no son los que nacen en medio de ella sino como producto de ella, de las violaciones y abusos de las tropas de uno y otro bando, hijos de mujeres-niñas que aún no son concientes de los que les pasó y en frente tienen un futuro incierto.
El 8 de marzo, fecha para invitar a las mujeres a tomar partido frente a la violencia agenciada por el comercio de la guerra. El mundo entero podría cambiar de rumbo si las mujeres decidiéramos asumir la responsabilidad de educadoras fundamentales en el amor y en la conciencia humana. Sin necesidad de dejar nuestros derechos que como mujeres tenemos, más bien reafirmándolos en una postura matrística( fundamentada en el afecto y la libertad, esta última entendida como la aceptación del otro como legítimo otro) que rompa con el largo legado patriarcal (de patriarca más no de hombre, él debe ser nuestro aliado,) que Occidente se niega a rezagar.
Mi canto de poeta las –nos– invita a ubicar la raíz del mal y también su cura con la mirada puesta en lo más hondo de nuestro ser. Somos simiente y somos bastón en la larga travesía que la humanidad recorre y en la cual el poder minoritario debe ser reemplazado por la voz y el encuentro de las mayorías, voz y encuentro d e todos aquellos que buscamos la armonía como bien común y no como beneficio particular.
Mujer deshabitada
Eres amor, eres madre
Reinventa el mundo
desde tu cubil
Te volviste gacela
para escapar de tus debilidades
Te volviste guerrera
para defender a tus hijos
Te convertiste en escalera
para elevar los sueños, los de todos,
Dejaste que calara hasta tus huesos
la esperanza, para sobrevivir,
Afinaste tu oído
para diferenciar los pasos
de las máquinas de guerra
’de los insinuados por los animales
y otros seres’ para cuando ellos vengan
echar a rodar a mil kilómetros por hora
mi femenina dignidad
y volverla inalcanzable para su acucioso deseo
Aguzaste tu olfato
para que a muchas millas de distancia
percibiera olor a humano
porque ellos ahora son mis únicos verdugos
sellaste para siempre tu boca
’tú también eres máquina huidiza’
ahora solo susurras palabras
matizadas de rabia, de impotencia
La guerra te recorre
cual pulso eléctrico
Punzante
No ves, no oyes,
solo corres y corres
para que no te alcance
Y de tanto negarte te has vuelto sombra
Una sombra densa,
pesada, persistente
¡Ármate de fuerza sombra!
Crece con tu amor de mujer
Levanta tu voz
Más allá de las nubes del terror
Dilo en voz alta ¡basta!
¡Ya no pariré más hijos
Para alimentar la gula de la muerte!
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