En la continuación de sus ambiciones anexionistas, no vacilaría Estados Unidos en “justificar” por todos los medios posibles la incuestionable necesidad de apropiarse de una buena parte del continente y, por supuesto, de Cuba, codiciada presa para satisfacer sus aspiraciones expansionistas.
Este artículo es la continuación de:
1- Orígenes de las pretensiones anexionistas norteamericanas
2- América para los americanos: aspiración del vecino codicioso
La teoría del fatalismo geográfico ganaría mayor espacio en los pasillos del Congreso norteamericano en diciembre de 1823, cuando en su séptimo mensaje anual James Monroe advertía a las potencias europeas no meter sus manos en América.
Esa teoría, conocida como Doctrina Monroe, aclaraba que los países integrantes del continente americano no debían ser considerados como susceptibles de futura colonización por cualquier potencia europea.
Advertía, además, que las tentativas de esas potencias por extenderse a una porción de este hemisferio pondría en peligro la paz y seguridad estadounidenses y de intentarlo, sería considerado como posición hostil hacia Estados Unidos.
En correspondencia con el proceso emancipador acaecido en el continente americano, cobraría inusitada fuerza en la Isla el pensamiento independentista, para lo cual algunos partidarios de la libertad buscarían el apoyo de Simón Bolívar.
Sin embargo, el gobierno norteamericano pondría todo tipo de obstáculos a ese deseo. En 1826, el senador John Colmes expresó en el Senado que no se podría permitir tal aspiración. Para Cuba y Puerto Rico no había otra posibilidad que quedar tal cual estaban.
Con razón expresaría Bolívar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”.
Así durante la primera mitad del siglo XIX el poderoso vecino norteño coquetearía con las autoridades españolas de la Isla. Por una parte ofrecía total respaldo a España en caso de que el peligro se ciñera sobre la ínsula por cualquier aspiración europea, en particular si procedía de Inglaterra, ayudándola a mantener el control de Cuba.
De manera paralela, no se mostraba ajeno a las aspiraciones anexionistas de algunos grupos dentro del país antillano, vinculados a los intereses esclavistas sureños. En cualquiera de los casos es evidente que siempre estaban contra Cuba y los cubanos.
Tampoco renunciaría Estados Unidos a la posibilidad de adquirir el territorio cubano por medio de la compra. De manera sucesiva en 1848, 1853 y 1857 realizarían tentadoras ofertas a España, combinadas con algunas propuestas de empréstitos a cambio del consentimiento de sesión temporal.
Sin embargo, todas las propuestas serían rechazadas. Cuba era demasiado importante y las posibilidades que brindaba para el mantenimiento de la metrópoli española condicionaban su mantenimiento como una de las más preciadas joyas.
Estados Unidos tendría que continuar esperando el momento propicio que le posibilitara la apropiación de la Isla.
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