El hombre que se entusiasma con el martirio ajeno no es más que Karl Rove, obeso y rozagante ex asesor de presidente George W. Bush, un funcionario en nada preocupado porque sus preferencias hieran sensibilidades o despierten el más absoluto de los rechazos.
Rove dijo, sin sonrojo, estar orgulloso del uso del "ahogamiento simulado" o "waterboarding" como método de interrogatorio. Ello consiste en cubrir el rostro del detenido con una gruesa capucha de tela y derramarle agua sobre las vías respiratorias para hacerle sentir síntomas de asfixia.
El ex asesor, que en materia de alabar el suplicio a los reclusos sigue los pasos del ex vicepresidente Dick Cheney, señaló que no consideraba esta “técnica inquisitoria” como una forma de tortura.
En todo caso, precisó, se trata de un “procedimiento” que “rompe la voluntad de los terroristas y eso ayudó a prevenir ataques.”
A juicio del personaje de marras, se trata simplemente de una práctica apropiada, y recordó que habitualmente los soldados estadounidenses han sido sometidos al "waterboarding" como forma de entrenamiento.
Pero lo de Rove resulta apenas una parte del “show” de las torturas. Hace pocos días, y ante la presión de organizaciones sociales, responsables de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, revelaron que al menos 68 congresistas de Estados Unidos conocían las técnicas de interrogatorio que, como el ‘waterboarding’ o ahogo simulado, se estaban usando contra prisioneros de la cruza antiterrorista global de W. Bush.
Entre los legisladores que sabían de tales felonías, aparece la actual presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, quien el pasado mes de abril declaró públicamente que nunca le habían informado al respecto.
Los documentos de la CIA aclaran que entre 2001 y 2007, los congresistas recibieron datos sobre la aplicación de torturas y el uso de la violencia en los citados interrogatorios.
El llamado por sus impulsores “programa de interrogatorios” comenzó poco después de la captura de Abu Zubaydá, pretendido jefe de operaciones de Al Qaeda, en la ciudad paquistaní de Faisalabad, en marzo del 2002.
Desde entonces la agencia de espionaje decidió aplicar nuevas “técnicas”, porque se dijo que Abú Zubaydá estaba reteniendo información que podría ayudar a seguir la pista de los líderes del sinuoso grupo terrorista y a “prevenir ataques”.
De manera que en eso de torturar, parece que el asunto no era tan secreto como tal vez algunos supusieron alguna vez.
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