Una alerta terrible ha sido lanzada hace poco por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO): en América Latina y el Caribe, millones de niños están seriamente amenazados por el hambre y la desnutrición.
Desde su inocente perspectiva, los infantes ignoran que tales flagelos resultan tan mortíferos y violentos como la guerra.
El llamado, efectuado por José Graziano da Silva, representante de la entidad internacional para la región, considera asimismo que los alimentos de otras capas no menos vulnerables de la población como las mujeres, ancianos y pueblos originarios, se encuentran igualmente amenazados.
Pero las estadísticas que maneja la FAO van más allá de los 53 millones de afectados en Latinoamérica.
Buena parte de los mil millones que arroja la suma de los hambrientos en todo el orbe, son infantes, alerta el organismo, que muy acertadamente califica el fenómeno como “una tragedia silenciosa”.
Luego de hacer un llamado a toda la humanidad a enfadarse ante “el hambre de nuestros semejantes”, el senegalés Jacques Diouf, Director General de ese programa de las Naciones Unidas, llama a una campaña mundial contra el flagelo.
Entre los Objetivos de Desarrollo del Milenio trazados por la Asamblea General de la ONU en el año 2000, se prevé la reducción a la mitad de la pobreza extrema y la desnutrición a nivel mundial para el 2015, respecto a los niveles de 1990.
El propósito más que demasiado optimista pudiera calificarse de cándido si se toman en cuenta lo cercano de la fecha límite y los increíbles y numerosísimos obstáculos que para lograrlo, tienen ante si las naciones del Tercer Mundo.
En no pocos países, la actual crisis económica y financiera y también el alza de los precios de los alimentos a escala global, han agudizado el problema de desnutrición para los más pobres y dentro de éstos, los niños son los más afectados.
El acoso del hambre no es sólo un problema actual para millones de seres humanos y especialmente para los infantes, con deprimentes escenas de menores esqueléticos y otros que mueren.
Para aquellos que logran sobrevivir, muchos de los nocivos efectos de la desnutrición resultan irreversibles.
Cuerpos mal formados o de muy baja talla, afectaciones musculares, irremediables trastornos neurológicos, afectaciones psíquicas, dificultades para el aprendizaje y otros, aparecen en una lista dada a conocer por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).
Un derecho humano tan elemental como el de la alimentación, ha sido agredido durante décadas, por los colosales errores políticos y económicos del neoliberalismo, cuyos efectos aún se arrastran.
Ante tales realidades, las naciones ricas aportan sólo la misma indolencia que dedican a la búsqueda de soluciones encaminadas a minimizar las amenazas al clima.
Como consecuencia de las afectaciones que en ese terreno se vaticinan, sólo puede esperarse un mayor agravamiento del problema alimentario a escala global.
En consecuencia, el futuro de la alimentación humana se vislumbra sombrío, más aún para las capas poblacionales menos favorecidas y en el centro de éstas se encuentran aquellos que no debieran pagar los errores de nadie: los niños.
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