El cuatro de junio de 1830 se inscribió como una jornada aciaga y trágica para Latinoamérica. Uno de los próceres de su independencia fue asesinado ese día en Colombia: Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, Lugarteniente de Simón Bolívar y el oficial de mayor protagonismo de los que pelearon con El Libertador.
La oligarquía colombiana pretendió dar marcha atrás a la historia con ese crimen, perpetrado en el lugar conocido por Camino de Berrueco, contra el artífice de la batalla que sepultó tres siglos de dominio español, el nueve de diciembre de 1824.
Transcurridos 180 años de la citada infamia, rezuma actualidad el ejemplo y el recuerdo de aquel militar y patriota venezolano que con su genio y valentía batió a las fuerzas reales españolas en la Pampa de la Quinua, a 575 kilómetros de Lima, la capital del Perú.
Tenía 29 años, aunque su hoja de servicios a la Patria data desde los 16 (nació en Cumaná, el tres de febrero de 1795), cuando bajo el mando del Generalísimo Francisco de Miranda, se enfrentó en Valencia a las tropas sublevadas contra la Primera República de Venezuela.
En 1819 y con el grado de general, Sucre se incorporó a las fuerzas de Bolívar en la Angostura, Venezuela.
Como lugarteniente de El Libertador participó en la campaña de Nueva Granada, territorio que comprendía la casi totalidad de los pertenecientes hoy a Panamá y Colombia.
Sus cualidades políticas y diplomáticas, las puso de manifiesto al rubricar un tratado con los españoles, para "regularizar la guerra y evitar en lo posible sus efectos sobre la población civil”.
"Este tratado –afirmó después el Libertador de América— es digno del alma del general Sucre: la benignidad, la clemencia y el genio de la beneficencia lo dictaron; será eterno, como el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra."
El llamado Armisticio de Santa Ana permitió a Bolívar ganar tiempo para preparar la estrategia de la Batalla de Carabobo, que aseguró la independencia de Venezuela.
Aquel patriota leal pronunció una trascendental arenga a su tropa, momentos antes del inicio de la batalla que significó el acta de defunción para el último virreinato de América del Sur, y gracias a cuyo éxito Simón Bolívar lo designó Mariscal de Ayacucho,
"¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia. ¡Soldados!: ¡Viva el Libertador! ¡Viva Bolívar, Salvador del Perú!", dijo Sucre.
Fue en realidad otra jornada imperecedera, como lo había sido, antes, la del seis de agosto de aquel año de gloria, la victoria de los patriotas en Junín.
“Lo han matado porque era mi sucesor”, dijo Bolívar al conocer la infausta nueva, aquella vida segada en Berrueco.
Pero el disparo oligarca no pudo opacar el heroísmo y el ejemplo de Antonio José de Sucre.
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