En buena medida han pasado los tiempos en que la humanidad, dividida en dos polos contrapuestos, vivía pendiente de cada movimiento de las potencias atómicas.
Pareció sencillamente que en los años noventa, con la desaparición de la Unión Soviética y el pregonado fin del “imperio del mal entronizado en Moscú”, todas las tensiones y las zozobras enfrentadas por el género humano durante la etapa de la Guerra Fría se esfumaran de pronto, y por mera generación espontánea el planeta dejara atrás los riesgos de un desastre militar atómico.
Fue una imagen incluso intencionalmente inculcada por la gran prensa imperial, solo para desviar la atención de los grandes arsenales acumulados en occidente, y del empeño hegemonista norteamericano, del cual la supremacía bélica ha sido y es uno de los pilares esenciales.
No por gusto voceros imperiales de alto calibre se apresuraron a sentenciar la urgencia de que en lo adelante los Estados Unidos no podían permitir la reorganización ni el surgimiento de nuevas potencias mundiales, mientras se ensayaban artilugios como el titulado sistema antimisiles, destinado a propiciar a Washington la posibilidad de un primer golpe nuclear sin posible respuesta del agredido, y que apunta sin disimulo alguno contra Rusia y China.
De manera que, sin dudas, el planeta sigue viviendo ahora los mismos peligros de destrucción total que hace dos décadas atrás, y la amenazante espada de Damocles sigue pendiendo sobre su cabeza, asida por las mismas manos que desarrollaron los primeros artefactos atómicos en la historia humana y no dudaron en utilizarlos de inmediato en pleno ocaso de la Segunda Guerra Mundial contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
En consecuencia, hace apenas unos meses. Cuba recordaba en el plenario de la Organización de Naciones Unidas, ONU, que los países poseedores de armas nucleares poseen no menos de 23 mil artefactos, de los cuales 12 mil están listos para su uso inmediato.
Solo el Pentágono, donde se urden buena parte de los planes expansionistas y de conquista con sello Made in USA, suma 5 mil 200 cabezas atómicas operativas, de las cuales 2 mil, 700 están montadas permanentemente en sus medios de lanzamiento, mientras que las restantes requieren tiempos mínimos para ser utilizadas en caso de alarma bélica.
Como se comprende entonces, la lucha por el desarme general y completo, y por la paz como garantía de supervivencia para nuestra civilización, no es pura retórica ni obedece a artificiosos protagonismos internacionales.
Terminar con los riesgos de una guerra nuclear es de los grandes desafíos todavía pendientes de la historia global, y Cuba, junto a otras muchas naciones del orbe, así lo estiman.
De hecho, a solicitud de La Habana, fue aprobada por una abrumadora mayoría de 165 votos a favor, ninguno en contra y las abstenciones de los Estados Unidos, Israel, Francia y Reino Unido, la convocatoria para el 26 de septiembre de 2013 de la primera Reunión de Alto Nivel de la ONU sobre Desarme Nuclear, lo que permitirá a los principales dignatarios del planeta pronunciarse ante la Asamblea General sobre un tema de altísima prioridad global.
La propuesta de Cuba contó además con el respaldo absoluto del Movimiento de Países NO Alineados, en el entendido común de que “la única garantía de que las armas atómicas no puedan emplearse jamás, será su eliminación y prohibición total.”
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