Mario Caicedo, Alex Choto, Pablo Choto y Luis Yantalema, niños indígenas ecuatorianos que ganaban centavos limpiando los zapatos de la gente de Riobamba, agotados y malcomidos buscaron pernoctar en la «Casa indígena», un albergue para sus congéneres los humillados. Era último martes del 2004. Tras ser expulsados del «dormitorio», vagaron por las calles en la gélida madrugada de la ciudad que dormía sus farras al pie de las nieves eternas del Chimborazo y el Altar. Encontraron en el botadero municipal de basura un contenedor vacío de desperdicios. Allí apretujaron sus carnes y se durmieron exhaustos. Al día siguiente los hallaron muertos luego de ser enterrados entre los escombros y la basura que un vehículo arrojó sobre ellos. Las autoridades levantaron los cadáveres. Las madres lloraron sus pequeños muertos. La noticia apareció en los diarios. Pronto serán olvidados, para siempre. (Altercom)
Perdida entre decenas de noticias de todo tipo, la que trae sobre la muerte de cinco niños entre los basurales de la ciudad de Riobamba, ha estremecido la conciencia nacional porque es el verdadero termómetro acerca del estado de situación de las condiciones sociales de vida de los ecuatorianos.
Tenían entre once y doce años. Según narran sus familias, en los días de vacaciones se dedicaban a lustrar zapatos. En medio del bullicio de la vida que salía de la niñez y llegaban a la adolescencia, se dedicaban a muchas travesuras porque no podían estar en sus casas ya que en su pueblo es obligación de todos trabajar para mantener la economía de los hogares.
¿Hogares? Los padres de dos hermanos muertos cuando les sepultó en vida un camión de la basura, estaban en Guayaquil en calidad de comerciantes. Por lo tanto los niños fallecidos, casi jóvenes, estaban solos sin el cuidado de su madre ni de su padre. Fuera de la escuela porque estaban de vacaciones, fuera del hogar porque sus padres no estaban, fuera de la hostería indígena porque se portaron mal y hacían bulla, entonces no encontraron mejor refugio que la basura, el hedor, los cadáveres de animales, y los desperdicios que venían del frenético consumo navideño.
Riobamba pertenece a la provincia del Chimborazo, la más pobre de todas. De predominante población indígena, mantiene el más alto registro de migración interna. Miles de indígenas van a Quito a trabajar como cargadores o lustrabotas, a Guayaquil como vendedores de baratijas, o a las plantaciones de caña a cortarla durante algunos meses del año.
Horas antes estuvo allí el Presidente de la República para repartir juguetes en algunas comunidades. No sabemos si los fallecidos tenían entre sus manos los juguetes presidenciales, pero sí conocemos de sus nombres porque cargaban en sus mochilas los cuadernos de la escuela.
Las autoridades municipales han declarado que la institución correrá con los gastos de la sepultura. Como ocurre en estos casos los más pobres entre los pobres no tienen dónde descansar eternamente y sólo allí aparece la preocupación oficial.
Esta horrible tragedia se suma a tantas otras que tienen especial significación los días de Navidad y de Año Nuevo. La pobreza de la mayoría de la nación se refleja en dramas humanos que desgarran el sentimiento pero además dejan en claro el fracaso total de la demagogia, del modelo populista, de la política reaccionaria de alianzas clasistas, de la globalización, del neoliberalismo inhumano y depredador.
En la muerte de los niños de Riobamba hay responsables. Pero no lo es el camionero que descargó la inmundicia sobre los cuerpos de quienes dormían en el basural, ni del cuidador de la hostería indígena, sino de los gobernantes de turno en los municipios, en el Congreso Nacional, en las Cortes de Justicia, en el Ministerio de Bienestar Social, en la dirigencia indígena dividida.
Mientras los poco honorables jueces defenestrados cobrarán 140.000 dólares por concepto de sus honorarios y más obligaciones, mientras los poco honorables diputados cobraron ocho mil dólares de sueldo este mes de diciembre, mientras un puñado de poderosos se enriquecen con las riquezas de todos los ecuatorianos, hay millones de seres que han sufrido en estas navidades porque no tienen un pedazo de pan para ellos o para sus hijos.
Todas las promesas electoreras, populistas, se van abajo cuando se conocen algunas de las tantas injusticias. ¿Qué le significa al pueblo el Tratado de Libre Comercio si al vender un quintal de papas más bien sale perdiendo? ¿Qué le importa al pueblo la pelea por los puestos en la Corte Suprema o la Presidencia del Congreso si cada vez es más pobre?
Al mirar los cadáveres de los niños de Riobamba, así como los cuerpos de las adolescentes que se han suicidado en estas injustas navidades. Al observar por otro lado la voracidad de los capitalistas que se atracan con todo lo que encuentran, al conocer que nunca tuvieron los bancos tantas utilidades como las de este año. Al observar el optimismo del Ministro de Economía así como los viajes presidenciales en los que se entregan juguetitos, funditas de caramelos o golosinas a miles de pobres que además, para colmo de las infamias, agradecen la limosna, es que el espíritu se rebela de indignación y de furia.
Pero esta santa ira no debe ser mal encaminada ya que el trabajo por cambiar esta realidad de lacerante injusticia, todo es largo y plagado de sinsabores. Los poderosos no dejarán con facilidad sus privilegios e incluso apelarán a todo tipo de argucias para seguir o llegar al delicioso placer del poder.
Ya que la próxima semana se disputarán nuevamente el pastel de la Presidencia del Congreso, o los puestos en el Consejo Nacional de la Judicatura, o ya que el 21 de enero piensan festejar el asalto a Carondelet, los ecuatorianos que tenemos frente a nuestros ojos a los niños de Riobamba nos vamos a preparar para reunir todas estas infamias y reconstruir la historia ecuatoriana.
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